viernes, 26 de septiembre de 2008
Ay Esmeralda
Cuando pienso en mis abuelos maternos pienso en un cuarto con un tocadisco sonando y a mi abuelo bailando con mi abuela al compás de una canción: "Ay Esmeralda, ráscame la espalda por favor, Ay Esmeralda trulatrulalala". Y efectivamente, el baile consistía en rascarle la espalda al otro. No sé de quién era esa canción y a veces dudo de si dicha escena existió realmente. De todas formas, ya no importa. El cuarto no existe y el disco se ha perdido pero mis abuelos deben estar bailando y rascándose la espalda en algún pedazo de cielo.
viernes, 19 de septiembre de 2008
jueves, 18 de septiembre de 2008
Primaveral
La savia le ha otorgado sensación.
Pronto será sangre. Fuego.
Una palabra lejana, indecisa.
Y yo, que tengo tiempo.
Todo el tiempo
del mundo.
Pronto será sangre. Fuego.
Una palabra lejana, indecisa.
Y yo, que tengo tiempo.
Todo el tiempo
del mundo.
lunes, 15 de septiembre de 2008
Asimetría
Mi espalda es un libro abierto, un remanso donde mi omóplato izquierdo no quiere despegarse.
Asimetría.
Sus manos me pellizcan suavemente, avanzan sobre el músculo y llegan al tendón. Suaves y precisas van pelando la madera añosa, dejándola en carne viva.
Mi espalda tiene algo de tallo verde y de tronco añoso.
La cuña se ablanda bajo sus manos poderosas. Quiero ser junco. Moverme con el viento. Liberar las esporas. Los dedos van filtrando frustraciones, traiciones y necedades. Como un arroyo que atraviesa un caño mohoso. El agua pura arrastra las historias que no se cumplieron y que se quedaron pegadas.
Todos estos días he soñado mucho. Algunos han sido sueños reales. No me asusto. Sé que me estoy liberando.
Asimetría.
Sus manos me pellizcan suavemente, avanzan sobre el músculo y llegan al tendón. Suaves y precisas van pelando la madera añosa, dejándola en carne viva.
Mi espalda tiene algo de tallo verde y de tronco añoso.
La cuña se ablanda bajo sus manos poderosas. Quiero ser junco. Moverme con el viento. Liberar las esporas. Los dedos van filtrando frustraciones, traiciones y necedades. Como un arroyo que atraviesa un caño mohoso. El agua pura arrastra las historias que no se cumplieron y que se quedaron pegadas.
Todos estos días he soñado mucho. Algunos han sido sueños reales. No me asusto. Sé que me estoy liberando.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Almuerzo de domingo
Invitamos a mamá a comer a casa. Mi papá está en Venezuela así que aprovecho para suplir el asado del domingo con nuevos platos. De todo lo que aprendí con Lili el sábado pasado decido deleitarlos con la salsa carmín, entre otras cosas. Tengo una variedad de hongos secos que he puesto a hidratar: shitake y gírgolas. Además, pak choy, rúcula, brotes de soja, una variedad de verduras de hoja verde que le dan al plato un aspecto primaveral. Me esmero en la salsa que acompañará la cebada: remolachas, puerros, cebolllita de verdeo y zanahorias. El que inventó la multiprocesadora es un genio. La salsa queda espesa y de un rojo púrpura brillante.
-¿Vos te vas a dedicar a hacer shiatsu o a abrir un restaurante?-me pregunta mi mamá mientras me ve espolvorerar semillas de amapola en su plato. Y enseguida agrega: -No, no, mejor aún, vos tenés que abrir un restaurante donde además hagan shiatsu.
Sin palabras.
-¿Vos te vas a dedicar a hacer shiatsu o a abrir un restaurante?-me pregunta mi mamá mientras me ve espolvorerar semillas de amapola en su plato. Y enseguida agrega: -No, no, mejor aún, vos tenés que abrir un restaurante donde además hagan shiatsu.
