Salgo de dar una clase en una mansión de los bajos de San Isidro para meterme en un tren atestado de gente al que le arrancaron los asientos. Es muy rara esta sensación. Ya antes de subirme al tren, esperando en el andén, veo en la portada de veintitres la sonrisa de Macri -dientes blancos inmaculados- y una frase que reza "La victoria del egoísmo". El egoísmo tiene esa misma sonrisa: dientes blancos inmaculados. Nadie decente tiene los dientes inmaculados. Nadie decente es un ser inmaculado. Compro la revista porque quiero leer el artículo donde se habla del libro de una rusa llamada Ayn Rand (que ya se murió y miren lo que nos legó) llamado La virtud del egoísmo. Toda la derecha argentina está fascinada con él.
Tren, subte, caminar, hacer fotocopias sucias de antemano en un lugar sucio donde se hacen más fotocopias sucias. La ciudad es un caos. Los olores te golpean en la cara. Retiro es un tumulto de bultos, colores y olores. Los colores que abundan son el fuxia, el rojo, el amarillo y el azul. El gris y el blanco no están. El gris se quedó en las oficinas y el blanco...en las nubes del cielo. Son las doce y media del mediodía. A esta hora la multitud es otra. Son madres cargadas con sus niños a cuestas, sus ropas chillonas y el pelo largo, descuidado. Son padres desocupados o trabajadores en negro que llevan alguna misión anónima a cuestas. Sesentones con la cara cansada y un diario o un libro pegado a los ojos. Mujeres muy jóvenes bien peinadas y con ropa barata de oficina (¿a dónde irán a las doce del mediodía?). También están los hombres que piden una moneda y llevan siempre con ellos a un niño desgreñado de la mano, enfermos de HIV vendiendo panes y masitas o pidiendo plata para sus medicamentos. Hablan de discriminación. Nadie les da trabajo. Nadie daría un centavo por ellos.
Me detengo en un párrafo que llama poderosamente mi atención. Ayn Rand asegura que: "Los parásitos, los vagabundos, los saqueadores, los brutos y los criminales no tienen valor alguno para el ser humano. Este no puede obtener ningún beneficio por vivir en una sociedad dirigida a sustentar las necesidades, demandas y protección que ellos requieren". Me pregunto qué sugiere, entonces, esta difunta señora Ayn Rand. O mejor dicho, me pregunto qué entenderá la derecha argentina -que lee a esta difunta señora- sobre el destino de estos "parásitos". Me pregunto, también, quién es considerado un parásito por la derecha argentina de este país. Y comienzo a asustarme.
En este tren también están los estudiantes. Una masa de jóvenes que se sientan en el piso mugriento del piso sin miramientos. Tienen mochilas a prueba de todo. Dentro de ellas tienen todo para sobrevivir: una botellita, apuntes, un libro y los que pueden llevan el infaltable ipod pegado a sus orejas. No son los futuros empresarios de los cuales reza el artículo. Los futuros empresarios no se sentarían en un tren mugriento con un ipod en la oreja. No. La otra cara de la realidad. La realidad del limbo. El limbo se lleva mejor con un ipod en las manos. Una estudiante de pelo anarajado y cuerpo diminuto le da una moneda a una mujer de cabeza rapada y voz rasposa que dice ser enferma de HIV.
Retiro nos recibe con una marea de cabezas de todos los colores. Cada uno va hacia su destino marcado de antemano. Yo me adentro en las escaleras del subte. La estación terminal del subte C siempre me ha parecido una ciudad subterranea. Allí hay "de todo": se pueden revelar fotos en una hora, comer choripanes con mucha mayonesa, beber coca-cola, comprar pilas, chicles, alfajores, figuritas, muñequitos. Todo esto bañado por una luz blanca y fría que cala los huesos. Atravesar todo esto es un shock para los cinco sentidos. Todo indica que hay que huir de allí lo antes posible. Y uno se pregunta ¿cómo hace la gente que trabaja allí?
Llego a San Telmo con los minutos justos. La magia se produce y San Telmo se materializa ante mis ojos. La realidad aquí también es otra. Huele a dinero. Y dentro del edificio de vidrios espejados hay una irlandesa que necesita clases de español.
jueves, 28 de junio de 2007
II
La irlandesa tiene 26 años y estudia para ser asistente social. No sabe una palabra de español. Yo soy su primer contacto. Siempre me intrigan este tipo de alumnos. Me impresiona ser la primera que vaya a imprimir la huella del castellano en sus cerebros. Me siento con una tremenda responsabilidad. Los alumnos "vírgenes" son como esponjas que absorben todo con una inocencia candorosa.
