30/12/21

 Me encanta decir "nuestras cuerpas".

29/12/21

Celebro

Celebro muchísimo que las mujeres nos animemos a soltar la panza. Que podamos mostrar nuestras cuerpas sin sentirnos mal. Celebro que haya diversidad en los talles de la ropa actual, que haya por fin diseñadores de ropa que comprendan las necesidades y los gustos que se revelan. Me alegra saber que cada cual encontrará su estilo. Porque hubo un tiempo en que no había opciones. No había. Celebro que hoy haya abundancia y apertura. Celebro que cada vez seamos más las que dejamos de lado la vergüenza para disfrutar de un día de calor sin tener que taparnos, sin tener que sentirnos mal por como nos vemos. Celebro que se defienda la salud, la comodidad y el placer frente al modelo de belleza hegemónico. Celebro que haya diversidad también en lo que se considera un cuerpo saludable. Celebro que los cuerpos saludables no necesariamente son cuerpos tallados a fuerza de fitness y dietas. ¡Por más cuerpos disponibles, por más cuerpos deseantes! Para que el alma que nos habita se sienta plena y feliz de estar en su casa.

19/12/21

Morir es no-estar

Por José Pablo Feinmann

Hay un buen cuento de Borges que lleva por título “El inmortal”. Se trata, precisamente, de alguien que no puede morir, y ésta es su tragedia. “Con Homero nos despedimos a las puertas de Tanger. Creo que no nos dijimos adiós”. Entre los inmortales las despedidas son más que inusuales, imposibles. Todo instante, todo momento se repetirá en otro instante, otro momento. La inmortalidad vuelve insustancial la memoria. ¿Para qué recordar si seguramente volveré a vivir lo que dejé atrás? Corrijo la palabra “atrás”. No hay atrás, no hay delante, no hay temporalidad. El inmortal vive en un tiempo lineal. Las dimensiones del pasado dejaron de tener sentido. Y el futuro carece de dramaticidad. La palabra “adiós” no existe. Homero y el protagonista del cuento de Borges tienen una certeza inapelable: en algún momento se encontrarán de nuevo. Tienen la eternidad para que esto ocurra. De aquí que Borges escriba su texto más hondo: “La muerte o su alusión hace preciosos y patéticos a los hombres”. Somos preciosos porque cada instante es único. No se repetirá. Somos patéticos porque nuestra finitud arrasa con nuestros deseos de perpetuidad. Nadie es inmortal. Nacemos para morir. Y no estamos preparados para sobrellevar la pérdida, la ausencia. 

Siempre es doloroso perder a alguien. Siempre es intolerable que un día no vamos a estar, que todo va a seguir sin nosotros. Como dice el tango de Gardel y Lepera: “Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”. Es un dolor lacerante –para el que se queda, para el que sigue vivo y no muere- la pérdida del que se va. ¿Cómo todo sigue igual si el ser amado se ha ido? La muerte del otro nos deja siempre solos. Todo lo demás sigue su rumbo, el sol sale, la luna también, puede llover, puede hacer calor o frío, nada cambia. La gente llena las calles. Hace lo que todos los días: camina con prisa, mira su celular, habla, gesticula, ríe o la sombra de la tristeza se le dibuja en la cara. La tecnología comunicacional es un arma contra la muerte. Porque es un arma para no pensar. Sin embargo, cada pérdida nos abruma porque en la muerte del otro descubrimos o ratificamos nuestro propio fin. Somos radical, inapelablemente finitos. ¿Nunca más voy a ver a Horacio? ¿Nunca más voy a presentar un libro suyo? ¿Y a Juan, que vino a casa no hace mucho y me alentó para que saliera de un vacío existencial del que salí y se lo pude decir? Porque le pude decir, sí, que ya estaba bien y que él algo o bastante había hecho para que tal cosa ocurriera. Ahora no está. No le puedo decir nada. Se fue pronto, se fue joven, todavía estaba por darnos mucho de él. Como Horacio, que ya no desplegará la magia de su intelecto, de su erudición cercana a la sabiduría. 

Hicimos, con Horacio, un libro. Se llamó “Historia y pasión”. Ahí tratamos el tema de la finitud. Partimos, claro, de Heidegger. Para este gran pensador antisemita y admirador de la “grandeza del nacional socialismo” el Dasein, el ser-ahí, está arrojado en el mundo, esta condición de ser-en-el-mundo conlleva la certeza de ser-para-la-muerte. Mientras vivimos lo hacemos en el modo del “aún no”. Aún no hemos muerto. Pero sabemos que la finitud es nuestro destino. Que en cualquier momento (porque la muerte me es siempre inminente) puedo estar muerto. Pero ni esto. Porque nadie está muerto. Morir es no-estar. Dejar de ser. 

¿Acaso Horacio y Juan están? No están ni estarán jamás. Siempre tendremos el alivio de leer sus obras, de recordarlos con el amor y la culpa de haberlos sobrevivido. Se le atribuye a Charlie Chaplin una frase-consuelo: “Sólo hay algo tan inevitable como la muerte: la vida”. Otros dicen: “Hay que vivir de tal modo que nuestra muerte sea una injusticia”.  

La muerte es siempre una injusticia. Nadie debería morir. Porque todos son irremplazables. No habrá más contratapas de Forn ni libros de Horacio. Dios es también un consuelo ante la muerte. Algunos tienen la suerte de tener fe. Esperan un Paraíso, una nueva vida, un Reino de los Cielos. No sé si Dios existe o no, no lo sé ni puedo saberlo. Pero mi sospecha sobre su desinterés por el destino humano crece con los años. 

Como sea, sé que ni yo ni muchos otros olvidaremos ni fácil ni pronto a Horacio y a Juan. Gershwin murió a los 38 años. Schubert a los 32, Mozart a los 36, Mendelssohn por ahí. Hace mucho que no están. Pero sí, están. Cada vez que escuchamos su música están. Mueren los creadores pero no sus creaciones. La condición humana debe ser heroica. El hombre es el único ser que no sólo muere, sino que sabe que muere. Sin embargo, sufrimos la muerte de los seres que hemos amado porque no nos resignamos a perderlos. Es una injusticia. La muerte, maldita sea.

15/9/21

La danza de Shiva

La inundación de 1924
Fue horrible en Rishikesh
Se llevó a muchos Mahatmas y Sadhus.
Esta es la danza de Shiva.

El impetuoso Chandrabhaga
Cambió su curso en 1943
La gente lo cruzaba con dificultad
Con la ayuda de un elefante.
Esta es la danza de Shiva.

En la mañana del once de enero de 1945
Hubo una caída de nieve
En los alrededores del Himalaya.
El frío fue terrible.
Esta es la danza de Shiva.

El Señor Vishwanath habita ahora
En un lugar donde había bosque.
Él complace al mundo entero.
Él otorga salud y larga vida.
Ésta es la danza de Shiva.

Los bosques se convierten en Ashrams.
Las islas se convierten en un océano.
El océano se convierte en una isla.
Las ciudades se convierten en desiertos.
Ésta es la danza de Shiva.

Shiva mira a Su Shakti.
Entonces surge la danza atómica.
Está la danza de Prakriti.
El Señor Shiva simplemente es testigo.
Esta es la danza de Siva.

Entonces el prana vibra, la mente se mueve,
Los sentidos funcionan, la Buddhi opera.
El corazón bombea, los pulmones respiran,
El estómago digiere, los intestinos excretan.
Ésta es la danza de Shiva.

Este es un mundo de cambio.
Una cosa cambiante es perecedera.
Conoce lo imperecedero
Que es inmutable
Y vuélvete inmortal.