Sin palabras.
viernes, 12 de septiembre de 2008
Quirófanos
Me golpea un recuerdo. Llorar a la salida del colegio, tengo diecisiete años y el corazón destrozado. Ya no soy una nena. Soy grande. No es el primer quirófano pero esta vez no estoy en la sala de espera. Es que ya son tantos los quirófanos que ha dejado de ser importante estar en la sala de espera. Esta vez, estoy en el colegio. Lloro pero soy grande. El abrazo de Ale es caliente, una tal Beatriz, de administración, pregunta si llaman a mi casa. Y yo, no, no llamen. Es que allí no hay nadie. Ale me dice, vení a mi casa. Pero estoy peleada con Ale. Hace un año que no nos hablamos. Ella vuelve a decir, vení a mi casa. Y no me dice "yo te cuido" pero es como si me cuidara. Las calles de Belgrano están inundadas. Nos cuesta cruzarlas. El cielo está furioso. Alguien, ahora, en este momento, está introduciendo un escalpelo en el ojo de mi madre. Ya no lloro. Se me han secado las lágrimas.
jueves, 4 de septiembre de 2008
Al tiempo no le gusta que lo marquen
Se está haciendo de noche.
Las calles están atestadas y sucias. Carritos, carricoches, basura y mercancías. Paso por entre la gente con andar ligero. No corro, troto. Mi mochila se queja de que los libros se han puesto a saltar en su pequeño interior.
zig zag,
zig zag,
zig zag,
la calle se escurre por entre mis pies.
Jamás uso tacos para andar por las calles porteñas. Nada más indefenso que usar tacos en la city. Nada más indefenso que usar tacos en lugares hostiles. Nada más estúpido e indefenso que usar tacos. Mis botas han soportado todos los accidentes geográficos habidos y por haber. Firme por la calzada, troto, troto, troto.
Ya se ha hecho de noche. Las luces de las ventanas de los edificios parecen estrellas bajas.
Ale me recibe con las mejillas encendidas. Tenés fiebre, le digo. No, ¿por? Ale hace dos semanas que duerme cuatro horas, trabaja tanto que se olvida de comer. Incluso se ha olvidado la voz en algún rincón del cuerpo. Tengo sólo quince minutos, le digo. La abrazo. Mi amiga se disuelve en el abrazo. De pronto quiero tirar todo a la mierda, quedarme, hacerle mate, ayudarla a armar las valijas, mimarla. Pero tengo que dar clases y aún me resta tomarme un subte. Te haría shiatsu ya. No tengo fiebre, me dice. No, pero vas a tener, tenés que parar. Mañana se toma un avión para Venezuela. Conocerá a su sobrino. Quiero parar el tiempo. ¡Ale va a conocer a su sobrino!
tic tac
tic tac
tic tac
Quince minutos pueden ser mucho tiempo. Con los dedos le marco los puntos buenos para la tos. Acá y acá. Nos abrazamos fuerte. Ya estoy con un pie afuera. Ya estoy corriendo al subte. Ya estoy subiendo al subte. Ya estoy bajando del subte. Ya estoy entrando al aula donde quince personas me esperan
-también extenuadas-
el comienzo de un práctico
de lingüística.
Las calles están atestadas y sucias. Carritos, carricoches, basura y mercancías. Paso por entre la gente con andar ligero. No corro, troto. Mi mochila se queja de que los libros se han puesto a saltar en su pequeño interior.
zig zag,
zig zag,
zig zag,
la calle se escurre por entre mis pies.
Jamás uso tacos para andar por las calles porteñas. Nada más indefenso que usar tacos en la city. Nada más indefenso que usar tacos en lugares hostiles. Nada más estúpido e indefenso que usar tacos. Mis botas han soportado todos los accidentes geográficos habidos y por haber. Firme por la calzada, troto, troto, troto.
Ya se ha hecho de noche. Las luces de las ventanas de los edificios parecen estrellas bajas.