Su inglés es muy irish. Viene de Cork. Como Marcos, pienso. Pero esta vez no se produce la magia. Ella no lo conoce. Cork es un pueblo pero es un pueblo grande. Hace unos meses tuve una alumna irlandesa que habia tomado clases de teatro con Marcos. Trisha no lo conoce pero sonríe cuando le comento que tengo un amigo que vive en su pueblo. Hablamos por algunos minutos en inglés para que se sienta cómoda. Ella tiene que confiar en mí. Estamos solas en un aula pequeña con paredes de vidrio. En realidad es un aula aislada del enorme edificio porque estamos, casi se diría, en el jardín. El aula parece un invernadero donde sólo crecen palabras. Afuera se ve el pasto siempre verde y algunas enredaderas que dan la sensación de protección. Un pequeño oasis en la jungla de cemento.
Comenzamos la clase y enseguida noto algo particular. Mi alumna sabe algo de francés. Lo noto cuando intenta decirme el número de su casa. No sabe los números en español y, entonces, algo maravilloso sucede en su cerebro que no le permite usar sus palabras en inglés. Como salidas de ultratumba aparecen estas palabras francesas pronunciadas torpemente como si quisieran convertirse en palabras españolas. Palabras guardadas con naftalina pero que aún así han sido carcomidas por la polilla. Le pregunto en inglés si sabe francés. Me dice que lo estudió un poco en el secundario. Ya tengo una clave por donde empezar.
Se puede saber mucho de una persona que está aprendiendo una lengua nueva. Diría que es casi un trabajo arqueológico. Excavar y sacar con mucho cuidado las piezas removidas por el tiempo. Poner los primeros puntales. Clavar las estacas de la carpa que se ha de levantar. Un buen docente debe tener todos esos intrumentos. Tantear el terreno no es cosa fácil. La tarea es estar alerta minuto a minuto. Porque delante nuestro hay un adulto que se ha vuelto niño. Un adulto con necesidades de adulto al que le estamos enseñando la clave de su propia existencia. Y allí está, delante nuestro, como un pájaro confiado que come de la mano del amo.
Yo soy.
Vos sos.
Él es.
Ah, fundamental.
Su inglés es muy irish. Viene de Cork. Como Marcos, pienso. Pero esta vez no se produce la magia. Ella no lo conoce. Cork es un pueblo pero es un pueblo grande. Hace unos meses tuve una alumna irlandesa que habia tomado clases de teatro con Marcos. Trisha no lo conoce pero sonríe cuando le comento que tengo un amigo que vive en su pueblo. Hablamos por algunos minutos en inglés para que se sienta cómoda. Ella tiene que confiar en mí. Estamos solas en un aula pequeña con paredes de vidrio. En realidad es un aula aislada del enorme edificio porque estamos, casi se diría, en el jardín. El aula parece un invernadero donde sólo crecen palabras. Afuera se ve el pasto siempre verde y algunas enredaderas que dan la sensación de protección. Un pequeño oasis en la jungla de cemento.
Comenzamos la clase y enseguida noto algo particular. Mi alumna sabe algo de francés. Lo noto cuando intenta decirme el número de su casa. No sabe los números en español y, entonces, algo maravilloso sucede en su cerebro que no le permite usar sus palabras en inglés. Como salidas de ultratumba aparecen estas palabras francesas pronunciadas torpemente como si quisieran convertirse en palabras españolas. Palabras guardadas con naftalina pero que aún así han sido carcomidas por la polilla. Le pregunto en inglés si sabe francés. Me dice que lo estudió un poco en el secundario. Ya tengo una clave por donde empezar.
Se puede saber mucho de una persona que está aprendiendo una lengua nueva. Diría que es casi un trabajo arqueológico. Excavar y sacar con mucho cuidado las piezas removidas por el tiempo. Poner los primeros puntales. Clavar las estacas de la carpa que se ha de levantar. Un buen docente debe tener todos esos intrumentos. Tantear el terreno no es cosa fácil. La tarea es estar alerta minuto a minuto. Porque delante nuestro hay un adulto que se ha vuelto niño. Un adulto con necesidades de adulto al que le estamos enseñando la clave de su propia existencia. Y allí está, delante nuestro, como un pájaro confiado que come de la mano del amo.
