Ayer a la noche me quedé hasta tarde dibujando las guturales sordas, sonoras y nasales del sánscrito en devanagari (me encantaría tener el teclado que permite distinguir las vocales largas y breves de sánscrito pero no sé bien cómo, tengo que preguntar). Luego pude transliterar algunas palabras. Ya sé cómo se escribe el río Ganjes y me dio mucha alegría.
Es muy extraño lo que sucede en el cerebro cuando se aprende un idioma nuevo. Pero cuando además se aprende un alfabeto nuevo con reglas tan distintas del alfabeto latino (que es el usamos nosotros) el cerebro entra en otra sintonía. Me recuerda en parte a cuando estudiaba griego antiguo que también tiene un alfabeto distinto. Era como entrar en otra dimensión. Una parte de mi mente se apagaba y otra parte de mi mente se encendía.
Ahora también me pasa. Sigo con mi método de repetir y repetir hasta que me salga. Al principio las letras me salían con manchones. Intenté hacerlo más elegante. Busqué entre mis cartucheras mis viejas lapiceras de tinta. Tuve que limpiarlas porque del poco uso se había secado la tinta y no corría. Qué placer sentir el trazo suave de la tinta deslizarse sobre el papel. Como cuando respiramos en un asana determinada y es agradable estar ahí, quedarse allí un rato, observando.
Escribir con el cuerpo, con la mente, con la mano y el corazón.
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