Madame,
Los castillos de sangre existen,
lo sé, y se alimentan con sol.
Un alma como la tuya
nunca es un alma sola,
tu alma es un sustantivo colectivo.
El mar se lleva cosas
pero también trae flores, rompecabezas.
Lacuarel
jueves, 30 de octubre de 2008
martes, 28 de octubre de 2008
La noche
BAILANDO CON FELIPE
acrílico 90 por 80 cm
2007
Lucho Rossi
acrílico 90 por 80 cm
2007
Lucho Rossi
Dormir en casa de mi hermano
y que las ventanas sean
las ventanas de los abuelos.
Felipe baila en mis sueños
y me da calorcito en los pies.
viernes, 10 de octubre de 2008
La mancha
Leopoldo Presas y Santiago Cogorno -ambos pintores argentinos muy reconocidos- se conocieron en el taller de Adolfo Sorzio. Presas describe la relación con Cogorno como algo extraño y mágico. Ambos se dedicaban a la pintura y al dibujo hasta que Presas comenzó a trabajar en su proyecto de estampería textil. Por ese entonces, para que él pudiera dedicarse a la pintura libremente, la madre de Presas debía hacer cuatro docenas de cuellos para camisa por día. Para el pintor era demasiado injusto y algo debía hacer.
Comenzó a trabajar en una estampería textil, oficio para el cual su capacidad de dibujante le era muy útil. Luego de un tiempo pudo comenzar a trabajar por su cuenta y en la misma casa donde vivían, instaló siete mesas de dibujos para él y sus dos operarios. Esta situación lo llevó a alejarse paulatinamente de la pintura, cosa que a Santiago Cogorno le pareció inadmisible. Cada vez que se volvían a encontrar - y estas veces se volvieron distantes e infrecuentes- la pregunta de Cogorno era la misma: "¿Y? ¿Estás pintando?". Pero Presas respondía siempre que no.
Pasaron diez años.
Pero un día sucedió algo. Un buen día, sin saber muy bien por qué, Presas armó su caja de colores, tomó un cartón bastante grande, un caballete y dejando su taller de estampados se fue hasta el Bajo Flores, detrás del Hospital Piñero, a pocas cuadras de donde vivía. Una vez allí, se instaló y en pocos minutos completó una mancha.
Volvió a su casa muy contento sin comprender mucho lo que estaba sucediendo. Incluso comenzó a sentirse tan agitado que necesitó salir otra vez a caminar para pensar. Decidió, entonces, tomar el subte e ir al centro. Pero cuando estaba bajando las escaleras de la estación María Moreno, emergió como por arte de magia Santiago Cogorno. La pregunta de rigor fue lanzada pero esta vez la respuesta fue un sí.
Presas le contó muy entusiasmado la mancha que acababa de hacer y Cogorno casi lo obligó a que lo llevara a verla. Llegaron a la casa y Presas le mostró el trabajo todavía fresco. Cogorno se quedó un rato mirándolo y luego le dijo con una mezcla de ironía y afecto: "Mirá, che... Esto guardalo, porque esto, ni sabés cómo lo hiciste, ni nunca más vas a poder volver a hacerlo".
Presas jamás quiso vender esa mancha y hasta el día de hoy la considera su talismán. Con los años compenzó a dedicarse algunas horas a la pintura hasta que por fin se dedicó por completo. Y sobre esa mancha dice lo siguiente:
"Aquella mancha del Bajo Flores, representaba en mi vida de pintor, además de otras muchas cosas, la pérdida de mi timidez. Muchas veces vuelvo a ella y no es broma. Era muy común que yo empezara un trabajo y no lo terminara. Siempre quedaban pedazos del soporte por cubrir, pero no porque fuera una elección plástica, sino porque tal vez me resistía a aceptar el resultado final. Mis trabajos al aire libre, siempre habían terminado así. Aquella mancha en cambio, estaba completa. Me gustaba y lo que era mucho más para mí, le había gustado a Cogorno".
Yo hoy me pregunto cuál será mi mancha. En realidad no me lo pregunto. Sé cuál es.
Comenzó a trabajar en una estampería textil, oficio para el cual su capacidad de dibujante le era muy útil. Luego de un tiempo pudo comenzar a trabajar por su cuenta y en la misma casa donde vivían, instaló siete mesas de dibujos para él y sus dos operarios. Esta situación lo llevó a alejarse paulatinamente de la pintura, cosa que a Santiago Cogorno le pareció inadmisible. Cada vez que se volvían a encontrar - y estas veces se volvieron distantes e infrecuentes- la pregunta de Cogorno era la misma: "¿Y? ¿Estás pintando?". Pero Presas respondía siempre que no.
Pasaron diez años.
Pero un día sucedió algo. Un buen día, sin saber muy bien por qué, Presas armó su caja de colores, tomó un cartón bastante grande, un caballete y dejando su taller de estampados se fue hasta el Bajo Flores, detrás del Hospital Piñero, a pocas cuadras de donde vivía. Una vez allí, se instaló y en pocos minutos completó una mancha.
Volvió a su casa muy contento sin comprender mucho lo que estaba sucediendo. Incluso comenzó a sentirse tan agitado que necesitó salir otra vez a caminar para pensar. Decidió, entonces, tomar el subte e ir al centro. Pero cuando estaba bajando las escaleras de la estación María Moreno, emergió como por arte de magia Santiago Cogorno. La pregunta de rigor fue lanzada pero esta vez la respuesta fue un sí.
Presas le contó muy entusiasmado la mancha que acababa de hacer y Cogorno casi lo obligó a que lo llevara a verla. Llegaron a la casa y Presas le mostró el trabajo todavía fresco. Cogorno se quedó un rato mirándolo y luego le dijo con una mezcla de ironía y afecto: "Mirá, che... Esto guardalo, porque esto, ni sabés cómo lo hiciste, ni nunca más vas a poder volver a hacerlo".
Presas jamás quiso vender esa mancha y hasta el día de hoy la considera su talismán. Con los años compenzó a dedicarse algunas horas a la pintura hasta que por fin se dedicó por completo. Y sobre esa mancha dice lo siguiente:
"Aquella mancha del Bajo Flores, representaba en mi vida de pintor, además de otras muchas cosas, la pérdida de mi timidez. Muchas veces vuelvo a ella y no es broma. Era muy común que yo empezara un trabajo y no lo terminara. Siempre quedaban pedazos del soporte por cubrir, pero no porque fuera una elección plástica, sino porque tal vez me resistía a aceptar el resultado final. Mis trabajos al aire libre, siempre habían terminado así. Aquella mancha en cambio, estaba completa. Me gustaba y lo que era mucho más para mí, le había gustado a Cogorno".
Yo hoy me pregunto cuál será mi mancha. En realidad no me lo pregunto. Sé cuál es.
viernes, 3 de octubre de 2008
El hachazo
No sé ser yo aún.
Del árbol me arrancaron. No hubo maduración. No hubo nada.
Sólo un corte. De cuajo.
Y silencio. Mucho silencio.
Yo no sé levantar muros.
Yo no sé callar.
Pero voy a aprender lo que tenga que aprender.
Del árbol me arrancaron. No hubo maduración. No hubo nada.
Sólo un corte. De cuajo.
Y silencio. Mucho silencio.
Yo no sé levantar muros.
Yo no sé callar.
Pero voy a aprender lo que tenga que aprender.
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