Swami Sivananda

16/8/21

La imaginación al poder

En estos días donde circulan fotos que desprestigian una vez más al presidente volvemos sobre el tema de la verdad. De hecho, hay una obsesión con la verdad que pareciera ser inversamente proporcional a la cantidad de mentiras que consumimos día a día. Lo fake invade los espacios digitales que ya no sirven para compartir experiencias sino para resaltar una identidad, competir y ganar. Es un juego triste y peligroso. 

Leo en el librito de Bifo Berardi: "La obsesión con la verdad que es propia de la cultura puritana ha producido efectos ambiguos, a tal punto que tales revelaciones han jugado en beneficio de Trump y de Putin". 

Hay quienes se juegan el pellejo por decir la verdad y, de hecho, muchos de ellos terminan presos o muertos. Pero ¿cambia en algo que hayan dicho lo que dijeron? ¿Cambia en algo denunciar a viva voz en este este ruido caótico que proponen las plataformas digitales? La verdad por sí misma no sirve de mucho en el mundo de la infoesfera. Informarnos sobre los males del mundo no cambia nada y encima desalienta muchísimo. De hecho, cabe preguntarse ¿a quién le sirve la verdad, quién dispone de ella? 

Sigo leyendo a Bifo: "Por sí sólo, estar al tanto de la depredación y la violencia no ayuda a las personas a organizarse y a liberarse de las garras del poder. Y puede ser desalentador. No es la verdad sino la imaginación de líneas de escape lo que ayuda a las personas a vivir una vida autónoma y a rebelarse con éxito".

Muchos de mis amigues con mentes críticas que respeto y admiro, hoy en día, postean fotos de sus plantitas. Y no les culpo. 

Yo últimamente hago lo mismo.

6/8/21

Una digresión sobre un tema mayor

"(...) disipación en vez de acumulación, circularidad en vez de linealidad, volverse-otro en vez de identidad y, por último pero no menos importante, frugalidad en vez de crecimiento ilimitado."
Franco Bifo Berardi, La segunda venida.

Es sabido que el neoliberalismo no respeta nada y destruye sistemáticamente todas las formas de vida conocidas. La gran pregunta que muchos de nosotros nos hacemos es cómo poner un límite a tanta destrucción.
Estaba escuchando la presentación del libro del japonés Jun Fuyita Hirose: Cómo ponerle un límite absoluto al capitalismo. Filosofía política en Deleuze y Guattari, publicado recientemente por Tinta Limón Ediciones. En dicha presentación participaron de manera virtual el escritor Franco Bifo Berardi, Diego Sztulwark y el propio Jun Fuyita Hirose. 
Hubo algo que llamó mi atención de este encuentro. Una digresión que tiene el propio Bifo, siempre tan lúcido para intentar comprender e interpretar los acontecimientos que estamos viviendo actualmente sin demonizar. Y digo sin demonizar porque estamos viviendo un tiempo tan polarizado que no nos permite tener una visión amplia de lo que acontece.
Muchos de nosotros nos preguntamos por qué hay tanta gente que no quiere vacunarse contra la covid-19. En lo particular yo me encuentro con colegas, amigos, gente que no sólo le teme a los efectos de la vacuna sino que encontró paradójicamente  un modo de resistencia antisistema en esta acción: no vacunarse. Sobre este punto, hubo algo que comentó Bifo que me impactó fuertemente. Bifo trae a colación un libro de Jean Baudrillard El intercambio simbólico y la muerte. En dicho libro, Baudrillard reconoce que el límite al capitalismo es la muerte. Dicho esto, Bifo aclara que actualmente vivimos un tiempo cuyo único horizonte posible parecería ser la extinción humana. De modo que sólo resta devenir-nada. Lejos ha quedado esos tiempos donde el deseo jugaba un papel positivo, expansivo. En esta época pandémica hay un deseo colectivo de nada. Vivimos tiempos en los que aparecen manifestaciones masivas en París, Italia contra la vacunación. Lejos de demonizar estas acciones, Bifo dice que debemos interpretar. Hay una locura nueva en la voz de la historia. Esta locura es la locura de una mente colectiva que se enfrenta al producto final del capitalismo que es la muerte. El carácter necropolítico del capitalismo ha quedado totalmente descubierto. Devenir-nada. Dispersión versus acumulación. El devenir-nada como una posible reinvención de la vida. Porque esto que estamos viviendo no es vida. Entonces cabe preguntarse cómo se articula esta nada con una táctica que nos permita salir de este necro-horizonte, que nos permita articular una máquina de guerra (en este punto el libro de Jun parece tener mucho para decir). 
Porque hay otros devenires, quizás. Devenir-mujeres contra la lógica del extractivismo y la explotación. Devenir-animal, devenir-menor, devenir-otro. Siempre, siempre del lado de la vida.

27/7/21

No detectado

No tengo fiebre ni dolor de garganta, tampoco dolor muscular. Pero me siento enferma, lo que se dice medio engripada. Hace dos años me habría bancado estos síntomas sin chistar. Hoy todo es preocupante. Una mínima tosecita y ya estamos con el fantasma de la neumonía bilateral. Leo en la página de Covid Argentina "Si tenés dos o más de los siguientes síntomas: fiebre de 37,5°C, tos, dolor de garganta, dificultad respiratoria, rinitis/congestión nasal, dolor muscular, cefalea, diarrea y/o vómitos. O si tenés solo pérdida brusca de gusto u olfato, aislate y consultá al sistema de salud de tu localidad." Bueno, de esos yo ya tengo dos: una congestión nasal brutal y ahora se me suma esta tos rara. También perdí el olfato pero eso no me parece raro, siempre me pasa cuando me resfrío así de fuerte. Pero hoy todo es sospechoso. Todos me dicen que no es Covid. Más que nada porque no tuve ni tengo fiebre. Pero yo me quiero quedar tranquila. Siento que para encarar mi semana parte de mi deber cívico es despejar esta duda y no andar desperdigando esta mierda por ahí. 
Por supuesto, como puedo pagarme un PCR todo es rápido y muy cómodo.
Llamo a Diagnósticos Maipú y me dan un turno para la sede cerca de mi casa. Nico me lleva con el auto. El PCR se hace en un estacionamiento. Ni siquiera te bajás del auto. Viene una chica enfundada en sus capas protectoras y me pregunta una serie de datos. Muy buena onda. Llega el momento en que me tengo que sacar el barbijo. Me hisopa la garganta y luego las dos narinas. Temo estornudarle en la cara pero por suerte no pasa nada y solo llego a toser ya con el barbijo bien puesto. 

En menos de una hora hemos resuelto el enigma y por la noche me mandan los resultados a la casilla de mi correo: no detectado. 

Descorchamos un vino y brindamos. 

13/7/21

La fuerza de las cosas

Leo "La fuerza de las cosas" de Simone de Beauvoir. Al comienzo del libro relata el final de la guerra. Hace una muy buena descripción del empobrecimiento que ha sufrido Francia, las restricciones, el cierre de fronteras, el papeleo para poder viajar. También habla de empobrecimiento cultural. Luego, tiene el privilegio de poder hacer un viaje a España y siente cómo le cambia la mirada. Mira las naranjas, el chocolate, el jamón que se ofrece en las calles, en las tiendas. Las mujeres llevan medias de seda. A ella la señalan como una mujer pobre porque no lleva medias. Incluso tiene un diente roto producto de la caída de una bicicleta que nunca más se hizo arreglar. No tiene sentido. Para qué, si ya tiene 36 años. Ya es vieja.

10/7/21

Salimos a rutear

Bocanada de aire fresco. Se te acomoda la visión de un sopetón. No te queda otra que mirar lejos.
Me acordé de la canción que decía: "que un viento frío te pegue en la cara"... Es que el movimiento se te mete en el cuerpo y es una cosa hermosa. Vibrás con el motor. Es como descubrir el sonido primordial en el motor del auto. Qué loco pero no es tan loco, porque AUM está en todos lados.
Íbamos con Lau y Vane atrás. Entonces, barbijo, ventanillas semi abiertas, ventilación cruzada. Y claro, la canción se hizo realidad: que un viento frío te pegue en la cara. Posta.