Ale me recibe con las mejillas encendidas. Tenés fiebre, le digo. No, ¿por? Ale hace dos semanas que duerme cuatro horas, trabaja tanto que se olvida de comer. Incluso se ha olvidado la voz en algún rincón del cuerpo. Tengo sólo quince minutos, le digo. La abrazo. Mi amiga se disuelve en el abrazo. De pronto quiero tirar todo a la mierda, quedarme, hacerle mate, ayudarla a armar las valijas, mimarla. Pero tengo que dar clases y aún me resta tomarme un subte. Te haría shiatsu ya. No tengo fiebre, me dice. No, pero vas a tener, tenés que parar. Mañana se toma un avión para Venezuela. Conocerá a su sobrino. Quiero parar el tiempo. ¡Ale va a conocer a su sobrino!
tic tac
tic tac
tic tac
Quince minutos pueden ser mucho tiempo. Con los dedos le marco los puntos buenos para la tos. Acá y acá. Nos abrazamos fuerte. Ya estoy con un pie afuera. Ya estoy corriendo al subte. Ya estoy subiendo al subte. Ya estoy bajando del subte. Ya estoy entrando al aula donde quince personas me esperan
-también extenuadas-
el comienzo de un práctico
de lingüística.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Orígenes
Mi alumno vive en Israel pero es rumano. Tiene dos hijas que viven en pueblos cercanos a su pueblo y dos nietos. "Porque allá todo es más pequeño", dice. Y los ojos se le sonríen. Aprendió a decir: "estoy orgulloso de mis hijas y mis nietos". "Orgulloso" es una palabra que en rumano se pronuncia casi igual.
Mi abuela Ester era rumana. Mi alumno se maravilla de que alguito de mi sangre tenga raíces rumanas. ¿Nunca fuiste a Rumania?, me pregunta. No y no sé de dónde era mi abuela. Le explico que mis abuelos y mis bisabuelos nunca hablaban del pasado porque el pasado era muy doloroso. "Pero tu nombre es italiano", me dice confundido. Le explico que sólo mi nombre es italiano. En esta tierra el macho es el que impone su apellido. En mi caso, hubo un Rossi de Génova que llegó a fines del siglo XIX y se instaló en La Boca. Enamoró a una chica y se casó con ella. Tuvieron cuatro hijos de los cuales uno fue mi abuelo: Floreal Rossi. Mi abuelo se enamoró de Catalina, una judía hija de rusos. Se casó con ella y tuvieron dos hijos, uno de ellos, mi padre. Mi abuelo Floreal tenía los ojos almendrados y castaños. Sus cinco nietos heredamos esos ojos. La marca Rossi.
Mi mamá de italiana, niente. Más bien diría que es una buena mezcla de rusos, polacos y rumanos. Una equivocación magistral de mi bisabuela materna hizo que sus descendientes naciéramos aquí. La vieja a los 17 años se equivocó de buque y en vez de ir a Nueva York donde la estaban esperando sus familiares se vino a Buenos Aires. Mi bisabuelo, un polaco que estaba en el puerto esperando a unos amigos, vio a la rusita sola y perdida sin saber una palabra de castellano y se la llevó al conventillo donde vivía. Se casaron a los pocos meses y tuvieron varios hijos. De ahí viene mi abuelo Tito Solarz, el papá de mi mamá. Mi abuelo Tito tenía una marquita roja, una frutillita en la nuca. Mi mamá tiene la misma frutillita y mi hermano y yo también la heredamos. La marca Solarz.
Mi abuelo Tito se enamoró de mi abuela Ester, una rumana que se vino a los cuatro años en un barco del cual sólo recordaba el arroz con leche de la tarde. Nunca supo hablar rumano pero jamás adoptó la nacionalidad argentina. Su apellido quedó trastocado para siempre por la ignorancia de algún funcionario argentino y difería del apellido de su padre y su hermana. Un desastre. Nunca sabremos si era Drajner o Derasner.
Mi abuela Ester era rumana. Mi alumno se maravilla de que alguito de mi sangre tenga raíces rumanas. ¿Nunca fuiste a Rumania?, me pregunta. No y no sé de dónde era mi abuela. Le explico que mis abuelos y mis bisabuelos nunca hablaban del pasado porque el pasado era muy doloroso. "Pero tu nombre es italiano", me dice confundido. Le explico que sólo mi nombre es italiano. En esta tierra el macho es el que impone su apellido. En mi caso, hubo un Rossi de Génova que llegó a fines del siglo XIX y se instaló en La Boca. Enamoró a una chica y se casó con ella. Tuvieron cuatro hijos de los cuales uno fue mi abuelo: Floreal Rossi. Mi abuelo se enamoró de Catalina, una judía hija de rusos. Se casó con ella y tuvieron dos hijos, uno de ellos, mi padre. Mi abuelo Floreal tenía los ojos almendrados y castaños. Sus cinco nietos heredamos esos ojos. La marca Rossi.
