jueves, 27 de marzo de 2014

Evanescente

Estoy leyendo los diarios de Virginia Woolf. Ando por el año 1926 cuando aún tramaba la escritura de Al faro, novela que quise leer este verano pero me ganaron otros libros antes y no llegué. Siempre me fascinaron los diarios, por eso tal vez escribo este blog desde el año 2004 y nunca pude ponerle un punto final.
Hay algo de la época, supongo. Todos escribían diarios. Pero un diario de escritor se aprecia mucho más. De hecho, creo que Byatt en su libro Posession da cuenta bastante bien de este arte.
Pero hay algo fascinante en Virginia. El año pasado, para mi cumpleaños, Nico me regaló la bibliografía de ella escrita por Irene Chikiar Bauer. Libro que me cautivó hasta cierto punto y luego tuve que dejarlo. Me pasaba que con cada capítulo deseaba releer a Virginia. Sus libros, sus diarios, sus lecturas, sus cartas.
Hay algo en toda esta escritura íntima que disfruto muchísimo. Me gusta que sus pequeños relatos sobre su vida no se basen en hechos de su vida sino en apreciaciones, sentimientos, sensaciones que la pluma intenta plasmar en un cuaderno. A veces de tan intensas estas sensaciones se escapan. Pero es ese intento el que vale la pena.
Y por otro lado ese preguntarse por su escritura, por lo que es literatura.
En estos días nublados, zambullirse en este magma de escritura me llena de un placer indescriptible. Las horas pasan y las hojas viran hacia lo transparente.
No me arrepiento de haber arrojado la fuego todos mis diarios. Pero en alguna parte algo de melancolía hay. Aunque guardo mecanografiadas algunas partes. ¿Por qué será que hago eso? ¿Qué creo que encontraré allí?
Sigo escribiendo este blog hasta que blogspot me deje. ¿Y luego? ¿Qué sucederá? Escribo como si la gran nube internética fuera a existir para siempre.
Es raro.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Hilito

Abro los ojos al nuevo día. Mi despertador es un gato blanco que viene justito para la hora del despertar matutino. Se enrosca en la sábana y hace gorgoritos de gato feliz. Imposible no quererlo. También hay luz que se cuela por las hendijas de la persiana despintada. Él acaricia al gato y me acaricia. Nos acariciamos con el gato en el medio y de pronto la mañana es algo tan feliz que no importa si es un feriado o un día laborable. Son apenas unos minutos que valen oro, es ese hilito de felicidad al cual las cosas se adhieren solas, como diría Virginia Woolf.
Vienen los primeros mates, el café con leche humeante en un tazón blanco que tiene inscripciones en latín. La rutina del desayuno. La casa está aún dormida, la cuadra es todo un cantar de pájaros. Se escucha el run run de algún auto llevando niños al colegio. El gato se sienta en una silla y pide queso. Le damos. Hablamos. ¿Qué vas a hacer hoy?
Yo sonrío porque marzo ha sido un mes tan poco pautado pero aún así me despierto temprano, con él, para no perder ese hilito al cual luego la felicidad se va adhiriendo.
Y ya el otoño me abraza con su amarillo tibio. Y un caudal de luz.