Es sabido que cada vez que mis padres vuelven de un viaje lo hacen cargados de regalos. Y es sabido que siempre tienen problemas con el equipaje y el peso. También es sabido que mi madre es la tiradora oficial de cosas y mi padre el juntador oficial de las mismas. Pero siempre traen muchas cosas hermosas y algunas realmente muy exóticas. Son muy eclécticos a la hora de regalar. Esta vez, volvieron de Rusia y Francia cargados de reproducciones, vestidos, telas, libros, música, cajitas, mamushkas y joyas. Y entre todas esas cosas: una frutera. Sí, una frutera.
Con ustedes, la frutera (y un cubretetera en forma de muñeca rusa)
Los fui a visitar el fin de semana pasado y luego de un copioso almuerzo mi madre me hace un paquete con los regalos.
Padre -¿Le vas a dar la frutera también?
Madre -Era para ella, ¿no?
Padre -¿Era para ella? ¿No era para nosotros la frutera?
Yo -Bueno, si la quieren... todo bien, eh.
Madre (a mí) -No, no, es para vos.
Padre (a mi madre) -Pero si la quisiste tirar todo el viaje...
Yo -...
Madre (a mi padre) -Bueno, molestaba bastante para trasladarla por toda Europa, ¿no?
Padre -No entiendo, estuviste todo el viaje diciendo que la ibas a tirar y ahora se la das a Florencia.
Yo -Eeeh... Pa, si la querés es tuya.
Padre ( a mí) -No, no, de ninguna manera, tenela, pero llenala de fruta, eso sí.
jueves, 30 de septiembre de 2010
jueves, 23 de septiembre de 2010
Feliz como una lombriz en un día de lluvia
Cuando alguien viene a mi casa
trabado y con dolor
mareado o con náuseas
o queriendo vomitar...
Y luego se va feliz
bailando como una lombriz
bajo la tierra de un día gris
de lluvia primaveral
pienso:
cómo me gusta hacerle shiatsu a la gente.
trabado y con dolor
mareado o con náuseas
o queriendo vomitar...
Y luego se va feliz
bailando como una lombriz
bajo la tierra de un día gris
de lluvia primaveral
pienso:
cómo me gusta hacerle shiatsu a la gente.
lunes, 20 de septiembre de 2010
Engendrar - Nutrir - Parir
Mi amiga Montse está embarazada de cinco meses.
Mi amiga Mariana está embarazada de cinco meses aussi.
Son dos amigas de la facultad. Ambas parirán para la misma fecha.
Sólo me embarga hermosura ante la vida que crece en estos dos vientres. Las dos serán madres buenísimas. Lo sé.
En una larga charla por teléfono le cuento a Montse que estoy preparando canciones nuevas, que quiero volver al ruedo, que estoy haciendo música todos los días. Ella me dice:
-Yo me acuerdo de una vez que fuimos con Eze a escucharte cantar en Plaza Serrano. Cantaste una canción de un niño. No era exactamente una canción de cuna pero cuando la escuché me pareció que era la canción exacta para cantarle a un hijo. Y mirá que en esa época yo no pensaba en tener hijos.
No sé qué canción era esa pero me asombra cómo perduran las sensaciones que provocan las canciones que se cantaron allá lejos y hace tiempo.
En un bar de Olivos, frente a una taza de café con leche y medialunas, luego de compartir una clase de yoga, le cuento a Mariana que quizás me compre un resonador dobro o una guitarra de 12 cuerdas porque me gusta el sonido que tiene, porque quiero aprender nuevas técnicas, investigar. Ella me dice:
-Yo me acuerdo especialmente de esa vez que cantaste en el centro cultural de Facultad de Economía con una guitarra nada más. Trasmitías algo tan bueno cuando cantabas.
Y sonríe. Y se toca la panza.
Después me susurra:
-Es algo tan raro estar embarazada, Flor.
Mi amiga Mariana está embarazada de cinco meses aussi.
Son dos amigas de la facultad. Ambas parirán para la misma fecha.
Sólo me embarga hermosura ante la vida que crece en estos dos vientres. Las dos serán madres buenísimas. Lo sé.
En una larga charla por teléfono le cuento a Montse que estoy preparando canciones nuevas, que quiero volver al ruedo, que estoy haciendo música todos los días. Ella me dice:
-Yo me acuerdo de una vez que fuimos con Eze a escucharte cantar en Plaza Serrano. Cantaste una canción de un niño. No era exactamente una canción de cuna pero cuando la escuché me pareció que era la canción exacta para cantarle a un hijo. Y mirá que en esa época yo no pensaba en tener hijos.
No sé qué canción era esa pero me asombra cómo perduran las sensaciones que provocan las canciones que se cantaron allá lejos y hace tiempo.
