Tengo un recuerdo soltándose de mi lengua. Me lleva al mar de Cuba, olas saltando, mis 16 años y unos dedos largos que rasguean las cuerdas baratas de mi guitarra Dulcinea. Una tarde de lluvia y el violinista que me ofrece el violín y me dice: ¿quieres tocar? Porque allá todos te ofrecían los instrumentos. Era muy loco. Todos tocaban música y la voz... la voz se me salía por los poros. No había forma de callarme. Íbamos caminando por las calles de Trinidad y unos cubanos tocaban en una esquina. Hay uno que bailaba con el contrabajo. La cámara de mi padre inmortalizó la imagen. Yo me acerco al contrabajo y él hombre me dice: tómalo, tócalo. Y yo tengo 16 años, nunca vi un contrabajo tan de cerca. La cámara filma que le digo: no, no, y señalo la guitarra del otro. Y entonces me dan la guitarra. Y me dicen: canta, canta una canción. Y de la nada brota de mis labios "Yolanda". Porque en esos tiempos a mí me brotaban canciones como si durmiera con ellas. Y, como estaba muy enamorada, las canciones de amor sonaban ciertas, tan salidas de un lugar calentito y sincero. Hay mucha gente que se acerca. La mayoría son cubanos para ver quién está cantando esa canción de Pablito con ese acento tan argentino. Y como estoy sentada al borde de una pared, una cubana muy solícita sale de su casa -que debe tener como 300 años- y me da una silla de madera de los tiempos de Hernán Cortés. Y entonces el recuerdo se desvanece y estoy cantando "Yolanda" para un grupo de amigos, un viernes por la noche en un restaurante de Buenos Aires ubicado en una casa vieja del barrio de Colegiales donde un músico israelí toca la guitarra y canta canciones en hebrero. Un amigo le pide la guitarra para mí y me la alcanza. Una canción, dale, una canción, me dicen ellos y yo que ya no me brotan las canciones como si durmiera con ellas sino que tengo que pensarlas y me cuestan, me trabo y disperso...pienso si ésta o la otra y si es o no
suficientemente sofisticada para la ocasión... empiezo a rasguear... unos acordes de... "Yolanda". Y pienso, sí, no hay nada mejor que cantar una canción de amor y volver a buscar ese lugar calentito y cierto que es nada menos que el corazón, eso, el corazón.