El jueves nos levantamos a las seis de la mañana. Me bañé con el jabón
pervinox tal como me lo habían indicado, me cambié, hice la mochila con algunas prendas y separé los
papeles para la internación. No podía beber ni comer nada. Nico se tomó
un café y partimos rumbo a la clínica. Cuando llegamos aún era de noche. En admisión me pidieron mis datos, me hicieron llenar unos papeles,
firmar un consentimiento y me mandaron a cirugía ambulatoria (por un
tema de osde no podían enviarme directamente a una habitación).
La enfermera de cirugía ambulatoria resultó ser un amor. Graciela me
tomó la presión, la temperatura, me hizo las preguntas de rigor y me
pidió los pre quirúrgicos. "Ahora te voy a mandar a bañar", me dijo dándome una bata, una gorra y pantuflitas. Me sentí como una niña pequeña y se lo dije. La hice reir. "Te bañás con
pervinox y luego te vestís con esto". En el baño, mientras me duchaba, me despedí de mi ombligo tal y como lo conocía. "Nos veremos en unos días y ya todo habrá cambiado", pensé. Al terminar volví a la habitación donde, además de Nico, ya
estaban mis papás. Yo estaba muy ridícula con la ropa para entrar al
quirófano pero no me importó. Me sentía tranquila lo cual no dejaba de
ser muy extraño.
De pronto, apareció mi médico que venía de hacer una laparoscopía previa
para saludarme. Lo primero que me dijo fue: "ah, pero qué elegancia".
Nos reímos. Después me preguntó si había logrado dormir algo. "Sí", le
respondí, "Y vos, ¿descansaste bien? Porque el que va a operar acá sos
vos". Se rió y me aseguró que sí. Lo tranquilizó a Nico y a mis papás y les aclaró un poco los tiempos de
la cirugía. Luego, Graciela vino a buscarme y me llevó
caminando a la zona de los quirófanos que estaba pintada de un azul como
el de las piscinas. Pasamos pasillos y puertas de vidrio. "Entonces así es como son los hospitales del otro lado", pensé. Una vez allí, me recibió otra enfermera muy amorosa que me volvió a
hacer las preguntas de rigor mientras me llevaba al quirófano. Me acostaron en una camilla y se presentaron todos: el anestesista (un ser maravilloso), y algunos otros médicos.
Se los veía alegres, estaban radiantes en sus trajes de quirófano. Otra vez pensé: "Esta gente trabaja de esto. Es lo que hacen de sus vidas". Luego
apareció mi médico y me los fue presentando a todos. "Son amigos, trabajan en equipo, se tratan bien", pensé. Eso me tranquilizó. El anestesista me preguntó si
ya había estado en un quirófano alguna vez. Le dije que no, que era mi
primera vez. Entonces me explicó exactamente lo que iba a sentir. Una de
las médicas jóvenes me sonrió mientras se lavaba y me dijo: "que curiosa sos, cómo mirás
todo". Yo no podía explicarle que todo me resultaba fascinante, estar
allí, con ellos y todo ese equipamiento al servicio de mi curación.
Me pusieron una vía que casi ni sentí y me administraron algo que me
relajaba y me daba mareos. "Esto es para que te relajes", me dijo el
anestesista. Yo podía escucharlos aún revolotear, hablar entre ellos.
Sentí una voz desde el fondo de mi alma que me decía: "Bueno, Flor,
finalmente vas a
experimentar al cuerpo como materia. Este es un mundo donde hay materia también". Una de las médicas me acomodó las piernas en
posición ginecólogica y me explicó que lo hacía conmigo despierta para
que yo estuviera cómoda, me preguntó varias veces si la posición no me
dolía. Todo estaba cargado de una atmósfera de respeto y atención. Mi médico me pidió que cerrara los ojos y su pedido me hizo sonreir. Los cerré pero aún los escuchaba. Una última pregunta me atormentó. "¿Y si no me dormía?". Los efectos de la anestesia comenzaron a hacer efecto y por último escuché la
voz del anestesista diciendo: "bueno, ahora sí, buen viaje, chauuu".
Y así fue. Fue un chau rotundo. Se apagó el mundo. Me
sumergí en un sueño muy profundo. Me sentía calentita y cómoda. No recuerdo qué soñé pero me sentía en un sitio seguro y muy tranquilo.
Y de pronto, pum, vuelta a la vida. "Hoooola, arriiiiiba, todo está bien", dijo el anestesista. Y de lejos, la voz de mi médico diciendo: "Todo quedó
perfecto". Se lo sentía feliz, exultante. Eso me dio tranquilidad. Tosí como si estuviera
respirando mi primera bocanada de aire. Hice una señal de "está todo
bien" con el dedo pulgar. Unos cuantos brazos me trasladaron a la
camilla que me llevó a la habitación de cirugía ambulatoria. Sentí las
manos amorosas de Graciela tapándome con varias frazadas y el cuerpo que no me
respondía. Yo sólo quería dormir pero el cuerpo quería despertar.
Respiré profundo. Trataba de relajar los miembros pero se me contraían.
Luego me cambiaron a la habitación que me correspondía. En el interín,
fui en camilla, semidormida y con un enfermero que era un amor. Yo sólo
veía luces. Fue como estar en una película pero sin la banda sonora. De
pronto, en el medio del sopor de la anestesia le dije: "ahora entiendo a las series de médicos, te muestran
siempre estas luces porque es lo que se ve desde la camilla". El
enfermero era muy parecido al hombrecito de varios de mis sueños, el de la gorrita y
el cuchillo. Pero acá este hombrecito no me hacía daño sino que me sonreía mientras me
metía en ascensores y pasillos hasta llegar a mi habitación propiamente
dicha.