En un bar de Olivos, frente a una taza de café con leche y medialunas, luego de compartir una clase de yoga, le cuento a Mariana que quizás me compre un resonador dobro o una guitarra de 12 cuerdas porque me gusta el sonido que tiene, porque quiero aprender nuevas técnicas, investigar. Ella me dice:
-Yo me acuerdo especialmente de esa vez que cantaste en el centro cultural de Facultad de Economía con una guitarra nada más. Trasmitías algo tan bueno cuando cantabas.
Y sonríe. Y se toca la panza.
Después me susurra:
-Es algo tan raro estar embarazada, Flor.
sábado, 18 de septiembre de 2010
jueves, 16 de septiembre de 2010
So many Books, so little Time
¿A vos no te pasa que entrás a una librería y hay libros que te llaman? Ayer, un coro de voces. Y encima tan distintos. Tuve que contenerme. Uno para regalar. Tres para mí. Hay libros maravillosos allá afuera. Y hay uno pugnando por salir. Lo tengo clavado en el esternón.
Dios.
Y esta vorágine de que me haya puesto a escribir otra vez es culpa de esta bella persona.
Dios.
Y esta vorágine de que me haya puesto a escribir otra vez es culpa de esta bella persona.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Llorando, descascarando...
Voy destilando las últimas notas amargas.
Me voy llorando, descascarando.
Me descubro en una acción, hace unos años, una acción cobarde, muy cobarde. Me desespera la cobardía. Y, sin embargo, hola, acá estamos.
Comprendo por qué tomé ciertas decisiones. Comprendo por qué estuve muy enojada años atrás.
Me voy llorando, descascarando.
Nadie fue una mala persona. Tuve esa suerte. Nunca estuve rodeada de malas personas.
Tal vez un poco cortas de vista. Tal vez.
¿Pero quién no se ha visto en la encrucijada y traspapeló lo que era importante?
Me voy llorando, descascarando.
La corteza es liviana esta primavera. Pero el brote, este brote verde que tengo entre mis manos, es certero.
Me voy llorando, descascarando.
Me descubro en una acción, hace unos años, una acción cobarde, muy cobarde. Me desespera la cobardía. Y, sin embargo, hola, acá estamos.
Comprendo por qué tomé ciertas decisiones. Comprendo por qué estuve muy enojada años atrás.
Me voy llorando, descascarando.
Nadie fue una mala persona. Tuve esa suerte. Nunca estuve rodeada de malas personas.
Tal vez un poco cortas de vista. Tal vez.
¿Pero quién no se ha visto en la encrucijada y traspapeló lo que era importante?
Me voy llorando, descascarando.
La corteza es liviana esta primavera. Pero el brote, este brote verde que tengo entre mis manos, es certero.
lunes, 13 de septiembre de 2010
El limonero Lázaro
Lázaro y Gabriel saludándose
Gabriel dio sólo dos limones. No fue una buena temporada para los frutales y él mío me lo hizo notar. No te aflijas, me dijo un Ingeniero Agrónomo, las lluvias vinieron muy fuerte el año pasado, el granizo arrancó todo.
No me afligí pero redoblé la apuesta y fertilicé y regué a Gabriel tal como Ingeniero Agrónomo sugirió. Ya tiene nuevos brotes y flores. Veremos qué pasa este verano. De todos modos, ya tiene un nuevo amiguito: Lázaro. Lo encontré a tres cuadras de mi casa mientras dábamos una vuelta con el perro. Estaba paradito en la vereda como esperando a alguien, con todas las raíces al descubierto.
Lázaro no tiene ni un limón pero por la hoja se sabe que es un limonero con todas las de la ley.
Lo trajimos con ayuda de Nico (al perro lo dejé previamente en casa porque estorbaba) y dejamos un reguero de tierra por todo el camino.
Una vez en el jardín lo inspeccioné y noté que efectivamente tiene todas y cada una de las hojas viejas abichadas (minador, cochinilla, no le falta nada al pobre) pero la llegada de la primavera le está haciendo brotar nuevas hojas moraditas, relucientes y sanas. Y por si fuera poco, el tipo tiene pimpollos de flor de azar.
Nada detiene a la naturaleza, aunque esté enferma.
Así que quizás, entre los dos limoneros se ayudan en esto de la polinización. Viento y abejas, pónganse las pilas, eh.
jueves, 9 de septiembre de 2010
Paco Ibañez
Estoy en el Teatro Coliseo con mi hermano un sábado a la noche. Venimos a escuchar a Paco Ibañez. El hombre tiene 75 años, una guitarra y una voz que hace temblar las piedras. Arranca con una canción que dice "porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos". Sin poder evitarlo, empiezo a lagrimear. ¿Dios! ¿Qué me pasa? ¿Qué me emociona tanto de esta canción? ¿Por qué estoy llorando tanto? ¿Es Rafael Alberti lo que me emociona o hay algo más detrás de todo esto?
