El sol del fin de semana todo lo redime. La humedad, los mosquitos y ese cielo abierto que ofrece Olivos cuando la tarde conmueve. La semana que transcurrió con altibajos, un encuentro y varios desencuentros. Una charla en el medio de la llovizna y la certeza de que estoy caminando. Curiosidad por las certezas de otros. Compartir. No siempre se gana. Pero cuando se pierde también se gana. Querer estar en varios lugares. No poder. Querer poder y entonces soñar.
Sueño que escucho conversaciones ajenas de personas que no conozco. Hablan de alguien a quien amé mucho pero que ya no está en mi vida. Me pregunto qué serán esos sueños. Me pregunto por qué soñaré con personas que no conozco. También sueño con palabras y con flores que se abren. Eso me gusta. Me adueño de esos sueños pero debo despertarme. Afuera, en el jardín, las flores se abren. Y entonces ya no me da pena levantarme.
Cavo la tierra con la pala de hierro esmaltado. La tierra sale húmeda y llena de lombrices. Arranco un hibiscus que planté la primavera pasada y que se lo comieron las hormigas. Pienso que allí puedo plantar otro frutal. El hibiscus quedó sin hojas pero en su ímpetu tiene mínimos brotes que saldrán a la luz si lo dejo. Lo trasplanto a una maceta y le doy tierra nueva, agua nueva y tijeras para las partes que no brotarán. Trabajo en el jardín hasta que los músculos me piden que pare. Siento la espalda dolorida. El sol es tan calido que me quedo en remera.
Almorzamos afuera bajo la Santa Rita. Pescado y arroz con los ajíes que nos regaló C de México. Nos quedamos leyendo al sol. El café recién hecho huele bien. Nico me hace notar que las azaleas están empezando a dar flores. Tienen unos pimpollazos que dan gusto. Viene un gato de visitante a jugar con mis medias. Hace garabatos en el aire. Es bello este gato. Lo dejamos ser. La gata no está, se fue a pasear. Nosotros también. Nos vamos a pasear. El aire está lleno de expectativa primaveral.
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