Hoy es el día más corto del año y, por ende, el día más oscuro. Es el extremo yin. El yin viejo. Sin embargo, todo está cambiando. En esta oscuridad fría se encuentra el puro potencial de la luz que comienza a despuntar. Ser blandos, ceder, fluir, descender hacia la profundidad: todas estas son características del elemento agua. El invierno es la estación de este elemento. El invierno es tiempo de muerte y de renacimiento.
Todo tiende a ir hacia abajo. En nuestro cuerpo se siente en los tejidos más profundos: los huesos, la médula. En nuestro espíritu actúa como una fuerza que nos arrastra hacia el origen, el núcleo, el vasto océano. Es un tiempo de conectar con nuestra esencia, la semilla. Algunos le llaman energía ancestral.
La emoción del agua es el miedo. Ante situaciones de peligro es natural que sintamos temor. Pero a veces sucede que este miedo surge por estar encerrados en nosotros mismos, por imaginar amenazas que no son reales, por estar en aislamiento siendo incapaces de vibrar con lo que propone el agua. La fuerza del agua nos lleva a la calma interior, nos sumerge en el mundo onírico del sueño donde los límites se disuelven, todo es posible, confuso, sin forma.
Quien se sienta cómodo en este estado profundo podrá afrontar todas las tormentas con la tranquilidad del agua. Porque el agua no tiene palabras. Es lo indecible que no tiene forma. Dejarse caer en ese secreto, no resistir: esa es la clave.
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