Me despierto por una ráfaga de luz que se cuela traviesa por mis persianas mal cerradas. Tres horas después me subo al 80 que me escupe en Mataderos.
Pues aquí estamos: yo, una tarde de sol, la Montse y un grupo de chicos dispuestos a leer a Ray Bradbury y a escribir sobre ciudades.
Pues aquí estamos: desafiamos el sol, la tarde, los chicos que juegan al fútbol y pegan pelotazos a la ventana rota del comedor popular de Doña Cielo.
Pues aquí estamos: en el corazón de Ciudad Oculta, casi en la intersección de dos calles cuyos nombres jamás se hubieran juntado en vida: Eva Perón y Lisandro de la Torre. Así de contradictoria es la Argentina.
-¡Feliz día seño!
-¡Feliz día!
La tarde sigue su rumbo. Escucho sus voces, se ríen, hablamos de literatura. Los libros se apilan en las mesitas blancas. Los veo regodearse con Crónicas Marcianas y la leche que les servimos en unos vasos color rojo, de plástico grueso. Manos que empuñan lapiceras y buscan qué comer en la canastita de mimbre.
Me dicen, Feliz día, y a la Montse también.