Yo soy.
Vos sos.
Él es.
Ah, fundamental.
viernes, 22 de junio de 2007
Estética
Coffee Store en Av. Maipú.
Dos mujeres jóvenes de veintipico. Una es rubia, de nariz respingada, ojos azules y boca pequeña. Su cuerpo es esbelto y se viste a la perfección. La otra es castaña, un poco más baja, de aspecto más descuidado. Están de espaldas a mí. A la rubia la veo con el rabillo del ojo.
No me habías dicho nada, boluda, ni te das cuenta. No, no se nota, ¿viste?, es re loco. Pero no puedo creerlo, nada me dijiste. No, nada. ¿Y cómo fue, con quién? Yo había averiguado hace como dos años pero en ese momento no tenía la plata. Y después vino Coti y me dijo que ella quería. Entonces yo le di el número de este señor y la mandé ahí. Ella fue y le encantó. Vino y me dijo: me opero el tres de abril. ¿Coti? Sí, Coti, ¿entendés? Entonces, yo me re cebé y me dije: me las tengo que hacer ya. Y averigüé de nuevo y fui. Ay, pero qué loco que justo Coti...¿cómo le quedaron?. Re bien, no le puso mucho. Pero es que Coti no tenía nada. Te juro, nada. Se levantaba el corpiño y no había nada que sostener. Es muy chiquita ella, no le iba a quedar bien que le pusiera mucho. Viste cómo es, no te ponen un montón de una. No queda bien, queda re feo. Porque hay modelos, viste. Este cirujano es el que operó a María Fernanda Callejón. Ah, mirá. Sí, viste. Y a Dolores Trull también. ¿Dolores Trull? Sí, la de cara de caballo y nariz fea. Ah, sí, tiene cara de caballo. Bueno, a Dolores Trull, por ejemplo, le tuvo que hacer el pezón también. Se lo cambió, viste, porque el suyo era muy grande. Entonces le puso uno más chiquito, divino le quedó. Ah, pero a Coti no. No, a Coti no. Sólo le puso un poco. Un 85, me entendés. No podía ponerle más porque le iba a quedar re mal. A mí me puso un poco más de 90. Yo usaba 85 o 90 con mucho relleno. Y ahora no. Yo quería más pero él me dijo: ¿qué hacés de tu vida? Soy abogada, le dije. No, no da, ser abogada y tener tetas muy grande. Claro, no. No da. ¿Y te dolió? Cuando me sacaron la venda me daba una impresión. Pero no sentía nada. Lo que sí me dolía era la espalda. Tuve que dormir casi sentada. Pero qué loco, casi no se te nota. ¿Viste? El otro día me puse una polerita y no parece que me haya operado. Por eso te digo, este tipo es bárbaro. Si vos querés yo te lo paso. ¿Y Lucas que dijo? Ah, Lucas está chocho. Re quería. Igual yo desde que lo conozco que me quería operar las tetas. Ay, qué loco. Sí, tengo unas ganas de mostrártelas, ahora vamos al baño y te las muestro ¿dale? Ahora se las muestro a todo el mundo, ja. Igual, todavía se nota un poco. En este pezón, por ejemplo, me quedó una ampollita. El médico me dijo que por ahí hay que hacer láser pero no creo, ya va a cicatrizar. Todavía no puedo usar corpiño con aro, ando con esos corpiños de vieja, ¿viste? Igual ahora se me bajaron porque al principio como que te quedan arriba. Es re loco eso. Pero ahora no, ahora son re normales. Yo hago así y se mueven, ¿ves? Supuestamente duran de por vida, son texturadas. A los seis meses se ve si tu organismo las rechaza. A mi me da medio cagazo eso. Pero qué vas a hacer. Si el organismo lo rechaza, lo rechaza. ¿Y estás contenta? Sí, yo estoy re contenta. No te había dicho nada porque quería ver si te dabas cuenta. Yo odio que parezca artificial. Si te ponés mucha teta obvio que va a quedar artificial. Mi mamá no se las hizo, al final pero porque ella tiene. Lo que sí, quiere levantárselas un poco. Pero ya es re tarde, eh, mirá la hora que se hizo... ¿Pagamos la cuenta? Sí, sí, pero antes vamos al baño.
