El pequinés miraba tranquilo la calle llena de autos.
Los pequineses han sido perros de emperadores y eso les ha dejado una marca indeleble: no permiten que los toque cualquiera. Su porte es orgulloso aunque sean pequeños y su andar macizo.
Ella lo observaba desde la esquina esperando que alguien se detuviera. Nadie. El perro estaba solo. Llevaba el pelo bien cuidado y la mirada extrañada.Cuando la vio comenzó a caminar media cuadra adentro. Ella lo siguió. Se acercó despacito y posó su mano en el cuello del animal. Lo rozó apenas, tan sólo para ver si había algún collar. El pequinés, mansito, se quedó en su lugar mirándola.
Después se sentó frente a una puerta y ladró.
La puerta era blanca y daba a un edificio alto de departamentos. Pero sólo había un timbre. Ella lo hizo sonar. Salió una señora rolliza que al reconocer al perro lo hizo entrar y le agradeció varias veces. Una vez que la puerta se hubo cerrado ella comenzó a alejarse. Deseaba volver pronto a su casa pues en su bolso llevaba las suites para cello de Bach y quería comenzar a trabajar en ellas. Pero alguien la había estado mirando desde la otra esquina. Se acercó despacio y acercó su mano al cuello de ella.
Tan sólo para ver si llevaba collar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario