Nos acomodamos en cuatro sillas viejas y la mesa de la cocina. El verano ha pasado. Sólo nos quedan vestigios y unos trazos finos del otoño en puerta. Pero allí estamos compartiendo un mate bien dulce con resabios de unos granos de café. La calabacita pasa de mano en mano. Todos están exultantes y hermosos. La sala se inunda de proyectos para abril. Como regalo por el encuentro, Facu nos lee el sello del calendario maya a cada uno.
Mi sello es el caminante del cielo rojo. Tonalidad 9, es decir, solar. Me guía en mi misión la luna (la purificación), mi análogo (quien me recuerda mi misión) es el enlazador de mundos (que iguala la muerte), mi antípoda (quien me dice cómo hacerlo mejor) es la noche (la abundancia) y mi oculto (la fuerza para cumplirla) es la estrella (armonía, belleza y arte).
En realidad a cada uno de nosotros nos salen cosas muy hermosas.
Todos en la compañía resultamos ser de sellos distintos.
Me asombro de mi sello. Como si un maya desconocido hubiera escrito algún poema en mi nombre.
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