8/7/21

A medida que...

 A medida que va avanzando la mañana sentís que el sueño tiene algo de afirmación. Una sospecha que ya tenías pero que el sueño te lo trae y encima te lo muestra en modo caricaturesco. No hay remate para eso. A partir de ahí el deseo se hace más claro. Entonces en la vigilia el día avanza y te sentís maravillosamente bien. Como si un peso hubiera caído. Como si ahora podrías hacerte cargo de que AURYN está en tus manos realmente. 

Una piedra

Se tiene un sueño tal como si sostuvieras una piedra rara, en bruto en las manos. La piedra está tan caliente que querés soltarla pero algo te lo impide porque es rara y hermosa y hay escrito allí un código a descifrar. Pero a medida que la piedra se enfría el código se va desvaneciendo. Al final tus manos sólo sostienen una piedra.


6/7/21

 Era algo tan simple como aceptar lo que viene de mamá y de papá. 

5/7/21

Lo obvio

Reconocer el verdadero deseo. Lo que Graógraman llamaba "la verdadera voluntad". Salir de una sesión de terapia como si me hubieran puesto a AURYN en mis manos. Ese libro me marcó profundamente en mi pre adolescencia. A mi me había impactado mucho Graógraman. El primer deseo de Bastián, cuando todo es nuevo, todo está por crearse. Y luego, la corrupción, los caminos bifurcándose, la perdición total hasta llegar a la redención de lo obvio. 

Pienso en los meandros de mi vida. Las veces que algo salió mal para luego salir mejor. Entender que el bien y el mal... "son categorías ajenas a la lingüística" (decía un profesor en la universidad).

Reconocer los privilegios. Entender el poder que emana de ellos. Comprender qué es lo me mueve a estar viva cada día sin caer en... 

A veces es lo obvio. 

Reconocerse un ser que cae en obviedades. 

30/6/21

Misticismo del sonido

“Renuncié a mi música porque había recibido de ella todo lo que tenía que recibir. Para servir a Dios hay que sacrificar lo más querido por uno; y por eso sacrifiqué mi música. Yo había compuesto canciones, canté y toqué la veena; y practicando esta música llegué a una etapa en la que alcancé la Música de las Esferas. Entonces cada alma se convirtió para mí en una nota musical, y toda la vida se convirtió en música. Inspirado por ello, hablé con la gente y con aquellos que se sentían atraídos por escuchar mis palabras, en lugar de escuchar mis canciones. Ahora, si hago algo, es sintonizar almas en lugar de instrumentos; armonizar personas en lugar de notas. Si hay cualquier cosa en mi filosofía, es la ley de la armonía: que uno debe ponerse en armonía con uno mismo y con los demás. He encontrado en cada palabra un cierto valor musical, melodía en cada pensamiento, armonía en cada sentimiento; y he intentado interpretar lo mismo, con palabras claras y sencillas, a quienes escuchaban mi música. Toqué la veena hasta que mi corazón se convirtió en este mismo instrumento; entonces ofrecí este instrumento al Músico Divino, el único músico que existe. Desde entonces me he convertido en Su flauta; y cuando quiere, toca su música. La gente me da crédito por esta música, que en realidad no se debe a mí sino al Músico que toca su instrumento.”

Hazrat Inayat Khan, El misticismo del sonido y de la música

Bella traducción de Juan Manuel Tavella, alias El Conde para los bloguers amigos.

28/6/21

Yoga por Emmanuel Carrère

No estaría pudiendo terminar el libro Yoga de Emmanuel Carrere. Lo empecé con muchísima curiosidad y debo admitir que tiene algunos momentos que son verdaderas perlas. Saboreé la primera parte donde describe su experiencia con Vipassana hasta que la novela da un giro de 180 grados y te deja con el culo pa' arriba porque "ha habido en nuestro país acontecimientos graves".
Chan.
Luego viene la experiencia de su internación psiquiátrica, los diagnósticos, una narración difusa y angustiosa. Si quería explicar cómo funcionan los vrittis en la mente humana lo logró muy bien. Pero a mi me lo podría haber ahorrado.
Es interesante cuando cuenta su experiencia en la isla de Leros y de como ayuda a unos jóvenes migrantes. El personaje de Frederica y qué fue lo que la llevó a ella a hacer esa labor altruista. Te hace pensar también en qué es el verdadero altruismo.
Pero su texto no termina de cerrar.
Después me entero que tuvo que sacar un capítulo sobre el divorcio con la mujer y claro, ahí está la elipsis. La novela tiene un enorme agujero. Capaz que con ese capítulo era un buen libro, no sé.
Igual, espero que lo haya ayudado a sanar.

8/6/21

La cuestión

Me acuerdo de esos tés de hierbas que tomaba -difíciles de conseguir- cuando creía que mi vida estaba salvada gracias a la macrobiótica y a otras artes saludables que empezaba a practicar. Ilusa de mi, pensaba que esas pociones le daban a mi ser la salud perdida, la fuerza recobrada, la senda a seguir. Quien sabe, realmente si la cuestión es salvarse o simplemente sumergirse en esta corriente, dejarse sentir, amar, experimentar, abrazar por las circunstancias con el corazón puro, retumbando, gozoso de estar vivo.

3/6/21

Tela

Ayer nos levantamos muy temprano para ir a comprar la tela que fuera bien con los almohadones de placa que encargamos. Dani hizo su arte con los sillones escandinavos y les revivió la madera. Imaginen qué lindos que están ahora con la nueva piel lustrosa. La historia con estos sillones es que nunca tuvieron almohadones que invitaran realmente a sentar el culo en ellos. Eran bellos pero "se te clavaban las maderitas", nos dijo Zuly. Cuando llegaron a casa, descartamos esos almohadones viejos y finitos de tanto uso y le pusimos unos almohadones que nosotros ya teníamos. No quedaban mal pero tampoco eran los adecuados. Podías sentarte sólo un ratito. Lo justo para que, por ejemplo, un paciente de shiatsu se sacara o se pusiera los zapatos.

La tela. Para alguien como yo, que nunca en su vida tuvo una máquina de coser, ese lugar se me antojó como un planeta extraño. Rollos de telas diversas por doquier. El protocolo para el Covid un tanto extravagante pero necesario ya que el ambiente no tiene ni una ventana. Tienen un sistema de turnos y cuando entrás te miden la temperatura, te ponen alcohol en las manos y luego tenés que pasar por una máquina que te sanitiza. Sentís como unas gotitas se te impregnan en el pelo y no querés saber qué te están tirando. Ahí nomás se me acercó una mujer bajita de un pelo negro brillante envidiable y unos ojos que eran puro fuego. Le balbuceé algo de que quería tapizar unos sillones y al toque me llevó por un pasillo hasta llegar a otro santuario donde los rollos de tela se acumulaban como hongos en un día de lluvia. Una fiesta tal que mis ojos empezaron a bailar y mi cerebro estalló en directivas que tuve que acallar porque si no me iba a dar algo. Lino Spazio, le dije. Estos de acá son lino, me señaló. Yo buscaba un crudo pero no había. Lino Nirvana, me dijo. Y yo me reí para mis adentros porque reírse con barbijo es lo más feo del mundo, te queda la baba en la tela, se moja el barbijo y ahí se pudre todo. 

Me llevé el Nirvana, sin ninguna duda. Con sólo tocarlo fue saber que ese iba a ser mi cielo. 

