viernes, 30 de abril de 2021

30 segundos

Lunes 12 de abril.
Hospital Italiano.

Cama 1216... zona de trinchera.
“30 segundos”

Busco dejar algo de lo aprendido en estos días de aislamiento, búsqueda de aire, revisión de sentido bajo la pandemia. Algo. Lo que pueda.
Mientras me enfermaba el Covid encontré algo en estas salas, en estos corredores, en la mirada de estas gentes.
Una cultura.
Un pathos.
Una emocionalidad antigua. Comprometida. Algo yaciendo silente, a la par de la ciencia y la tecnología.
Una cultura.
¿Qué significa descubrir una cultura en el Hospital Italiano en medio de un ataque como este?
Mucho.
Significa, contra lo que podría pensarse, que no es el resultado de muchísimas personas. Con roles marcados, tecnicaturas, profesiones, saberes, tecnologías, destrezas.
No. No es sólo eso. Es una matriz acogedora, extraordinariamente cálida y vivificante.
No es una nave científica que va a Marte. No. Esta va a la región más desolada de tu cerebro. Al caldo primordial de donde alguna vez nos arrastramos sin conciencia. Al lugar desde donde nos asusta el final del Covid llevándose nuestro aire.
Va al lado oscuro de tu cerebro para transformarse en una llamita con algo de calor y luz. Una cultura.
Me caí desmayado por la falta de aire y la desesperación y me encontré entrampado entre los muebles de la sala donde terminé. Donde me estrellé en la caída.
Unas manitas de enfermera tiraban de mí, Bibi.
Cuando crees que ya perdiste todo escuchas el braceo enérgico de la que podría ser hasta tu hija llegando a vos.
Braceando como pudo me alcanzó. Me abracé a ella y me di cuenta de que no estaba en un páramo sin vuelta atrás.
Entre todas me acostaron, me calmaron, me dieron su aire.
Una matriz regenerativa que es la que ayuda. Un supraorganismo como un micelio gigante que sustenta, sin que nadie lo vea exactamente, los bosques que lo acompañan.
Una cultura.
Llegué dispuesto a evitar prolongaciones que arañen dos meses más de sobrevida a costa de desesperación.
No rasguñar las piedras para mí.
Bernardo y otros médicos me escucharon. Luego me pusieron una mano en el hombro y se hicieron cargo de mí. No tengo hermanos. Esto ha sido lo más próximo que he descubierto de esa relación.
Me protegió. Llamó todos los días a mi hija que amo y la contuvo. Le explicó. La protegió.
No hay palabras. Es la matriz que regenera. La que de alguna manera cargamos los sapiens cuando nos fuimos de África. Nuestra estrategia. No preguntes por quién doblan las campanas, ya sabemos, suenan por vos y por mí, hermano.
Tuve que partir al servicio de terapia intermedia. Estaba inquieto. Aparecieron kinesiólogos, médicos, enfermeros. El mismo espíritu. Las médicas llamando a mi hija y ayudándola mientras ella me ayudaba a mí.
La matriz regenerativa y matriarcal de la viejísima Europa. Cuando los pueblos como Huyuk no tenían murallas. Los matriarcados de miles de años atrás, que sostenían la cultura. Cuando las culturas matriarcales no habían sido barridas por los caballos de la edad del hierro.
Y de pronto... las manitas de Bibi, el desborde humanista y contenedor de Bernardo, la dulzura de la kinesióloga, la gente que te ayuda de todas las formas porque son una cultura que dice que sos valioso. Seguramente es cierto. Pero es porque te quieren desde lo más básicamente humano.
Una cultura regenerativa que también alcanza a los varones.
Todavía no se como saldré. Y no me preocupa tanto. Y dicho con humildad. En serio. Saldré con paz y con cariño. Está muy bien. Tengo 75 años. ¡Carpe diem para nosotros todavía!
Con estos pensamientos rondando desde hace unos años, muchas veces, me pregunté cómo quería mi salida.
Sólo quiero 30 segundos lúcidos. Para poder evocar a los que quise sin que llegue a atraparme la melancolía.
Me iré bien. Este hospital y su gente estará también en esos 30 segundos. Gracias, gracias, gracias.

