Se murió Lina, nuestra vecina más viejita. La queríamos mucho en la cuadra. Siempre se preocupaba por todos, nos llamaba por el nombre, nos conocía, te invitaba a un cafecito. La pobre cada tanto me tocaba el timbre para recordarme que mi ampelopsis le estaba levantando las benditas tejas de su techo. Tenía su casita impecable, siempre pintada, el jardín siempre hermoso.
No le gustaban los gatos que merodeaban por los techos pero supo querer a Lua y más de una vez me abrió la puerta de su casa en medio de la noche para que fuera a buscar a la gata que se había escapado a su jardín. Después me ofrecía un cafecito.
En esas charlas que teníamos me contaba cosas de cómo había sido el barrio. Me decía que en el terreno donde está mi casa, por ejemplo, el dueño anterior solía tener un palomar.
Era muy independiente, se movía de acá para allá con sus 85 años (en realidad creo que eran más). En el último tiempo tenía muchos dolores pero no bajaba la guardia. Siempre activa.
Se murió un miércoles de madrugada, en su casa. La encontró el jardinero al día siguiente.
Lloré cuando me enteré de su muerte como se llora una abuelita.
Gracias Lina por cuidarnos a todos.
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