Hacía casi un año que no pisaba esas escaleras impregnadas de papeles y humo de cigarrillo. Meses que no visitaba las librerías aledañas empapeladas de libros formidables. Meses que no subrayaba un libro fotocopiado con resaltador. Meses que no tomaba café con leche en Vivace. Meses.
Frente a una mesa rectangular pintada de blanco apoyamos nuestros bártulos. Y comienza la función. Sólo que aquí no hay maquillaje ni luces. No hay vestuario salvo los lentes de marco negro y las polleras negras con medias oscuras, obligado atuendo femenino.
En un rincón la vi ataviada con una pollera multicolor larga y el pelo cayendo como lluvia sobre sus ojos castaños.
Le vi el miedo. Un miedo antiguo.
Yo le sonreí marcando una palabra en rojo. Y me la llevé a casa de la mano.