jueves, 12 de junio de 2014

Loco rebaño

Hace 20 años podría haber aprendido a manejar. Hace 20 años yo tenía 17 años y en provincia ya se podía sacar el registro. Sacar el registro en ese tiempo era facilísimo. Pero no lo hice. Tampoco aprendí a los 18, ni a los 21.
Me anoté en una academia. El primer día ya estaba en la calle en un auto doble comando. En la calle había un barrendero que me miraba con sorna, muchos autos, montículos de hojas, gente que paseaba al perro. Y después estaba yo. Aprendí las bondades del embrague, el freno y el acelerador como un analfabeto aprende el abecedario. Ya en la segunda clase dimos varias vueltas. Aprendí a doblar para la derecha y para la izquierda. En la tercera clase ya estábamos metiéndonos en una calle doble mano y en una calle con reductores de velocidad y semáforos. En la cuarta salí llorando porque no podía hacer que el auto fuera derecho. En la quinta salí airosa porque algunas cosas ya habían dejado de ser un misterio. Embrague, primera, ir soltando el embrague y acelerar, avanzar, escuchar el ruido del motor, embrague y segunda, acelerar, ir derecho, ir frenando cuando voy llegando a una esquina, ojo que el que viene por la derecha tiene el paso, seguir derecho, embrague a fondo y frenar suavecito pero con decisión en el semáforo en rojo. No claves el freno un día de lluvia, la calle está patinosa. Poner la luz de giro. Doblar a la derecha. Doblar e ir frenando, enderezar el auto y volver a acelerar. Mirar. Adivinar qué hará el auto de adelante. Dejarle espacio, aprender a leer el tránsito. Aprender que harán los otros. No darle bola a los que están re locos y me re putean porque llegan tarde al laburo y yo tardo un segundo en sacar el pie del freno. Mantenerme en mi carril. Porque estoy yo y están los otros. En la marea del tránsito porteño. Yo formando parte de este loco rebaño. Sí, yo, hoy, en la avenida Libertador a las nueve y media de la mañana. Aunque más no fuera por una cuadra. Y menos mal que me puse desodorante.

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