Dos mujeres jóvenes de veintipico. Una es rubia, de nariz respingada, ojos azules y boca pequeña. Su cuerpo es esbelto y se viste a la perfección. La otra es castaña, un poco más baja, de aspecto más descuidado. Están de espaldas a mí. A la rubia la veo con el rabillo del ojo.
No me habías dicho nada, boluda, ni te das cuenta. No, no se nota, ¿viste?, es re loco. Pero no puedo creerlo, nada me dijiste. No, nada. ¿Y cómo fue, con quién? Yo había averiguado hace como dos años pero en ese momento no tenía la plata. Y después vino Coti y me dijo que ella quería. Entonces yo le di el número de este señor y la mandé ahí. Ella fue y le encantó. Vino y me dijo: me opero el tres de abril. ¿Coti? Sí, Coti, ¿entendés? Entonces, yo me re cebé y me dije: me las tengo que hacer ya. Y averigüé de nuevo y fui. Ay, pero qué loco que justo Coti...¿cómo le quedaron?. Re bien, no le puso mucho. Pero es que Coti no tenía nada. Te juro, nada. Se levantaba el corpiño y no había nada que sostener. Es muy chiquita ella, no le iba a quedar bien que le pusiera mucho. Viste cómo es, no te ponen un montón de una. No queda bien, queda re feo. Porque hay modelos, viste. Este cirujano es el que operó a María Fernanda Callejón. Ah, mirá. Sí, viste. Y a Dolores Trull también. ¿Dolores Trull? Sí, la de cara de caballo y nariz fea. Ah, sí, tiene cara de caballo. Bueno, a Dolores Trull, por ejemplo, le tuvo que hacer el pezón también. Se lo cambió, viste, porque el suyo era muy grande. Entonces le puso uno más chiquito, divino le quedó. Ah, pero a Coti no. No, a Coti no. Sólo le puso un poco. Un 85, me entendés. No podía ponerle más porque le iba a quedar re mal. A mí me puso un poco más de 90. Yo usaba 85 o 90 con mucho relleno. Y ahora no. Yo quería más pero él me dijo: ¿qué hacés de tu vida? Soy abogada, le dije. No, no da, ser abogada y tener tetas muy grande. Claro, no. No da. ¿Y te dolió? Cuando me sacaron la venda me daba una impresión. Pero no sentía nada. Lo que sí me dolía era la espalda. Tuve que dormir casi sentada. Pero qué loco, casi no se te nota. ¿Viste? El otro día me puse una polerita y no parece que me haya operado. Por eso te digo, este tipo es bárbaro. Si vos querés yo te lo paso. ¿Y Lucas que dijo? Ah, Lucas está chocho. Re quería. Igual yo desde que lo conozco que me quería operar las tetas. Ay, qué loco. Sí, tengo unas ganas de mostrártelas, ahora vamos al baño y te las muestro ¿dale? Ahora se las muestro a todo el mundo, ja. Igual, todavía se nota un poco. En este pezón, por ejemplo, me quedó una ampollita. El médico me dijo que por ahí hay que hacer láser pero no creo, ya va a cicatrizar. Todavía no puedo usar corpiño con aro, ando con esos corpiños de vieja, ¿viste? Igual ahora se me bajaron porque al principio como que te quedan arriba. Es re loco eso. Pero ahora no, ahora son re normales. Yo hago así y se mueven, ¿ves? Supuestamente duran de por vida, son texturadas. A los seis meses se ve si tu organismo las rechaza. A mi me da medio cagazo eso. Pero qué vas a hacer. Si el organismo lo rechaza, lo rechaza. ¿Y estás contenta? Sí, yo estoy re contenta. No te había dicho nada porque quería ver si te dabas cuenta. Yo odio que parezca artificial. Si te ponés mucha teta obvio que va a quedar artificial. Mi mamá no se las hizo, al final pero porque ella tiene. Lo que sí, quiere levantárselas un poco. Pero ya es re tarde, eh, mirá la hora que se hizo... ¿Pagamos la cuenta? Sí, sí, pero antes vamos al baño.
miércoles, 13 de junio de 2007
Caminante del cielo rojo
martes, 12 de junio de 2007
Bienvenido Haruki
viernes, 8 de junio de 2007
Esta luz
Una forma de
mirar
o sonreir
una sábana mojada
y ese perfume rico
algo limpio ahí
de saber
que estamos
esta luz
de pasar las horas
escribiendo
un almanaque
sombrío
las hojas caen
los números
ciegos
delgados se mueven
aterrorizan
son límites canarios
enjaulados los picos
pio pio pio
que enjaulan un otro
decir solitario.
