Estoy firmemente convencida de que durante toda nuestra vida nos estamos preparando para ser algo o alguien, aun cuando no lo hagamos conscientemente. Una mañana llega el momento en que uno se despierta y descubre que se ha convertido de manera irrevocable en aquello para lo cual se había estado preparando desde hacía tiempo. Dios mío, ése puede ser un momento difícil si uno ha estado haciendo las cosas indebidas, algo que va en contra de la naturaleza de uno. Y, créame, yo sé que eso puede suceder. No comparto en modo alguno esa idea estúpida de que lo que uno lleva dentro tiene que salir tarde o temprano, de que no es posible suprimir el verdadero talento. Las personas pueden ser destruidas, pueden torcerse, deformarse y se las puede mutilar completamente. Decir que uno no puede destruirse a sí mismo es tan necio como decir que un joven muerto en la guerra a los veintiuno o veintidós años murió porque ése era su destino, porque de todos modos no iba a hacer nada. Abrigo la firme creencia de que la vida de ningún hombre puede ser explicada en términos de sus experiencias, de lo que le ha sucedido, porque a despecho de toda la poesía y de toda la filosofía que afirman lo contrario, no somos realmente dueños de nuestro destino. No dirigimos realmente nuestras vidas sin ayuda y sin impedimentos. Nuestro ser está sujeto a todos los azares de la vida. Son tantas las cosas de que somos capaces, que podríamos ser o que podríamos hacer. Las potencialidades son tan grandes que ninguno de nosotros las cumple nunca en más de una cuarta parte.
Entrevista a KATHERINE ANNE PORTER (EE.UU., 1890–1980)
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