26/5/21

Cartografía de lo vivo

1.
Me despierto con un dolor. Últimamente, haga lo que haga, siempre despierto con un dolor punzante en las cervicales que va menguando a medida que comienzo con los pequeños movimientos del día. Se ve que tanta quietud nocturna lo invita a hincar sus garras. Descubro que el movimiento lo adormece, lo funde con mi ser.

2.
Todas las madrugadas, cuando este dolor aparece, me sorprende por el lugar. No es un lugar que reconozco como mío. Las contracturas en mi espalda nunca fueron novedad. Convivo con ellas desde que crecí. ¿Cuándo crecí? Tenía 14 años. Lo recuerdo muy bien. Algo pasó, algo se rompió y perdí algo que quería para siempre. Nunca lo recuperé. Pero gané otras cosas. Nunca me arrepentí.

3.
Los dolores que reconozco siempre han estado en el omóplato derecho. Ese dolor alberga acciones que reconozco. Por ejemplo, escribir. Escribía mucho a mano con la mano derecha. Después ya no. Pero la mano derecha siempre está haciendo cosas. Cliqueo con la mano derecha, corto, cocino, alimento, revuelvo, limpio, acaricio, desnudo, cebo mate y... ofrezco con la mano izquierda.

4.
Hay un dolor que descubrí hace unos diez años, en el centro del pecho. Creo que ha estado allí siempre, adormecido por el dolor del omóplato derecho, el dolor de la acción. A veces viene, se queda por un tiempo y luego se va. Descubrí cómo infundirle calor y así calmarlo. En realidad a veces creo que yo estoy allí y desde ese lugar me mando mensajes para dejar de mandarme cagadas.

5.
Hace tiempo que el dolor del centro del pecho no me visita pero entonces empezó este dolor en el cuello. Es atrás, un poco en la base. Cuando lo toco está frío pero si dejo la mano un tiempo empieza a calentarse. Quizás me mudé y ahora habito un poco más arriba. Quién sabe.

15/5/21

Pienso

 Mi trabajo consiste en "tocar" cuerpos. Tocar de una forma especial. No es exactamente un masaje aunque se le parece mucho y tiene efectos muy poderosos. Quienes han recibido sesiones de zen shiatsu lo comprenderán perfectamente. Se ejerce presión con las manos sobre distintas partes del cuerpo del otro pero sin hacer ninguna fuerza. Se trabaja con el propio peso corporal. Es un diálogo entre ese cuerpo y mi cuerpo. Una meditación en movimiento. Mis manos son simplemente las herramientas que llevan un mensaje.

Tocar en este momento tan especial de la pandemia se ha vuelto un lujo. Ser tocados por un otro que no es parte de nuestra burbuja también. Me descubro en un nuevo mundo donde los cuerpos han sido disciplinados, pertrechados para no sentir dolor. Una coraza invisible que se gesta simplemente por la ausencia del tacto. 

También están aquellos otros cuerpos, doloridos y nerviosos. Cuerpos que mutan todos los días donde el dolor repentino viaja como un ping pong de preguntas. Aquí vienen a encontrar una posible respuesta. 

30/4/21

30 segundos

Lunes 12 de abril.
Hospital Italiano.

Cama 1216... zona de trinchera.
“30 segundos”

Busco dejar algo de lo aprendido en estos días de aislamiento, búsqueda de aire, revisión de sentido bajo la pandemia. Algo. Lo que pueda.
Mientras me enfermaba el Covid encontré algo en estas salas, en estos corredores, en la mirada de estas gentes.
Una cultura.
Un pathos.
Una emocionalidad antigua. Comprometida. Algo yaciendo silente, a la par de la ciencia y la tecnología.
Una cultura.
¿Qué significa descubrir una cultura en el Hospital Italiano en medio de un ataque como este?
Mucho.
Significa, contra lo que podría pensarse, que no es el resultado de muchísimas personas. Con roles marcados, tecnicaturas, profesiones, saberes, tecnologías, destrezas.
No. No es sólo eso. Es una matriz acogedora, extraordinariamente cálida y vivificante.
No es una nave científica que va a Marte. No. Esta va a la región más desolada de tu cerebro. Al caldo primordial de donde alguna vez nos arrastramos sin conciencia. Al lugar desde donde nos asusta el final del Covid llevándose nuestro aire.
Va al lado oscuro de tu cerebro para transformarse en una llamita con algo de calor y luz. Una cultura.
Me caí desmayado por la falta de aire y la desesperación y me encontré entrampado entre los muebles de la sala donde terminé. Donde me estrellé en la caída.
Unas manitas de enfermera tiraban de mí, Bibi.
Cuando crees que ya perdiste todo escuchas el braceo enérgico de la que podría ser hasta tu hija llegando a vos.
Braceando como pudo me alcanzó. Me abracé a ella y me di cuenta de que no estaba en un páramo sin vuelta atrás.
Entre todas me acostaron, me calmaron, me dieron su aire.
Una matriz regenerativa que es la que ayuda. Un supraorganismo como un micelio gigante que sustenta, sin que nadie lo vea exactamente, los bosques que lo acompañan.
Una cultura.
Llegué dispuesto a evitar prolongaciones que arañen dos meses más de sobrevida a costa de desesperación.
No rasguñar las piedras para mí.
Bernardo y otros médicos me escucharon. Luego me pusieron una mano en el hombro y se hicieron cargo de mí. No tengo hermanos. Esto ha sido lo más próximo que he descubierto de esa relación.
Me protegió. Llamó todos los días a mi hija que amo y la contuvo. Le explicó. La protegió.
No hay palabras. Es la matriz que regenera. La que de alguna manera cargamos los sapiens cuando nos fuimos de África. Nuestra estrategia. No preguntes por quién doblan las campanas, ya sabemos, suenan por vos y por mí, hermano.
Tuve que partir al servicio de terapia intermedia. Estaba inquieto. Aparecieron kinesiólogos, médicos, enfermeros. El mismo espíritu. Las médicas llamando a mi hija y ayudándola mientras ella me ayudaba a mí.
La matriz regenerativa y matriarcal de la viejísima Europa. Cuando los pueblos como Huyuk no tenían murallas. Los matriarcados de miles de años atrás, que sostenían la cultura. Cuando las culturas matriarcales no habían sido barridas por los caballos de la edad del hierro.
Y de pronto... las manitas de Bibi, el desborde humanista y contenedor de Bernardo, la dulzura de la kinesióloga, la gente que te ayuda de todas las formas porque son una cultura que dice que sos valioso. Seguramente es cierto. Pero es porque te quieren desde lo más básicamente humano.
Una cultura regenerativa que también alcanza a los varones.
Todavía no se como saldré. Y no me preocupa tanto. Y dicho con humildad. En serio. Saldré con paz y con cariño. Está muy bien. Tengo 75 años. ¡Carpe diem para nosotros todavía!
Con estos pensamientos rondando desde hace unos años, muchas veces, me pregunté cómo quería mi salida.
Sólo quiero 30 segundos lúcidos. Para poder evocar a los que quise sin que llegue a atraparme la melancolía.
Me iré bien. Este hospital y su gente estará también en esos 30 segundos. Gracias, gracias, gracias.

Hugo Adolfo Míguez
28/08/1945 - 20/04/2021

27/4/21

Angustia COVID

Soñé que me costaba respirar. No tenía tos ni ningún síntoma. Simplemente soñé que dormía y me costaba respirar. Me desperté de mi sueño y observé que respiraba bien. Me asusté. ¿Había estado respirando mal o soñaba que respiraba mal? ¿Es posible soñar que se respira mal y efectivamente respirar mal? Angustia covid.

10/4/21

Quién me ha robado el sol

Kit contra el covid-19? Me dio baja la vitamina d. Parece que me faltó mi cuota de sol...



7/4/21

Pensaba...

