Los escaparates de la calle Florida ostentan un glamour ficticio.
La creatividad a flor de piel y el sudor ajeno: pelos rubios casi blancos, pelirrojos, lacios, enrulados. Vestidos, zapatos de taco, rosas y celestes. Mapas, postales al doble de precio, revistas de moda, de viajes, de utilería en el medio de la peatonal. Música, tango electrónico, zamba y aquellos mariachis importados. Hombres de traje y corbata, maletín negro y mujeres con peinados altos de espuma. Marionetas. Lentes de colores, lentejuelas deslucidas en la falda de un hada de la calle, un hombre barrigudo de camiseta blanca arrastrando un changuito. Diarios sueltos, sonrisas encantadoras en la puerta del Burguer, un vasito de café express chamuscado en las mesas pegoteadas de bebidas colas.
Papeles de oficina.
Distintas lenguas, la nueva mercancía del momento. Seducción: sos de acá, no vos, de dónde, ah, hace cuánto.
Arlt decía que Florida olía a agua florida que no es lo mismo que las flores de Bach.
domingo, 23 de enero de 2005
miércoles, 19 de enero de 2005
¿Recursividad de la lengua?
Io non lo so.
Cuando uno comienza a aprender un idioma primero habla con frases hechas. Repite. Es increíble. Hace tan solo dos semanas que estoy incursionando en el italiano y aún no logro salir de las frases hechas.
scusi,
senti,
prego,
Io non lo so.
Cuando uno comienza a aprender un idioma primero habla con frases hechas. Repite. Es increíble. Hace tan solo dos semanas que estoy incursionando en el italiano y aún no logro salir de las frases hechas.
scusi,
senti,
prego,
Io non lo so.
sábado, 15 de enero de 2005
Bellas melodías
Tuneful words
are whispered.
There's no vibration.
But then, my little yellow ball
sees me.
I'm the little bird.
The red one.
are whispered.
There's no vibration.
But then, my little yellow ball
sees me.
I'm the little bird.
The red one.
viernes, 14 de enero de 2005
Collares
El pequinés miraba tranquilo la calle llena de autos.
Los pequineses han sido perros de emperadores y eso les ha dejado una marca indeleble: no permiten que los toque cualquiera. Su porte es orgulloso aunque sean pequeños y su andar macizo.
Ella lo observaba desde la esquina esperando que alguien se detuviera. Nadie. El perro estaba solo. Llevaba el pelo bien cuidado y la mirada extrañada.Cuando la vio comenzó a caminar media cuadra adentro. Ella lo siguió. Se acercó despacito y posó su mano en el cuello del animal. Lo rozó apenas, tan sólo para ver si había algún collar. El pequinés, mansito, se quedó en su lugar mirándola.
Después se sentó frente a una puerta y ladró.
La puerta era blanca y daba a un edificio alto de departamentos. Pero sólo había un timbre. Ella lo hizo sonar. Salió una señora rolliza que al reconocer al perro lo hizo entrar y le agradeció varias veces. Una vez que la puerta se hubo cerrado ella comenzó a alejarse. Deseaba volver pronto a su casa pues en su bolso llevaba las suites para cello de Bach y quería comenzar a trabajar en ellas. Pero alguien la había estado mirando desde la otra esquina. Se acercó despacio y acercó su mano al cuello de ella.
Tan sólo para ver si llevaba collar.
Los pequineses han sido perros de emperadores y eso les ha dejado una marca indeleble: no permiten que los toque cualquiera. Su porte es orgulloso aunque sean pequeños y su andar macizo.
Ella lo observaba desde la esquina esperando que alguien se detuviera. Nadie. El perro estaba solo. Llevaba el pelo bien cuidado y la mirada extrañada.Cuando la vio comenzó a caminar media cuadra adentro. Ella lo siguió. Se acercó despacito y posó su mano en el cuello del animal. Lo rozó apenas, tan sólo para ver si había algún collar. El pequinés, mansito, se quedó en su lugar mirándola.
Después se sentó frente a una puerta y ladró.
La puerta era blanca y daba a un edificio alto de departamentos. Pero sólo había un timbre. Ella lo hizo sonar. Salió una señora rolliza que al reconocer al perro lo hizo entrar y le agradeció varias veces. Una vez que la puerta se hubo cerrado ella comenzó a alejarse. Deseaba volver pronto a su casa pues en su bolso llevaba las suites para cello de Bach y quería comenzar a trabajar en ellas. Pero alguien la había estado mirando desde la otra esquina. Se acercó despacio y acercó su mano al cuello de ella.
Tan sólo para ver si llevaba collar.
jueves, 6 de enero de 2005
La Dante Alighieri
Llego a la sede de la Dante y pregunto por los cursos de verano de italiano para principiantes. El aire acondicionado me invade suavemente sin alterar mis vías respiratorias. Me atiende una señora bajita, muy agradable, que me pide que llene un formulario desde una computadora que está del otro lado del mostrador. Tecleo mis datos, nombre, apellido, número de documento, etc. Luego aprieto donde dice "finalizar". La pantalla se borra y la señora bajita me mira un tanto apenada. Balbucea que a veces el sistema no les anda muy bien, que va a reiniciar la máquina. Mientras lo hace le hago un comentario irónico sobre lo fácil que era hace unos años llenar los formularios a mano. Y sí, me dice, acá se hacía así y te aseguro que era más rápido. Le creo, le digo, yo vine hace unos años a anotarme a un curso que al final terminé abandonando. Ah, ¿pero vos ya te anotaste alguna vez acá? Sí, pero eso fue hace unos años y jamás rendí un exámen. Ah, pero eso lo cambia todo, por eso la máquina no andaba, decime tu número de documento.
Se lo doy.
Ves, ahí estas, me dice.
Miro la pantalla que muestra una ficha de hace varios años. Lo único que se mantienen igual son mi nombre y mi número de documento. El resto son datos viejos.
Sí, está bien, pero todos esos datos están mal. Ah, no importa, ya estás anotada, esperame que te hago el recibo. Usted no entiende, esa dirección, ese número de teléfono, esa ocupación, todo lo que diga esa ficha no se refieren a mí, esa ficha no le sirve. Ah, pero no importa, después lo cambiamos, lo importante es que estés en el sistema. Sí, pero...Tomá, acá tenés tu ficha de inscripción.
Tomo la ficha color rosa con un sello estampado en un cuadradito azul. ¿Me permite que al menos le dé mi nuevo e-mail y mi nuevo número de teléfono por si necesita comunicarme algo?
Termino por anotar mi presente en una servilletita blanca con ribetes rojos a los costados.
Se lo doy.
Ves, ahí estas, me dice.
Miro la pantalla que muestra una ficha de hace varios años. Lo único que se mantienen igual son mi nombre y mi número de documento. El resto son datos viejos.
Sí, está bien, pero todos esos datos están mal. Ah, no importa, ya estás anotada, esperame que te hago el recibo. Usted no entiende, esa dirección, ese número de teléfono, esa ocupación, todo lo que diga esa ficha no se refieren a mí, esa ficha no le sirve. Ah, pero no importa, después lo cambiamos, lo importante es que estés en el sistema. Sí, pero...Tomá, acá tenés tu ficha de inscripción.
Tomo la ficha color rosa con un sello estampado en un cuadradito azul. ¿Me permite que al menos le dé mi nuevo e-mail y mi nuevo número de teléfono por si necesita comunicarme algo?
Termino por anotar mi presente en una servilletita blanca con ribetes rojos a los costados.
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