29/11/22

Analogías varias

Estoy segura de que la mayoría de las personas que viven en casas tienen alguna humedad que no han sabido o no han podido resolver. Pienso que si alguien tiene la casa inmaculada sin ninguna humedad es porque a) sabe cómo arreglarla, b) tiene personas idóneas que saben arreglarla, c) tiene plata y puede pagar una mano de obra que la arregle, d) tiene disponibilidad y tiempo para encarar una obra dentro de su casa sin que le dispare una neurosis. En realidad, debe haber más causas, yo sólo estoy enumerando las que por mi experiencia se me ocurren a mí. Ustedes seguramente conocerán otras razones.  
Cuestión que me propuse arreglar las humedades de mi casa. Di con la persona indicada para esta tarea un poco porque "me lo mandaron". Gratitud total. Mi techista es un obsesivo de esos que no pueden dejar un trabajo mal hecho. Si hay que pintar con dos manos de pintura, él pinta con cuatro. Durante todo este año, siempre respetando los ciclos de la naturaleza, fuimos arreglando primero el techo de tejas, luego la medianera (que era inmensa y estaba mirame y no me toques), luego impermeabilizar la terraza  y todo eso para poder encarar una humedad que tenía en mi cuarto de shiatsu. 

Ayer Mariano picó la bendita pared. Cayó de todo. Pintura, yeso, cemento. Llegó como él dice: "hasta el hueso". En alguna parte incluso se ve el ladrillo. Se ve incluso como los que construyeron esta casa no cementaron hasta arriba. Mandaron yeso en vez de cemento. Y como cayó agua, el yeso se pudrió y cayó todo. Lo que no esta bien, no se sostiene. Si trabajás con materiales equivocados tarde o temprano la estructura se desmorona. En una casa dalo por seguro pero en la vida también
 
 

19/11/22

Pena de morir

“Mi abuela, ya levantada antes que todos, me daba una gran taza de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: No hagas caso, en sueños no hay firmeza. Pensaba entonces que ella, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, que tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando él ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, vine a comprender que también la abuela creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que una noche sentada ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores, hubiese dicho estas palabras: El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir. No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesado y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviera recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada, justo allí en su casa, tan especial en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bello, gente como mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver”.

José Saramago | «De cómo un personaje llegó a ser el maestro y el autor su aprendiz» Tomado de Literatura 451.