Pensaba en esto de tomarse unos minutos para tomar un mate mirando las aromáticas que planté hace un mes. En que la gata me ronronee a los pies y que el aire se sienta húmedo y caluroso en pleno abril. En los llamados que hice hace un rato a dos amigas que quiero mucho y que la están pasando mal, en cocinar una tortilla de papas, en poner un disco que me gusta. Pensaba en que cuando levanto los ojos puedo ver un jacarandá frondoso y no una pared gris. En que hoy podré pedalear a Martínez a dar una clase presencial en una terraza, en que el clima nos acompaña, en que la salud también. Pensaba en que ya no quiero enojarme ni frustrarme ni sentirme inútil en este mundo complejo lleno de aristas flojas. Pensaba en que a veces es muy simple. Pensaba en que ayer no fue para nada simple y que eso también está bien.

6/4/21

Viva el futuro

Abro los ojos antes de que el despertador suene. Son las seis de la mañana de un lunes pandémico. Hoy habrá muchos más casos que ayer y el número seguirá creciendo. 
Yo quiero estar tranquila. 
Es tan ridículo querer tranquilidad pero bueno, ahí está la exigencia otra vez. Me levanto, tomo un vaso de agua fría y nada más porque me dijeron doce horas de ayuno. 
Durante la noche transpiré así que abro el grifo del agua caliente y dejo que el vapor inunde el baño. El agua caliente desentumece mi cuerpo dormido. 
Para este estudio preciso ocho horas de sueño, dos horas de vigilia y media hora de calma antes de la extracción. Me pedí un auto para estar tranquila. 
Llego temprano, me miden la temperatura y me sanitizan las manos. El laboratorio está en el primer piso. Yo subo por la escalera. Desde hace un año que no uso ascensores. 
Son pocas las personas en la sala de espera. Hay una ventana abierta. Mi credencial digital se traba y el sistema me pide que la renueve. Me manda un código al mail. Copio, pego, envío y pienso: viva el futuro. Termino el trámite y debo esperar a que me llamen. 
Me inunda una sensación pacífica. No hay nada más que hacer. Cierro los ojos, me entrego a este momento. No me molesta que me saquen sangre. Soy una persona de venas fáciles de encontrar. En eso tuve suerte. También es cierto que tengo mi pequeño ritual para que todo salga bien. Es muy simple. Cierro los ojos y saludo a mis células. 
De pronto me llaman, paso a un cubículo adornado con flores de papel en las paredes. No hay ventanas, sólo luz artificial. El enfermero es joven y de manos suaves. En un santiamén todo se ha acabado. 
Salgo a la calle. No desayuné. Antes te daban un cospel  para un café de máquina y un alfajor. Ahora ni eso. Camino unas cuadras. Varias cuadras. El sol de la mañana es tan agradable. Las calles están llenas de personas con barbijos. Los locales aún están cerrados. 
Llego a un café con mesas en el exterior y me siento. El día recién comienza para algunos. 



22/3/21

Tener culo

En el diario aparece una nota sobre un tipo que parece que tiene superanticuerpos contra el coronavirus. John Hollis, extrañado por no haberse contagiado de un amigo que contrajo la enfermedad y vivía con él, accedió a que le hicieran una serie de estudios. "Se podrían diluir los anticuerpos de John Hollis al uno por 1.000 y seguirían matando el 99% del virus", explicó un experto.
Le mando la nota a mi hermano. Su mujer contrajo Covid el año pasado y la pasó realmente muy mal. Hubo que internarla y ayudarla con medicación y oxígeno. Mi hermano y mi sobrino, por el contrario, no se enfermaron.
-¡Mirá si resulta que es porque tenés superanticuerpos!
-Flor, a mi me hicieron la prueba de los anticuerpos y me salió que no tenía ninguno.
-Bueno, tuviste culo. Para la ciencia no sirve pero para la vida ¡un montón!

20/3/21

Bueno para mi TOC

Ayer, al volver de dar mi clase de yoga tuve inconvenientes con el estacionamiento en la puerta de casa. Lomo de burro mediante no me di cuenta y dejé la rueda de atrás arriba del cordón. Bueno, es que no hay cordón, hay un garage. Y como el lomo de burro está a la misma altura que el bordecito del garage es imposible darse cuenta de que te subiste a la vereda. Tenés que adivinar. Desde arriba del auto todo parece haber quedado perfectamente derecho. Pero cuando te bajás y lo ves te das cuenta de que no es así. Es rarísima la sensación.
El lomo de burro de alguna manera me enseña que lo derecho, en este caso, sucede cuando está torcido. Para mi, que tengo esta tendencia a enderezar, alinear y ordenar, este acontecimiento ubicado exactamente en la puerta de mi casa es un quebradero de cabeza. Resulta que las maniobras que aprendí no funcionan en esta peculiar geografía.
De todos modos, para mi TOC es todo un avance dejar estacionado el auto con la rueda de atrás subida al cordón. 

Hoy tocó ir con el auto a Ugarte, una calle de olivos que sería como un centro comercial. Teníamos que hacer algunas compras y de paso practicaba estacionar en una zona céntrica. Pero claro, hoy llueve copiosamente. Nico me explica el uso del limpiaparabrisas, las distintas velocidades, todo divino. Pero hete aquí que al limpiar el vidrio el limpiaparabrisas deja tres surcos que hacen que mi visión se vea partida en tres partes. No es que no vea nada. Veo. Pero veo partido. Siento que mi cerebro intenta encajar las partes y que mi cuerpo grita por dentro: ¡sáquenme de acá!
Cuando llegamos a destino encuentro rápidamente un lugar para estacionar. ¡Un milagro! Creo que del susto estaciono perfecto, sin sobresaltos dejando el auto derechito y con espacio entre las ruedas y el cordón. Casi que está para sacarle una foto.

O sea, una de cal y una de arena.

10/3/21

Tres

1. Saco el auto con delicadeza en primera, todo va bien. Pongo segunda y el auto toma más fuerza. Consigo pasar la velocidad mínima y empiezo a ir a 30 en una calle interna de Olivos. Bien ahí. Cuando doblo en Paraná me anuncio en voz alta: ¡voy a poner tercera! Me da gracia esto de anunciarlo en voz alta pero me da coraje. Ahora sí, voy a 40. Amo los semáforos en verde.

2. Está saliendo todo perfecto hasta que de pronto en medio de Paraná me doy cuenta de que ¡no tengo puesto el cinturón de seguridad! Lo que es la mente, ¡dios mío! Me resulta imposible ponerme el cinturón en ese momento, obvio. Cuando salgo de la avenida, en una callecita interna estaciono en el cordón y me lo abrocho.

3. Busco lugar para estacionar. Encuentro un hueco entre dos autos. Pienso que es un espacio parecido a cuando practicaba con Quique. Pero estacionar entre dos autos no es lo mismo que estacionar entre dos caballetes. Algo de la distancia falla. Después de mil maniobras (donde lo único bueno es que me doy cuenta de que ya soy un as del embrague) sale el tipo de la garita de la esquina y me dice: hay lugar acá a la vuelta. Un genio. El tipo se apiadó de mi cartelito de principiante.

8/3/21

Destino

Me voy animando. Me lleva un montón de energía. Quedo mentalmente muy cansada pero todos los días me "obligo" a sacar el auto. A veces sacar el auto amerita un viaje "de verdad". Y se siente bien. Trasladarse a otro barrio, sentir que la distancia y los tiempos se acortan gracias al auto.
Voy a comprar medialunas, voy al chino, voy a lo de mis viejos, voy a dar una clase, pasar por abajo de un túnel, ir por una avenida, frenar en el semáforo, poner la luz de giro, balizas, estacionar. Llegar a un destino. Llegar a un destino. Llegar.

