15 de agosto de 2017

Los gatos de mi vida

Llegué a esta casa sin gatos.
Yo no sabía lo que era amar un gato. Pero la casa estaba viva.
Había pájaros por doquier. Había tierra.
Planté flores y plantas. Planté un limonero.
La ilusión que tenía no se mantuvo mucho tiempo,
acompañada de otro hombre,
otros proyectos,
otros amigos,
otras cargas.
Pasó el tiempo.
Muchas de esas cosas se resignificaron, se despidieron, se desvanecieron.
Todo empezó a fluir de otro modo.
Conocí nuevos amigos,
nuevos horizontes,
un nuevo amor,
la energía fluyó más intensa.
Se me abrió el corazón.
En esta casa quise tener hijos.
Los perdí. Uno, tras otro.
Nunca llegaron a materializarse en este plano.
Y entonces empezaron a venir ellos.
Los gatos. 

11 de agosto de 2017

Joya tu corazón

Tenemos el corazón partido. Mani murió antes de entrar al quirófano. Lo estaban preparando, ya estaba sedado y con anestesia pedidural. Dice el anestesista que se puso azul. Un edema pulmonar. Eran dos veterinarios y un ayudante y no pudieron sacarlo de ese cuadro. Fue instantáneo. Se les fue. En dos segundos. Dicen que era imposible predecirlo, que Mani no presentaba ninguna cardiopatía, que tal vez fue un trombo, en fin... palabras. La verdad es que ya no importa. Sé que hicimos todo lo que pudimos, que lo llevamos a un buen lugar. También sé que nadie tiene la vida comprada.
Cuando lo fui a ver ya no estaba su mirada, esos ojos increíbles de gato sensible e inteligente.
Pero algo de su energía se podía sentir. Así que lo abracé fuerte y sólo me salía decirle gracias, gracias, gracias por todo.
Mani, fuiste un regalo maravilloso de la vida.


10 de agosto de 2017

Un fémur para Mani

Ayer al mediodía una vecina me tocó el timbre preguntándome si yo tenía un gato blanco. Mani estaba en su casa herido. No podía moverse y lloraba mucho. Estaba postrado en un rincón y tenía una herida en el flanco trasero. Fui a buscarlo, lo envolví con la frazada y lo traje a casa. Tenía las pupilas dilatadas, temblaba y no podía pararse. Temí lo peor. Su veterinario estaba de vacaciones así que me tomé un remise y me fui con el gato en brazos, envuelto en la frazada, a la veterinaria que me recomendó mi vecina. 
La doctora, una genia. Lo atendió enseguida y su primer diagnóstico fue fractura de fémur. Le dio un analgésico y un antiinflamatorio. Nos dejó un rato en una salita a solas para que Mani se recuperara del dolor. Luego lo volvió a examinar. Nos mandó a hacer unas radiografías para descartar que hubiera algo en columna. Luego de un intenso periplo volvimos para casa. 
De lo que sí estamos seguros es que a pesar de este desastre Mani tuvo mucha suerte.
Tuvo mucha suerte porque la vecina que lo encontró (en su jardín) lo reconoció como mi gato y tuvo la amabilidad de venir a tocarme el timbre. Tuvo suerte de encontrarme ya que en ese horario yo no suelo estar nunca. Tuvo suerte después cuando llamé a su veterinario de siempre y estaba de vacaciones pero en el medio de la desesperación mi vecina me indicó a qué veterinaria llevaba a su perrita. Y allí fue la suerte más grande porque la conocimos a Sonia.
Y si ustedes vieran como Sonia lo trató a Mani. La delicadeza, el amor, la sensibilidad. Resolvió mil cosas, nos facilitó los turnos para el radiólogo, el cardiólogo, consiguió un sobreturno para la cirugía, nos explicó paso por paso cómo inyectarle el tramadol y los antibióticos y la dexametasona. Nos explicó cómo darle agua con una jeringuita. Respondió todas las preguntas tontas que le hice. Nos escuchó con el corazón y nos guió con dulzura y atención plena.
Mani tuvo mucha suerte.
Hay una imagen que me ha quedado grabada de todo este proceso. Nico y yo, enfundados en delantales de plomo, en una sala fría, sosteniendo al gato mientras le sacaban las placas para corroborar que sólo fuera una fractura de femur. Y el gato, un santo, se dejaba hacer todo. Nos miraba desde la espesura de los analgésicos y nos guiñaba los ojitos como diciéndonos, todo va a estar bien, chicos. Qué suerte que tengo de tenerlos.