lunes, 25 de julio de 2005
Oh
El teatro es viejo, vetusto.
No importa.
Allá vamos armados hasta los dientes con ropa de lana, medias, maquillaje y termos llenos con té de eucaliptus caliente. Una única estufa calienta el camarín que huele a lluvia de la noche pasada. Afuera llueve pero aquí abajo nada se escucha.
(no vale la pena hablar de las medias corridas, del dolor en los músculos fríos, del vértigo del frío subiendo por una escalera de metal).
En el tumulto del trajín los preparativos nos van transformando. Estamos semidesnudas. Mujeres personajes. No somos ni lo uno ni lo otro. Las caras se van conformando a medida que delineamos un ojo, aplicamos rubor a la parte alta de los pómulos, colocamos brillo en los labios y gel transparente en el pelo.
(también horquillas, muchas horquillas)
Al salir ya no queda nada de mí.
Oh.
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