1/3/21

Mi superhéroe

Estoy en una calle a punto de estacionar. Tengo puestas las balizas. El cartel de principiante se ve perfecto tanto de adelante como de atrás. La calle tiene autos estacionados de los dos lados. De modo que al intentar estacionar estoy obstruyendo el paso de una señora que me toca bocina.
-No le des bola. Vas bien. Que espere.
Pongo marcha atrás, giro todo el volante hacia la derecha, empiezo a meter el auto y lo arrimo hacia el cordón. Estoy tan concentrada que la verdad es que no escucho la bocina. Stop. Luego giro el volante todo a la izquierda y voy enderezando el auto que va entrando en su lugar lentamente. ¡Siento emoción!
Entonces la señora pasa.
-¡Forrrrrraaaaaa!-escucho que le grita Nico como un desaforado.
Lo miro asombrada ante su grito.
-Estabas estacionando, sos principiante, tenías puestas las balizas. ¿Cuál es su problema? ¡Qué espere!
-Nico...
-¡Qué!
-Sos como mi superhéroe.

28/2/21

Estreno

Finalmente hoy me levanté sintiendo que volvía a tener dominio de mi cuerpo. 
Ducha de agua caliente en la espalda baja, calor de almohadilla eléctrica, me visto, me calzo la faja que me prestó mi mamá y me sostiene la columna y se me viene a la mente una determinación. Si no empiezo a mover el auto... cada día que pase va a ser peor.
En el desayuno, mientras tomo un mate le digo a Nico:
-Estaba pensando que hoy que ya no me duele tanto... quisiera salir un poco con el auto.
Me escucho y no puedo creer lo que estoy diciendo. 
-Me parece muy bien, amor, me podés llevar a la carnicería que tengo que comprar la carne para el asado de hoy.
Ya está. Lo dije. Tengo una meta: llevarlo a Nico a comprar carne. Es domingo, la calle está desierta, ya me demostré a mi misma que si en el examen todo fluyó y no tiré ningún cono ni me llevé por delante ningún caballete, no voy justo a reventarme contra un auto de los que están en la cuadra.
Y allá vamos. Nico pega los cartelitos de principiante en el parabrisa de adelante y en el vidrio de atrás. Acomodo el asiento, los espejos, siento que tengo que hacer el auto mío, imbuirlo con mi energía. Siento que tenemos que conocernos porque... no nos conocemos.
Ya en el primer momento me doy cuenta de que este auto tiene un motor más potente que el motor que yo venía manejando. Me da miedo, lo freno, se para en la esquina. Arranco otra vez. Pongo primera de nuevo. Empiezo a entenderlo mejor. La carnicería está cerca y en unas pocas cuadras llegamos. 
-Acá hay lugar, arrimalo al cordón. 
Lo estaciono arrimándolo contra el cordón. Me bajo y me parece irreal. Ver el auto estacionado ahí por mi. Wow.
Nico hace la compra. A mi no me da el cerebro para hacer otra cosa. Pienso que esto también pasará.
Volvemos. Ahora me sale mejor. No paso de segunda. No paso de los 20 km por hora. No me importa. Doblo tranquila por las calles internas de Olivos, paro frente a los semáforos, sigo, avanzo, dos runners corren de contramano por la calle en la que voy del lado izquierdo. Me ven y se corren. Igual, no los iba a pisar.
Llego a nuestra cuadra y hago como cinco maniobras para estacionar por el maldito lomo de burro que está frente a nuestro garage.
Y esto recién empieza. 

27/2/21

¡No contaba con mi espalda!

El día del examen de manejo amanecí con un dolor lumbar en mi lado izquierdo. Sí, ya sé, la pierna del embrague, la que se usa para todas las maniobras que me iban a tomar ese día.
Respiré hondo, me calcé los jeans de tiro alto para sentir que me protegía la cintura y el resto ya lo saben: me fue muy bien. Felicidad máxima estampada en el barbijo. Pero al día siguiente no podía levantarme de la cama sin llorar. Al punto que Nico me llevó a una guardia traumatológica para que me dieran algo.
Lo primero que me dijo el traumatólogo cuando me vio entrar toda doblada fue:
-Uh, te quedaste dura, ¿qué te pasó?
-El auto... - murmuré yo.
-No hay peor cosa para la espalda que el auto -me dijo.
-No me digas eso, acabo de sacar el registro.
-Bueno, no te pongas un Uber porque te voy a ver muy seguido por acá.
Anotó una serie de indicaciones obvias: calor húmedo: 5 minutos, calor seco: 10 minutos. Cuatro veces al día. Y una droga de lo más potente que puedo tomar hasta cinco días porque sino te revienta el riñón.
-Esto te puede durar dos días o un mes.
Y yo que quería ser grande, sacarme el miedo, conducir un auto. Bueno, ahí está. Ser grande y conducir un auto también es eso, mierda. Pero se sale, se sale de esto también.
De la guardia traumatológica fuimos a la Dirección de Tránsito donde me esperaba mi nueva licencia. Entré caminando como pude, sonreí feliz, me dieron el cartelito de principiante, el carné, me hicieron firmar y listo, a casa.
Por supuesto el que volvió manejando a casa fue Nico.

26/2/21

El verano que conseguí la licencia

Si googleás "examen práctico Vicente López" vas a ver que en varios lados dice: muy completo y exigente. Y no te mienten. ¡Es muy completo y exigente! Es como un juego. Si tocás algo de lo que está en el espacio demarcado por vallas, conos, caballetes, perdiste. El lugar es un lujo, al lado del río, ¡se respiraba aire fresco! Hay que prepararse y el mito de que si vas con una escuela no te rebotan, es falso. Lo vi con mis propios ojos como rebotaban a tres antes que yo. Sin embargo, siempre son super amables. Cuando te rebotan te explican con lujo de detalles en qué te equivocaste y donde tenés que mejorar. Y podés volver a rendirlo.
A mí me llevó 30 clases ( sí, ¡un montón!) prepararme para dar el examen práctico. Empecé de cero y a mediados de noviembre. Plena pandemia. Barbijo, alcohol en gel, un mar de gente pidiendo turnos para aprender a manejar. No había turnos seguidos. Fue un problema no poder darle continuidad. Pero valió la pena. Porque no sólo no me rebotaron sino que cuando terminé mi examen uno de los instructores que se había quedado mirando me dijo: "un espectáculo".
Como estamos en la era Covid, la agente de tránsito que me tomó no se subió al auto conmigo sino que me fue acompañando desde afuera y viendo todas las maniobras desde afuera del auto. Y salió todo fantástico, el auto se deslizó conmigo. Entendí sus dimensiones y sentí que nos llevamos bien.
Infinitas gracias a mi gran amor Nicolás, quien estuvo acompañando este proceso super intenso a lo largo de todo este verano. Nunca jamás perdiendo su confianza en que me iba a salir ni cuando yo misma me lo creía.
Conté todo este proceso porque sentí que me hacía bien. Es algo que siempre me dio muchísima vergüenza contar. Y no creo ser la única. Pero pasar por la experiencia de sacar una licencia de conducir a una edad adulta fue muy interesante. Invito a todos los que escribieron en este muro y que aún no se animan a hacerlo. Busquen ayuda en personas que tengan confianza en ustedes. A veces esa persona puede ser tu instructor de manejo, un amigue, tu pareja, tu papá o mamá, un tío, tía, abuelo o abuela. Créanme, nadie de los que rendía ese día estaba tranquilo, todos estábamos nerviosos. Es normal.
Y con esto doy concluida la saga de: "el verano que conseguí la licencia".

