El viejo café de la esquina, un poco sucio y oscuro, fue reemplazado por un nuevo bar-café de especialidad con amplios ventanales y muebles estilo nórdico. ¿Quiénes vienen a este nuevo café? Los mismos de siempre. Somos los mismos pero pistachizados.
Pedí un cortado y, mala mía, me trajeron una especie de café con leche que ahora le llaman flat white.
Pedí una medialuna y me trajeron una cosa pesada, un engendro entre medialuna y croissant.
Un grupito de jubilados leen una obra de teatro mientras se toman un licuado de banana o un flat white. Hay una parejita junto a una ventana. Ella mastica una bollería rellena de una pasta verde de pistacho mientras él sorbe un trago, parece un negroni. Hay un barbudo que tipea en su laptop pero luego anota algo en su cuaderno arrugado de tinta y desvelos. Hay una chica que mira nostálgicamente por la ventana y tiene un cuaderno muy lindo y garabatea palabras que bien podría ser yo (pero ya no soy yo). Entran unos padres jóvenes con su hijito pequeño que acaba de salir de un colegio de la zona y se sientan a merendar algo. Están incómodos en su mesa de dos que ahora es de tres. Les ofrezco cambiarse a mi mesa de cuatro y todos contentos. Una señora teje una bufanda con la mirada perdida en el celular y otra lee un diario mientras sostiene la correa de un perro enorme que está acostado debajo de la mesa sin molestar a nadie porque el lugar es pet friendly.
Yo creí que iba a poder leer algo acá pero no paro de mirar a toda esta gente y escribir estas boludeces.
Pedí un cortado y, mala mía, me trajeron una especie de café con leche que ahora le llaman flat white.
Pedí una medialuna y me trajeron una cosa pesada, un engendro entre medialuna y croissant.
Un grupito de jubilados leen una obra de teatro mientras se toman un licuado de banana o un flat white. Hay una parejita junto a una ventana. Ella mastica una bollería rellena de una pasta verde de pistacho mientras él sorbe un trago, parece un negroni. Hay un barbudo que tipea en su laptop pero luego anota algo en su cuaderno arrugado de tinta y desvelos. Hay una chica que mira nostálgicamente por la ventana y tiene un cuaderno muy lindo y garabatea palabras que bien podría ser yo (pero ya no soy yo). Entran unos padres jóvenes con su hijito pequeño que acaba de salir de un colegio de la zona y se sientan a merendar algo. Están incómodos en su mesa de dos que ahora es de tres. Les ofrezco cambiarse a mi mesa de cuatro y todos contentos. Una señora teje una bufanda con la mirada perdida en el celular y otra lee un diario mientras sostiene la correa de un perro enorme que está acostado debajo de la mesa sin molestar a nadie porque el lugar es pet friendly.
Yo creí que iba a poder leer algo acá pero no paro de mirar a toda esta gente y escribir estas boludeces.
Fin.