Hugo Adolfo Míguez
28/08/1945 - 20/04/2021

martes, 27 de abril de 2021

Angustia COVID

Soñé que me costaba respirar. No tenía tos ni ningún síntoma. Simplemente soñé que dormía y me costaba respirar. Me desperté de mi sueño y observé que respiraba bien. Me asusté. ¿Había estado respirando mal o soñaba que respiraba mal? ¿Es posible soñar que se respira mal y efectivamente respirar mal? Angustia covid.

sábado, 10 de abril de 2021

Quién me ha robado el sol

Kit contra el covid-19? Me dio baja la vitamina d. Parece que me faltó mi cuota de sol...



miércoles, 7 de abril de 2021

Pensaba...

Pensaba en esto de tomarse unos minutos para tomar un mate mirando las aromáticas que planté hace un mes. En que la gata me ronronee a los pies y que el aire se sienta húmedo y caluroso en pleno abril. En los llamados que hice hace un rato a dos amigas que quiero mucho y que la están pasando mal, en cocinar una tortilla de papas, en poner un disco que me gusta. Pensaba en que cuando levanto los ojos puedo ver un jacarandá frondoso y no una pared gris. En que hoy podré pedalear a Martínez a dar una clase presencial en una terraza, en que el clima nos acompaña, en que la salud también. Pensaba en que ya no quiero enojarme ni frustrarme ni sentirme inútil en este mundo complejo lleno de aristas flojas. Pensaba en que a veces es muy simple. Pensaba en que ayer no fue para nada simple y que eso también está bien.

martes, 6 de abril de 2021

Viva el futuro

Abro los ojos antes de que el despertador suene. Son las seis de la mañana de un lunes pandémico. Hoy habrá muchos más casos que ayer y el número seguirá creciendo. 
Yo quiero estar tranquila. 
Es tan ridículo querer tranquilidad pero bueno, ahí está la exigencia otra vez. Me levanto, tomo un vaso de agua fría y nada más porque me dijeron doce horas de ayuno. 
Durante la noche transpiré así que abro el grifo del agua caliente y dejo que el vapor inunde el baño. El agua caliente desentumece mi cuerpo dormido. 
Para este estudio preciso ocho horas de sueño, dos horas de vigilia y media hora de calma antes de la extracción. Me pedí un auto para estar tranquila. 
Llego temprano, me miden la temperatura y me sanitizan las manos. El laboratorio está en el primer piso. Yo subo por la escalera. Desde hace un año que no uso ascensores. 
Son pocas las personas en la sala de espera. Hay una ventana abierta. Mi credencial digital se traba y el sistema me pide que la renueve. Me manda un código al mail. Copio, pego, envío y pienso: viva el futuro. Termino el trámite y debo esperar a que me llamen. 
Me inunda una sensación pacífica. No hay nada más que hacer. Cierro los ojos, me entrego a este momento. No me molesta que me saquen sangre. Soy una persona de venas fáciles de encontrar. En eso tuve suerte. También es cierto que tengo mi pequeño ritual para que todo salga bien. Es muy simple. Cierro los ojos y saludo a mis células. 
De pronto me llaman, paso a un cubículo adornado con flores de papel en las paredes. No hay ventanas, sólo luz artificial. El enfermero es joven y de manos suaves. En un santiamén todo se ha acabado. 
Salgo a la calle. No desayuné. Antes te daban un cospel  para un café de máquina y un alfajor. Ahora ni eso. Camino unas cuadras. Varias cuadras. El sol de la mañana es tan agradable. Las calles están llenas de personas con barbijos. Los locales aún están cerrados. 
Llego a un café con mesas en el exterior y me siento. El día recién comienza para algunos.