En el intervalo nos encontramos con un amigo de la infancia. El también está emocionado. Nos dice: esto es como una máquina del tiempo que va directo al '85.
Una máquina del tiempo. Algo de eso hay.
Mi mamá joven, cantando, con todos los cancioneros desparramados en el living de la casita de Paraná. Mamá tenía una bolsa llena de cuadernos escolares. Las canciones estaban con su letra manucrita.
Es que Paco Ibañez es la infancia, es un LP con hermosas ilustraciones y canciones que hablaban de lobos buenos y corderos malos. Paco Ibañez es mamá cantando, le digo a mi hermano que también lagrimea un poco a mi lado.
Y sólo entonces después nos reímos.
En el intervalo nos encontramos con un amigo de la infancia. El también está emocionado. Nos dice: esto es como una máquina del tiempo que va directo al '85.
Una máquina del tiempo. Algo de eso hay.
Mi mamá joven, cantando, con todos los cancioneros desparramados en el living de la casita de Paraná. Mamá tenía una bolsa llena de cuadernos escolares. Las canciones estaban con su letra manucrita.
Es que Paco Ibañez es la infancia, es un LP con hermosas ilustraciones y canciones que hablaban de lobos buenos y corderos malos. Paco Ibañez es mamá cantando, le digo a mi hermano que también lagrimea un poco a mi lado.
Y sólo entonces después nos reímos.
Pancho Sancho Ancho Rossi
Pancho es mi mejor despertador. A las siete de la mañana viene a mi cuarto. Escucho sus patitas golpeteando la madera y su jadeo de perrito viejito. Le gusta acostarse en cuanto trapo haya ( no más ropa tirada a riesgo de que toda mi ropa huela a perro). Si quiere hacer pis me ladra, yo me levanto, le abro la puerta del jardín y él sale disparado a vaciar su vejiga. Y así.
Descubrí que si lo saco tarde a la noche no necesita salir disparado temprano a la mañana y gano una hora más de sueño.
Descubrí que si lo hago caminar mucho de noche, a la mañana anda cojeando por los rincones.
Después se le pasa.
Le gusta tomar sol si estoy afuera en el jardín.
No se sube al futón de shiatsu (bueno, una vez, a escondidas).
Si estoy escribiendo o trabajando en el escritorio, se duerme en el hueco donde están mis pies.
Si estoy cantando o garabateando cifrados en un papel, suspira y me mira desde un rincón.
Si me voy, llora mansamente. Yo le digo que no sea tan Saro Bernardo.
Después se queda tranquilo.
Amo a este perro.
Descubrí que si lo saco tarde a la noche no necesita salir disparado temprano a la mañana y gano una hora más de sueño.
Descubrí que si lo hago caminar mucho de noche, a la mañana anda cojeando por los rincones.
Después se le pasa.
Le gusta tomar sol si estoy afuera en el jardín.
No se sube al futón de shiatsu (bueno, una vez, a escondidas).
Si estoy escribiendo o trabajando en el escritorio, se duerme en el hueco donde están mis pies.
Si estoy cantando o garabateando cifrados en un papel, suspira y me mira desde un rincón.
Si me voy, llora mansamente. Yo le digo que no sea tan Saro Bernardo.
Después se queda tranquilo.
Amo a este perro.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
martes, 7 de septiembre de 2010
lunes, 6 de septiembre de 2010
Tao de la raíz sola
No se ha de despreciar el trabajo que requiere quitar una planta cómodamente enraizada de la faz del jardín.
No se han de despreciar los golpes de azadón y pala, el filo de las tijeras, las manos rasposas y húmedas.
No se ha de despreciar el sudor con que se remueve la tierra compacta. La fuerza que lleva a socavar el interior de una cueva fértil y profanar la vida que allí prolifera.
No se ha de despreciar la sutileza de los dedos penetrando entre las raíces de la planta, separándola de su entorno, de un otro ser que la anuda a la tierra, la chupa hacia el centro.
No se ha de despreciar la lucha febril entre ambas raíces, la vana lucha de intentar despegar dos cosas sin lastimarlas. No se ha de despreciar la savia que sangra, la humedad que se seca, la tierra que se chamusca, el hueco hondo que resta, el aire nuevo penetrando.
Pero tampoco se han de despreciar mis brazos que abrazan a la planta que ha de vivir, la que ha de plantarse en otro sitio, la que, aún herida, se quedará para enraizar en otro sitio de este jardín.
Hubo una vez dos y ahora hay una. Una sola. Y está bien.
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