viernes, 29 de noviembre de 2019

Jahara

Hace diez años terminaba un ciclo y comenzaba otro. Hace diez años me subía en un micro con un grupo de dieciocho mujeres rumbo a unas termas en Entre Ríos y me metía en el mundo Jahara.
Las leyes del agua me eran ajenas, extrañas. Había algo intraducible en el agua, imposible de llevar a la tierra. Y sin embargo, me sumergí, experimenté una suavidad y una ternura nuevas.
¿Por qué comencé este viaje? Porque mi mundo había estallado. Porque los caminos que me había forjado me habían llevado a un punto muerto. Y yo necesitaba reiniciar mi corazón. Necesitaba que mi corazón fuera morada de mi espíritu inquieto que no tenía lugar donde aterrizar.
No fue hasta más tarde que supe que fue allí donde se inició el primer start up. Pero no era un shock eléctrico lo que mi corazón necesitaba sino volver a la suavidad envolvente del agua.
Diez años pasaron. De salir del agua y volver a ella sin comprender nada o comprendiendo muy poco. Diez años sintiendo cosas que no podía explicar. Diez años sólo sintiendo.
Y la Tierra siempre allí. Estable, presente, madre. La Tierra como una promesa dulce. La Tierra que hoy, fecundada, me ofrece tantos frutos que no me alcanzan las manos para tomarlos a todos y necesariamente elijo compartirlos.