24/2/21

Último día de práctica

Última clase de práctica. Yo ya decreté que no importa como salgan las cosas, que mañana (por hoy que es jueves) doy el examen y que sea lo que tenga que ser.
La calle está más bulliciosa que nunca de modo que tardamos más en llegar a la callecita donde practicamos las maniobras. La calle está bastante maltrecha y abandonada. No hay ningún tipo de señalización. Baches, charcos, una nube de mosquitos (estamos cerca de río).
Quique se baja del auto y pone los conos.
-Vamos a hacer primero marcha atrás y slalom.
Nico llama a Quique el señor Miyagi de los instructores de manejo. Wax in, wax out! Es un señor que combina una paciencia extrema con una precisión propia del elemento metal. Por decirlo mal y pronto: no te deja pasar una. Y nunca te va a decir un elogio porque sí. A lo sumo un: hoy estacionaste bien. Pero eso es todo. Un día, eran comienzos de febrero le dije: Quique, decime que me salió bien, ¡hoy me salió bien! Y él se reía bajito. Es que yo soy muy estricto.
Ahora lo veo ubicar los conos desde mis espejos. A mi izquierda los conos chiquitos color naranja (porque Quique detesta los conos altos, dice que es un error aprender con conos altos porque no es necesario "ver" el cono). A mi derecha algo que parece un cordón amarillo, despintado y lleno de yuyos.
-Bueno, dale con la marcha atrás. Y acordate de hacerlo lento.
Empiezo a ir marcha atrás y veo que hoy la tengo difícil. La calzada está hecha percha. El auto va dando zancadas suavecitas pero derecho. Cuando llego al primer cono, paro.
-Quique, si hoy me salen los conos con esta calzada tan desnivelada me tenés que felicitar.
Él se ríe. Me mira y murmura, dale, embrague primera.
-Hoy no me digas nada. Mirá que mañana en el examen no vas a estar al lado mío diciéndome lo que tengo que hacer.
No me dice nada. Ni sí, ni no. Ni lo vas a dar bien, quedate tranquila. Nada.
Hago conos, el auto va lento y fluido pero él tiene algo para corregir, siempre hay algo más que aprender. Trato de no escucharlo. Ya no puedo recibir más información. Al repetir, cada vez que voy marcha atrás siento el desafío de llevar el auto derecho porque hay dos baches fuleros que no puedo esquivar y no es culpa de nadie. La vida.
La vida es esto también. Ir marcha atrás y que te toquen dos cráteres de mierda y aún así, vos no te salís del camino.
Cuando me toca estacionar hoy me sale particularmente bien. De verdad, me sale muy bien. En tres maniobras. Me hace hacerlo cuatro veces. Ya a la cuarta me da una indicación de esas que sólo sirven para la calle, no para el examen.
Al terminar me hace volver haciendo esas maniobras que cada vez disfruto más, especialmente en una calle desierta donde no hay autos estacionados de los dos lados. Marcha atrás, ir doblando hasta enderezar a trompa y luego primera, segunda y ya estamos saliendo de ese descampado horrible.
En el medio de un semáforo me pregunta si me acuerdo el tablero.
Este Quique. ¿Justo ahora querés que te diga el tablero del auto?
Bueno.
Al terminar la clase entramos en el estacionamiento donde la empresa guarda los autos. Me deja estacionarlo a mi. Me va indicando cómo hacerlo. Lo tomo como un elogio inmenso. Hasta ahora cada vez que entrábamos tomaba el mando él. Esta vez lo estaciono yo.
Cuando nos despedimos no me dice: te va a ir bien, vas a ver, tenete fe. No, nada.
Me dice: cuando tengas tu licencia nunca jamás dejés el auto. Siempre, todos los días, aunque sea sacalo a dar una vuelta.
Me dan ganas de abrazarlo pero... Covid.

20/2/21

Pista de Aprendizaje Roca



Sábado. Nos levantamos a las siete, desayunamos algo liviano y nos vamos para la pista que nos queda del otro lado de la ciudad pero que para estacionar y hacer slalom está buenísima. La idea además es que me empiece a acostumbrar a nuestro auto porque hasta ahora todo lo hice con el auto de la escuela y, ya se sabe, el embrague y la palanca de cambios varía un poco en cada vehículo.

La pista abre a las ocho. Nosotros llegamos ocho y cuarto y ya hay ocho cuadras de cola. Como veníamos preparados no nos desanimamos. Nico trae un libro y yo tengo el celular para boludear con las redes.
A los quince minutos vemos que una mujer está contando autos. Nosotros no entramos en su lista. Eso quiere decir que cuando entren todos los autos que están adelante nuestro, nosotros tendremos que esperar al siguiente turno. Como nuestra vida viene un poco en ese ritmo nada nos sorprende.
No tenemos ni idea cada cuanto se renueva la pista o si controlan el tiempo. Queremos creer que sí. Pero nadie te dice nada. Es medio desesperante. Me meto en la página donde te explican detalladamente el horario y lo que hay que llevar.
-Acá dice que hay que tener un matafuegos.
-Tenemos matafuego, me dice Nico, está abajo de tu asiento.
Toco con mi mano abajo del asiento y no siento que haya nada más que mugre. Saco la mano rápido.
-Acá no hay nada.
-Amor, tenemos un matafuegos, sino no hubiéramos pasado la VTV.
-¿Cuándo hiciste la VTV, en 2019? ¿No lo habrás perdido?
-¿¿A dónde voy a perder un matafuego?? A ver, dejame ver a mi.
Se baja del auto, total la cola está inmóvil hace como media hora. Abre la puerta de atrás, mira por debajo del asiento atrás.
No hay nada.
-¿Nos habrán afanado el matafuego? Espero que nos dejen entrar.
-Si no nos dejan entrar después de hacer esta cola, les lloro, eso me sale bien.


3/2/21

Me voy acercando

 Hoy era el turno del examen teórico para la licencia de conducir. Hace días que vengo haciendo simulaciones de exámenes, leyendo el material teórico, empapándome de la ley de tránsito, aprendiendo los diferentes tipos de señales. Ayer me quedé un ratito repasando las distancias de frenado en pavimento seco a diferentes velocidades pensando que ya estaba realmente obsesiva. ¿En serio te toman las distancias de frenado?, me preguntó Nico cuando le pedí que me las tomara. 

Sí, en serio. Y, de hecho, me las tomaron. 

Ya sólo llegar y me faltaba la fotocopia del DNI. Me dicen que a unas cuadras hay un locutorio. Tengo una super impresora que hace fotocopias en casa. ¿Cómo no lo pensé antes? Salgo corriendo en dirección a la avenida, llego al locutorio, espero unos minutos eternos hasta que logro sacar las fotocopias. Llego boqueando, con el corazón desbocado y el barbijo húmedo. 

Me hacen esperar un ratito afuera y luego me hacen pasar. Entrego mis papeles y a cambio me entregan dos declaraciones juradas donde declaro que soy quien digo ser, mi tipo sanguíneo, que no tengo impedimentos físicos que me impidan conducir un automóvil y me reafirmo ante la ley que soy donante. Esto último es muy fuerte. Ya siento que me recibí de adulta por mil. 

Subo un piso y voy a la oficina 7. Se empieza por el examen psicológico donde te hacen hacer una serie de test que verifican que sos una persona apta para estar al volante de un vehículo. Hace poco salió en las noticias que un tipo joven cruzó un semáforo en rojo en la avenida Directorio y mató a un nene de cuatro años dándose a la fuga. El tipo no tenía licencia de conducir. No le habían aprobado el examen psicológico. Así que evidentemente estos test de algo sirven aunque la gente después haga lo que se le canta. El examen psicológico viene lento. Hay gente sentada esperando. Viene la psicóloga y me dice que mejor rinda primero el examen teórico que no hay nadie. Y me indica que vaya a otra sala donde hay un señor muy prolijo con cara de saber mucho de vialidad. Me pongo nerviosa. Se me empañan los lentes por el barbijo. Pero bueno, llegó la hora de la verdad.

