2. Está saliendo todo perfecto hasta que de pronto en medio de Paraná me doy cuenta de que ¡no tengo puesto el cinturón de seguridad! Lo que es la mente, ¡dios mío! Me resulta imposible ponerme el cinturón en ese momento, obvio. Cuando salgo de la avenida, en una callecita interna estaciono en el cordón y me lo abrocho.
3. Busco lugar para estacionar. Encuentro un hueco entre dos autos. Pienso que es un espacio parecido a cuando practicaba con Quique. Pero estacionar entre dos autos no es lo mismo que estacionar entre dos caballetes. Algo de la distancia falla. Después de mil maniobras (donde lo único bueno es que me doy cuenta de que ya soy un as del embrague) sale el tipo de la garita de la esquina y me dice: hay lugar acá a la vuelta. Un genio. El tipo se apiadó de mi cartelito de principiante.
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