mirar
o sonreir
una sábana mojada
y ese perfume rico
algo limpio ahí
de saber
que estamos
esta luz
de pasar las horas
escribiendo
un almanaque
sombrío
las hojas caen
los números
ciegos
delgados se mueven
aterrorizan
son límites canarios
enjaulados los picos
pio pio pio
que enjaulan un otro
decir solitario.
jueves, 7 de junio de 2007
La sopa de cebollas de Zully
La primera vez que tomé una sopa de cebollas fue en casa de Zully. Era invierno y por esa época yo vivía resfriada porque me negaba a usar pantalones. En cambio, usaba unas polleras muy largas con medias poco gruesas (insuficientes para el invierno de hace once años) que dejaban traspasar el frío infernal de junio.
Todos comíamos mal, además. Falta de tiempo o porque no era importante. O porque era más importante el café con leche del bar de la esquina. Y los panes calientes que unos chicos vendían después del teórico de las nueve: ajo, tomate, queso o cebolla. Y eso era cenar. El tiempo se nos escurría en ideas para cuentos, obras de teatro, guiones de cine. Masticábamos poco pero tragábamos mucho. Engullíamos ávidos toda la maravilla (y toda la porquería) para quedar atrapados como moscas en la inmensidad de los pasillos de la facultad.
Siempre volvíamos tarde a nuestras casas, cuando en la mayoría de las familias ya se había cenado.
Pero en casa de Zully no. La casa de Zully siempre estaba abierta y en invierno olía a sopa de cebollas. Y su sopa de cebollas era espesa y humeante. Era un bálsamo para el frío. Una caricia para la noche que ya había empezado en nuestros estómagos adolescentes.
A mí no me gustaba la sopa. Pero después entendí que lo que no me gustaba era la sopa que se hacía en mi casa. No me gustaba la sopa de sobrecito. Las sopas quick.
Nunca le pedí la receta a Zully porque yo, en ese entonces, no sabía preparar ni un huevo frito. No es que me preocupara mucho. Aprendí cuando fue necesario y luego me gustó cocinar. Pero nunca fui amiga de recetas que duran más de una hora. La comida no debe tardar mucho en hacerse. Nunca el trabajo debe ser mayor a la posibilidad de disfrutarlo.
La sopa de cebollas de ayer salió espesa. Salió humeante. Salió tal cual yo la recordaba. Guille me preguntó si así eran las sopas que probé en París hace un año y yo le dije que no.
Esta sopa era más antigua y tenía historia.
Todos comíamos mal, además. Falta de tiempo o porque no era importante. O porque era más importante el café con leche del bar de la esquina. Y los panes calientes que unos chicos vendían después del teórico de las nueve: ajo, tomate, queso o cebolla. Y eso era cenar. El tiempo se nos escurría en ideas para cuentos, obras de teatro, guiones de cine. Masticábamos poco pero tragábamos mucho. Engullíamos ávidos toda la maravilla (y toda la porquería) para quedar atrapados como moscas en la inmensidad de los pasillos de la facultad.
Siempre volvíamos tarde a nuestras casas, cuando en la mayoría de las familias ya se había cenado.
Pero en casa de Zully no. La casa de Zully siempre estaba abierta y en invierno olía a sopa de cebollas. Y su sopa de cebollas era espesa y humeante. Era un bálsamo para el frío. Una caricia para la noche que ya había empezado en nuestros estómagos adolescentes.
A mí no me gustaba la sopa. Pero después entendí que lo que no me gustaba era la sopa que se hacía en mi casa. No me gustaba la sopa de sobrecito. Las sopas quick.
Nunca le pedí la receta a Zully porque yo, en ese entonces, no sabía preparar ni un huevo frito. No es que me preocupara mucho. Aprendí cuando fue necesario y luego me gustó cocinar. Pero nunca fui amiga de recetas que duran más de una hora. La comida no debe tardar mucho en hacerse. Nunca el trabajo debe ser mayor a la posibilidad de disfrutarlo.
La sopa de cebollas de ayer salió espesa. Salió humeante. Salió tal cual yo la recordaba. Guille me preguntó si así eran las sopas que probé en París hace un año y yo le dije que no.