Mi mamá de italiana, niente. Más bien diría que es una buena mezcla de rusos, polacos y rumanos. Una equivocación magistral de mi bisabuela materna hizo que sus descendientes naciéramos aquí. La vieja a los 17 años se equivocó de buque y en vez de ir a Nueva York donde la estaban esperando sus familiares se vino a Buenos Aires. Mi bisabuelo, un polaco que estaba en el puerto esperando a unos amigos, vio a la rusita sola y perdida sin saber una palabra de castellano y se la llevó al conventillo donde vivía. Se casaron a los pocos meses y tuvieron varios hijos. De ahí viene mi abuelo Tito Solarz, el papá de mi mamá. Mi abuelo Tito tenía una marquita roja, una frutillita en la nuca. Mi mamá tiene la misma frutillita y mi hermano y yo también la heredamos. La marca Solarz.
Mi abuelo Tito se enamoró de mi abuela Ester, una rumana que se vino a los cuatro años en un barco del cual sólo recordaba el arroz con leche de la tarde. Nunca supo hablar rumano pero jamás adoptó la nacionalidad argentina. Su apellido quedó trastocado para siempre por la ignorancia de algún funcionario argentino y difería del apellido de su padre y su hermana. Un desastre. Nunca sabremos si era Drajner o Derasner.
martes, 2 de septiembre de 2008
Hablar no es sólo hablar
En unos minutos llega mi alumno nuevo. Sé que es un hombre mayor y que es su primera vez en Buenos Aires. Sé también que viene a bailar el tango y que maneja los pretéritos de manera aceptable. Cuando hablamos por teléfono fui anotando mentalmente lo que necesita: una buena repasada de ser y estar, vocabulario porteño, un mix de cultura porteña y conversación. La persona que me recomendó asegura que "es un personaje". No tenemos muchos días pero los suficicientes como para armar algo.
Me enternece la ignorancia de algunos extranjeros que no ven el Puente Saavedra como un límite sino como un mero accidente geográfico. Buenos Aires se abre ante ellos como una nebulosa de enormes distancias. No las discuten, tan sólo se entregan a ellas. Cuando le digo que el 152 dobla por la calle Carlos Gardel le parece de lo más apropiado.
Tengo preparado mate, chipá, un fajo de fotocopias, el María Moliner, el grabador. Sé que usaré la mitad de las cosas que he preparado. Siempre es así. La primera clase siempre es un abismo que hay que saltar. Sólo sé que él quiere aprender mi lengua. Tendré que llegar a él. De a poco iré pulsando las palabras que hay en su interior. Porque hablar no es meramente hablar. Y hablar una lengua que no nos pertenece tampoco es meramente hablar.
Quizás eso es lo que hace de este trabajo algo tan interesante.
Me enternece la ignorancia de algunos extranjeros que no ven el Puente Saavedra como un límite sino como un mero accidente geográfico. Buenos Aires se abre ante ellos como una nebulosa de enormes distancias. No las discuten, tan sólo se entregan a ellas. Cuando le digo que el 152 dobla por la calle Carlos Gardel le parece de lo más apropiado.
Tengo preparado mate, chipá, un fajo de fotocopias, el María Moliner, el grabador. Sé que usaré la mitad de las cosas que he preparado. Siempre es así. La primera clase siempre es un abismo que hay que saltar. Sólo sé que él quiere aprender mi lengua. Tendré que llegar a él. De a poco iré pulsando las palabras que hay en su interior. Porque hablar no es meramente hablar. Y hablar una lengua que no nos pertenece tampoco es meramente hablar.
Quizás eso es lo que hace de este trabajo algo tan interesante.
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