viernes, 27 de abril de 2007

Feria del Libro

Viernes por la tarde, feria del libro. Hace un año fui con un pretexto. Hoy voy porque quiero y, valga la redundancia, porque compraré algunos libros. No me distraigo en los stands de las librerías -que conozco de memoria-. Voy directamente hacia Fondo de Cultura Económica (a veces traen algo) y luego a Tusquets. Me gustaría conseguir más libros de Marguerite Duras. En el interín descubro que tienen los dos tomos de Los papeles salvajes de Marosa de Giorgio.
El stand de Tusquets, un verdadero festín.

jueves, 26 de abril de 2007

Gustave Flaubert

Me gusta mirar libros: ojearlos, desvestirlos de esa capita plástica que les ponen para protegerlos, pasar las hojas y admirar su tipografía, el olor del papel, las diferentes texturas: tapa, contratapa, lomo. Si es posible me llevo alguno.
A veces no es posible.
A veces no es posible y no siempre es por falta de dinero.
A veces no es posible porque todos los libros que me gustaría leer ya los he leído.
¡Qué sensación nefasta!
Ayer, sin embargo, encontré una edición de Tres cuentos de Gustave Flaubert y sin decir agua va lo agarré y empecé a leer: "Durante medio siglo, los burgueses de Pont-l'Eveque le envidiaron a Mme Aubain su sirvienta Félicité.". Oh. Oh. Oh.
Primero me acordé del loro de Flaubert. Sí, su loro. Porque Flaubert, para escribir este cuento, se hizo prestar un loro.
Después, me acordé de un artículo de Barthes que explicaba los procedimientos del realismo a partir de este cuento. Lo que no podía recordar era el cuento en sí. ¿Qué pasaba con Félicité (o Felicitas, que así recordaba yo su nombre por haber leido otra traducción, vaya a saber uno en qué fotocopia trucha del CEFyL)?
Flaubert escribió Tres cuentos mientras nadaba en las páginas interminables de su Bouvard y Pécuchet.
A mí, Bouvard y Pécuchet me gustó enormemente cuando lo leí aunque no es un libro para andar regalando, la verdad. Encima no está terminado porque Flaubert se murió antes de terminarlo. La edición de Losada incluyó unos apuntes que tenía Flaubert a modo de final. Horrible pero muy interesante. Digo, són los apuntes de un escritor.
Me llevé Tres cuentos con miedo de ya tenerlo en mi biblioteca. ¿No habrá quedado en los libros que me faltaban traer?
A la nochecita, a la luz de mi lámpara, leí el cuento de Félicité y su loro. Sin desperdicio. Guille se reía porque de todos los libros contemporáneos que hay en el mundo yo vengo a agarrar uno del siglo XIX.
¿De qué siglo sos, nena?
Qué se yo.
No me importa, además.

miércoles, 25 de abril de 2007

Great Britain

Reales y cortaditos por la misma tijera. Colegios británicos de Olivos. ¿Cuántos años pasaron de eso? Ternura es un sustantivo común abstracto. Deviene del adjetivo tierno. Pero qué es ternura. Inquinidad es un sustantivo común abstracto. ¿Es malo? Malo, malo, malo. Después de todo, ¿qué es la inquinidad a los ocho años? Si hasta se parece a la palabra quinina que es lo que le ponen a Amy en las uñas para que no se las coma en Mujercitas (aaaah, Luisa May Alcott, gran baluarte de la literatura infantil).

Mi tristeza no sabe de dónde viene. Si es del invierno. Si es del hermano que deambula de consultorio en consultorio. Pero si en las fotos siempre salimos los dos con la sonrisa bien abierta. Los dientes que salen tarde. Dentición tardía. Masticar. Masticar. Masticar inquinidad, avaricia, pulcritud y la estupidez de las maestras de la primaria. Amar es un verbo de la primera conjugación. ¿Qué vas a hacer cuando seas grande? Bióloga, como mi mamá. No, cantante. También como mi mamá. No, escritora: voy a escribir sobre animales, plantas. La vida, bah.

Y esa tristeza de lo estático. Hasta los diez años el invierno tenía el color de mi uniforme rojo y azul. Y mi flequillo rebelde se dejaba atenazar por hebillas de color marrón.

Miro a mi alumnito que repite: sustantivo común colectivo singular. Y está tan triste. Yo también estoy triste porque cómo maizal va a ser sólo eso. Mejor dejá eso y hablamos de por qué tu dragón se escondió en las manchas de tinta.

martes, 24 de abril de 2007

Tarde de Idioma

Escribo todo mezclado. No me reten por eso. La lluvia que amenaza con irse. Piso lo mojado como una afirmación de la verdad más absoluta. Ha llovido y ha vuelto a llover. Llover es un verbo trunco.

Se tronchó una rama del lenguaje. Laura Mazzocchi me llama. Es que Idioma.

Me espera en un café. Llego tarde. El bar, salpicado de ladrillo a la vista y lamparitas dicroicas. Acá todo es muy caro, me dice mi amiga poeta. Y ahí yo pienso: para los poetas todo siempre es extremadamente caro, vayan donde vayan. Las lamparitas de filamento lo hacen todo más... ¿accesible? Si es dicroica tendrá que ser complicado: (otro prejuicio). Es raro, Laura está allí, del otro lado de la mesita en este abril. Un café con leche a medio tomar. Yo pido el cortado de rutina y desciendo de mi caballo atolondrado. De mi cuerpo batallado. Ella quiere alargar la entrega. Hablamos un poco y otro poco nos miramos. Otra vez acá. Hola. Hola.

Amiga idioma,
arbolita mía
que a pasitos
cabalga una noche de abril
y se pierde en sus sombras anclar.

Me acuerdo. Me acuerdo.
Era abril. Hace un año. El mismo ritual. Yo, del otro lado de la mesita. Hace un año tus sombras anclar y ahora esto. Me entregás tu diccionario de agua. Una porción de ternura.

Hace un año me preguntabas la diferencia entre lengua e idioma.

¿Te acordás?

A pasitos. Tus pasitos ayudan a mis pasitos.

A saltar el abismo, carajo.

jueves, 12 de abril de 2007

Agradecimiento mutuo

Una vez le agradecí a mi maestra de yoga por todo lo que estaba aprendiendo a su lado. Ella me sonrió enigmáticamente y me dijo que no había nada que agradecer. Que ella me agradecía a mí por haberla elegido como maestra. Y agregó que el maestro existe gracias a que el alumno existe. Y que en algún punto cuando ese alumno aparece uno tiene que agradecer por ello. Y que entonces ella me agradecía a mí.

martes, 10 de abril de 2007

Sabiduría popular

Hace tiempo yo cantaba estas coplas anónimas:

Me dijo un sabio profundo
con experiencia madura
que no se hace el pan sabroso
sin amarga levadura.


Y qué cierto es.
Cuando la levadura se malogra no hay con qué darle al pan.

Sólo una humilde pizzeta.