Entre Navidad y Año Nuevo nos fuimos unos días al mar. En realidad nos fuimos acá nomás, a Sancle, una mezcla de mar y río marrón. Fue un poco improvisado como todo lo que vamos haciendo. Con N estamos aprendiendo a que algunas cosas está bueno organizarlas con tiempo y otras... bueno, salen de sopetón. Por lo general nos salen bien así que no hay mucho drama con eso. Conseguimos una habitación de hotel frente al mar de Sancle. Ya les dije, mar marrón, sal con agua de río, playa inmensa con arena gruesa, cascotes, almejas y horizonte de punta a punta. En Sancle vos caminás y no te movés porque el paisaje siempre es el mismo.
Durante esos días nos levantamos muy temprano. Pantalla solar factor 50 y salíamos a caminar por la playa. Inmensidad total. Luego de caminar un buen rato volvíamos al auto y bajábamos reposeras, un bolso, toallas y libros y nos quedábamos otro rato más disfrutando la playa que se iba llenando. Yo aprovechaba para zambullirme en el mar y quedarme nadando un rato. Había pocas olas y el mar estaba buenito.
Fiaca, descanso, libros. Libros, muchos libros. Trajimos más libros que días. Almorzábamos en algún bolichito de la principal (carne o mariscos) y luego siestaza hasta las cuatro y media que volvíamos a dar otro paseo por la playa. Ni un sólo días prendimos la televisión. Nos olvidamos de que eran los últimos días del año. El tiempo volvió a ser dulce.
En esos cuatro días terminé de leer El proyecto Esposa de Graeme Simsion, Sed de Amelie Nothomb, Bueno, aquí estamos de Graham Swift y Los llanos de Federico Falco. Todos excelentes. Leer fue fácil y llevadero. Volví con el impulso de las palabras. Así arranqué el año nuevo. Sin darme cuenta casi. Una bendición, la verdad.