miércoles, 17 de diciembre de 2025

Ida

Salimos a las 6:30 de la mañana en el auto de papá rumbo a Luján y luego la ruta 5. Primera parada en Chivilcoy. Un café con leche y medialunas porque no desayuné. Esto recién empieza.

Vamos parando cada dos horas. Aún estamos en provincia de Buenos Aires. Cuando tengo señal le mando mensajes a mi hermano para mantenerlo al tanto. Segunda parada: 9 de julio. Tercera parada: Trenque Lauquen. Cuarta parada: ya estamos en La Pampa. Almorzamos en el ACA de Santa Rosa. Quinta parada: General Acha. La ruta se pone calamitosa. Hay baches por todos lados. No puedo cebar mate sin salpicarme. El paisaje sigue siendo chato pero ahora aparecen los caldenes, esos arbolitos solitarios en el medio del campo que parecen electrizados. Sexta parada: Casa de piedra, estamos en el límite con Río Negro. El paisaje cambia. Aparece un embalse. El enorme espejo de agua nos brinda calma. El sol se está yendo pero aún quedan unos restos de luz. Llegamos a Cipoletti de noche.

Al día siguiente la próxima parada es en Piedra del Águila. Y allí comienza el verdadero viaje hacia el recuerdo. Papá me pide sacarse una foto frente a las piedras que se alzan al costado de la ruta. El viento nos trae a la memoria nuestros cuerpos más jóvenes. Nos quedamos varias veces con el auto en Piedra del Águila. Recuerdo la solidaridad de los desconocidos, la soledad en la ruta con mamá y Lucho esperando a papá que se había ido a buscar ayuda. Mamá muerta de miedo con nosotros dos en medio de la nada pero nunca lo demostró. Mi recuerdo es patear piedritas al costado de la ruta, mamá con la guitarra tratando de calmar el aburrimiento y la certeza de que todo iría bien. Y todo iba bien. Papá volvía con más desconocidos que ayudaban a remolcar el auto y nos devolvían a la civilización.

Nos sacamos esa foto y se la mandamos a Lucho.

Unas horas después llegamos a Bahía Manzano.

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