viernes, 17 de junio de 2005

Mi alumno Seth

Durante un mes y medio ahondamos en los secretos de su idioma. Refinamos sus estructuras hasta hacerlas maleables, buceamos en el interior de cada palabra y navegamos en el barquito de las subordinadas.
Pero se nos cruzó la Historia.
La Argentina se abrió con palabras de metralla y banderas de hierro. Entramos en esa rajadura y vimos juntos las manos de los ahogados, las bocas hambrientas de lo más pobres, los cogotudos enfundados en trajes europeos, el canto de los poetas, el granero del mundo en la Pampa Húmeda y las joyas de reina en la garganta de La Reina de los humildes.Oímos los acordes mediocres de un Palito Ortega.Y vimos la ronda de mujeres en una plaza céntrica.
En sus ojos aparecieron preguntas que su boca no podía decir. Y está bien que así sea. Porque esas preguntas vienen del alma y no del intelecto. Cuando se ha llegado a tocar el alma de una lengua no hay estructuras que valgan. Hay que romperlas para armarlas de nuevo. Hay que quebrarlas para decirlas.
Una vez que esto sucede ya no se vuelve a la lengua madre del mismo modo.
Y eso es lo genial de este trabajo que tengo.