Esta sopa era más antigua y tenía historia.
martes, 5 de junio de 2007
Indiana's song
Debo decir que, de todas formas, el libro de Marguerite Duras me decepcionó un poco. Quiero decir: entiendo la vuelta de tuerca que quiso hacer con uno u otro personaje y la contraposición entre el personaje de Anne Marie Stretter y la mendiga calva de Battambang.
Hay una historia con una niña que nace en medio de la hambruna y que es regalada a una mujer blanca para que la alimente y le dé mejor vida. La mendiga es calva y camina hasta Cacuta donde se junta con los leprosos sin jamás contagiarse la lepra.
Hay un inglesito joven llamado Peter Morgan que escribe la historia de la mendiga mientras el calor del monzón hace sudar las blancas camisas de los diplomáticos europeos allí apostados.
Hay un vicecónsul que en Lahore disparaba a los espejos y a los leprosos por la noche y que ahora, varado en Calcuta, espera nuevas instrucciones del embajador de Francia. Mientras tanto tararea un retazo de Indiana 's Song.
Claro que el embajador de Francia tiene una mujer. Esta mujer se llama Anne Marie Stretter.
No lo sé.
Quizás falló la traducción.
O quizás falló que Marguerite abusa de los pronombres personales. Ella. Ella. Ella. Él. Él. Él.
Y que yo me esperaba algo más.
¿De esta novela nace la película Indiana' s song? ¿O fue al revés? Marguerite compró su casa de los armarios azules con esa película. Fue importante.
Vilas Matas habla de esa película en su libro sobre París nunca se acaba.
No vi la película Indiana's Song. Encontré su guión en alguna librería perdida.
¿Alguien la vio?
Hay una historia con una niña que nace en medio de la hambruna y que es regalada a una mujer blanca para que la alimente y le dé mejor vida. La mendiga es calva y camina hasta Cacuta donde se junta con los leprosos sin jamás contagiarse la lepra.
Hay un inglesito joven llamado Peter Morgan que escribe la historia de la mendiga mientras el calor del monzón hace sudar las blancas camisas de los diplomáticos europeos allí apostados.
Hay un vicecónsul que en Lahore disparaba a los espejos y a los leprosos por la noche y que ahora, varado en Calcuta, espera nuevas instrucciones del embajador de Francia. Mientras tanto tararea un retazo de Indiana 's Song.
Claro que el embajador de Francia tiene una mujer. Esta mujer se llama Anne Marie Stretter.
No lo sé.
Quizás falló la traducción.
O quizás falló que Marguerite abusa de los pronombres personales. Ella. Ella. Ella. Él. Él. Él.
Y que yo me esperaba algo más.
¿De esta novela nace la película Indiana' s song? ¿O fue al revés? Marguerite compró su casa de los armarios azules con esa película. Fue importante.
Vilas Matas habla de esa película en su libro sobre París nunca se acaba.
No vi la película Indiana's Song. Encontré su guión en alguna librería perdida.
¿Alguien la vio?
lunes, 4 de junio de 2007
El vicecónsul
Me había empecinado en leer El vicecónsul de Marguerite Duras. Hace un año me topé con Escribir donde allí Marguerite contaba bajo que circunstancias había escrito El vicecónsul. En ese momento no pude evitar sentirme curiosa pero por más que busqué no encontré ninguna novela suya salvo El amante (que todos conocemos de memoria por la película y el guión).
En Escribir (un libro bellísimo) Marguerite hablaba de su casa en un pueblo. Ella escribía en el cuarto de arriba (el de los armarios con puertas azules) y luego en una gran mesa ubicada en la sala para poder mirar el jardín. Yo me la imaginaba deambulando sola por esa casa con su eterno vaso de whisky, cuidando de un guiso mientras mutilaba alguna frase polvorienta. La sentía cercana, muy cercana. A mí no me gusta el whisky ni tengo una casa con armarios de puertas azules pero entendía a la perfección ese impedimento solitario de no poder hablar del libro que se está escribiendo.
En Escribir (un libro bellísimo) Marguerite hablaba de su casa en un pueblo. Ella escribía en el cuarto de arriba (el de los armarios con puertas azules) y luego en una gran mesa ubicada en la sala para poder mirar el jardín. Yo me la imaginaba deambulando sola por esa casa con su eterno vaso de whisky, cuidando de un guiso mientras mutilaba alguna frase polvorienta. La sentía cercana, muy cercana. A mí no me gusta el whisky ni tengo una casa con armarios de puertas azules pero entendía a la perfección ese impedimento solitario de no poder hablar del libro que se está escribiendo.
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