Me entrega unas hojas y me pregunta si tengo birome. Traje. No sé dónde la puse pero traje. Y lápiz. Y goma de borrar. Me indica que me siente en un pupitre. Bueno, allá vamos. Respiro hondo y leo la primer pregunta. ¿A qué velocidad se cruza un cruce ferriovario? Listo. Vamos bien. Me tomo el tiempo para leer. Algunas salen de taquito, otras las tengo que pensar. Las señales de tránsito están numeradas y en una pared. Cada vez que me preguntan por una señal de tránsito tengo que mirar la pared que tengo enfrente. Descubro que mis lentes andan muy bien. Al menos no me debo preocupar por el examen de vista. Cuando llego a las preguntas de distancias de frenado me río sola.  

Siento que tardo más que los demás. Pero es que la mayoría es gente que viene a renovar su registro. Los novatos somos menos. Hay una chica que estuvo conmigo en la charla vial. Nos reconocemos a pesar del barbijo. Qué alivio ver una cara conocida. Entrego las hojas y el tipo lo corrige en el momento. Tac, tac, tac, escucho que su birome va dando el ok. Sólo un par están mal. Le pregunto cuales. Me contesta y siento que esa info no se me borra más. Me voy con el sellito de aprobado.

Ahora sí me toca el examen psicológico. Una chica muy amable me pide que me siente en una mesa amplia. Todo está inmaculado y con olor a alcohol. Me pone una pila de tarjetas. Debo ir mirando de a una y dibujarlas en una hoja. También me dan un lápiz. Un círculo, un rombo, puntitos, rayas... es divertido. Después me piden que dibuje una casa, un árbol (que no sea un pino) y una persona. ¿Qué tienen contra los pinos? Cómo detesto estas cosas. Dibujo mal, feo. Pero bueno, me sale algo bastante decente. El árbol me sale enorme en relación a la casa y la persona. No me importa. El último test es horrible y extenuante. Tenes que encontrar tres tipos figuritas en 40 renglones de un montón de figuritas todas muy parecidas. Siento que me empieza a hervir el cerebro. Pero no me quejo. Supongo que no es comparable con la sensación de estar arriba de un auto en la vía pública por primera vez. Sobreviviré a este test y a conducirme en la vía pública.

Evidentemente no estoy loca y soy una persona apta y responsable. Paso el examen psicológico así que sólo resta ver mis ojos. Cuando entrego las declaraciones juradas me doy cuenta de que en vez de poner la fecha de hoy me equivoqué el año. Puse 3 de febrero de 1977. Claro, es que yo nací en el 77. Pero no el 3 sino el 5. Es decir, puse una fecha absurda. Bueno, no, absurda no. Guarda relación con el año de mi nacimiento. Y el 3 de febrero guarda relación con mi presente actual. La verdad es que es un lapsus genial. Si estuviera haciendo terapia se lo contaría a mi analista. Pero bueno, menos mal que me di cuenta, lo corregí y sigo siendo considerada una persona apta y responsable. 

Los ojos me responden bien, los lentes su trabajo. Termino el trámite, me sacan la foto, las huellas dactilares (de tanto alcohol en gel tengo engrasar la yema de mi dedo índice para que el scanner capte la huella). Corroboramos que todos los datos están en orden. ¿Ya dije que soy donante? (Qué fuerte verlo por escrito).

Y ahora sí, un paso más cerca de lograrlo.  

1/2/21

Rápida y Furiosa

Una de las primeras cosas que me enseñó Quique fue a sacar el auto del estacionamiento. Son varias maniobras que me sirvieron para perderle el miedo a los movimiento sutiles del auto. Pongo marcha atrás lenta y luego cambio a primera, giro el volante todo hacia la izquierda y voy doblando despacito en "U". Finalmente enderezo el volante del auto lo más rápido posible. Claro que al principio yo no era nada sutil. Una de esas veces, Quique me observa girar el volante y me comenta, como quien no quiere la cosa, que no necesito hacerlo como en "Rápido y Furioso". En ese momento no capté la referencia (tuve que googlearlo después) pero sí capté que "rápido" y "furioso" no deberían ser los adjetivos que acompañen la forma de girar un volante en la vía pública.

Cuando sos principiante hay muchas cosas que hacés que no sabés por qué las hacés. Es sorprendente. Yo, que toda mi vida tuve miedo de conducir un auto,  descubrí que quiero la velocidad. Quiero tomar velocidad lo más rápido posible. ¿Qué onda? ¿Me gusta la velocidad de una manera totalmente inconsciente? ¿O es que no tengo ningún control y por eso el auto se me va?

El uso de embrague es crucial. Por eso una de las pruebas en el examen práctico es bordear conitos a una velocidad muy lenta y haciendo sólo uso del embrague. Si tocás un conito, fuiste. Descubro que si lo hago lento me sale re bien pero entonces siento que estoy haciendo trampa.
-¿Lo puedo hacer muy lento? 
-Claro, hacelo lento, nadie te apura. En el examen nadie te va a pedir que te apures.

Practicamos marcha atrás. Se supone que tengo que llevar el auto derecho. Me sale hacerlo rápido y el auto se me va a la izquierda. Corrijo a la derecha, se me va a la derecha, corrijo a la izquierda, se me va a la.... bueno. Al cabo de esta clase Quique me hace otra observación.
-Luego de que saques la licencia deberías tomar un curso de maniobras evasivas. 
-¿Maniobras evasivas?
-Sí, son esas maniobras que hacen los agentes de policía, los custodios, maniobras rápidas cuando persiguen a alguien o están siendo perseguidos. Cualquiera que tenga una licencia de conducir puede hacer el curso. No tenés que ser policía. 
-¡Quique! ¿¿Por qué yo querría tomar un curso de maniobras evasivas??
-No sé me pareció que te podía gustar.

Al llegar a casa busco en internet "maniobras evasivas" y me sale un videíto en Youtube que muestra "la vuelta en J". La verdad es que es alucinante hacer eso con el auto. Es como cuando un bailarín hace una pirueta. O cuando en una práctica de asanas hacemos algún asana que involucre equilibrio. 

Me lo pido a mí misma

Cuenta la leyenda materna que de bebé siempre fui muy hábil con las manos pero cuando se trataba de mis pies me olvidaba de que existían. Dicen que cuando empecé a caminar me caí muy feo y entonces no quise saber más nada del asunto y el gateo me duró mucho más tiempo. Dicen también que sólo me animaba a caminar si iba agarrada de la mano de alguien. Entonces mi mamá hizo algo maravilloso. Me hizo agarrarme de mi misma con mi propia manito. Dicen que caminé un tiempo con mi manito agarrada de mi propio vestido.

La abuela Margarita, que en paz descanse, decía: "cuando quiero algo, me lo pido a mi misma". El 5 de febrero es mi cumpleaños. Y yo sé muy bien qué quiero regalarme.  

26/1/21

Conducir debe ser placentero

Entre muchas otras cosas el manual del conductor de la Provincia de Buenos Aires dice:
"Para ser un buen conductor usted debe estar en buena forma física y emocionalmente. Conducir también debe ser placentero."
Y al final aclara: "Si alguna de estas condiciones no se verifica no maneje hasta que solucione el problema".
Bueno, miren, si es por eso.... yo ¡¡les hice caso!!

15/1/21

Pasito a paso... dale que vamos

Anoche soñé que conducía un auto por la avenida Maipú pero sin licencia de conducir. Llegaba hasta Puente Saavedra y ahí me detenía.
Lo curioso del sueño es que es exactamente el punto en el que me encuentro hoy. Hoy puedo conducir un auto pero aún no tengo licencia.
El hecho de soñar con poder conducir un auto no es para nada un hecho menor.
He soñado muchas veces que no podía conducir un auto. Siempre soñaba que no tenía control sobre el auto y lo recuerdo como algo desesperante.
Pasito a paso... dale que vamos.