Hace un par de semanas que llegamos al final del día con un cansancio extremo. Supongo que el trabajo, el frío de junio, la oscuridad propia de estos días invernales, sumado a la obra en casa nos dejó literalmente de cama.
Además hace ya bastante tiempo que nos acostumbramos a cenar más temprano de lo que las costumbres argentinas dictan (algo que recomiendo implementar, a nosotros nos cambió la calidad del sueño).
Empezó a suceder que a las nueve caíamos rendidos pero al cabo de cinco o seis horas de un sueño increíblemente reparador nos despertábamos con energía.
En lo personal decidí no luchar con eso y empecé a levantarme. Me iba a la cocina, acomodaba lo que había quedado sucio, dejaba todo impecable para el desayuno, me quedaba leyendo un rato, la gata también se levantaba, pedía su ración, salía un rato a mirar la luna fría en el jardín y luego, al cabo de un par de horas, a la cama otra vez.
A las siete ya estábamos arriba de nuevo como si nada hubiera pasado.
Me acordé de un artículo que leí sobre la Edad Media donde explicaban el sueño bifásico, es decir, esa costumbre que tenían los europeos de dormir en dos tandas. Es una costumbre que aparece descrita en los cuentos de Canterbury de Chaucer pero también se lo nombra en cartas y otros documentos de la época.
El descanso de dividía en dos partes y tenía bastante sentido: al no tener electricidad el reloj interno era diferente se iban a dormir temprano y se despertaban pasada la media noche. Aprovechaban a hacer algunas tareas como, por ejemplo, echar leña al fuego, le daban de comer a los animales e incluso socializaban entre ellos ya que durante las horas del día se les hacía más difícil. También era un buen momento para concebir porque en realidad era más fácil tener intimidad con la pareja en esas horas. Y no faltaba quien se pusiera a rezar o meditar (había plegarias específicas para estas horas).
La cosa es que durante estas dos semanas tuvimos el sueño bifásico. Dormimos en dos tandas. Y la verdad es que fue interesante. Esto de que hay que dormir ocho horas seguidas podría ser realmente una cuestión cultural. Lo digo para que nadie se sienta mal si se despierta a las tres de la mañana y quiere ponerse a leer un libro, escribir algo, mirar una película, estudiar. Incluso resolver algún problema que lo estuvo acosando durante el día. Un par de horitas y luego a la cama otra vez. Hasta que suene el despertador.
No sé... lo comparto acá para quien le sirva.
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