"Los viejos se van muriendo y nosotros nos vamos arrimando". Fue el pensamiento que tuve durante el velorio de una tía de Nico.
Es tan extraño y anacrónico lo que sucede en los velorios, esas salas feas que se quedaron en el tiempo con paredes decoradas de piedra, machimbre y melamina. Todo color marrón o negro. La otra sala, donde descansa el cuerpo está completamente azulejada y nunca falta un Jesús en la cruz. Nada es agradable allí y, sin embargo, sucede algo curioso. Entre toda esa fealdad están los abrazos, los besos, las lágrimas que limpian, los recordatorios, las anécdotas. Unos se presentan, otros se miran tratando de reconocerse en el tiempo. El muerto une a los que hace mucho que no se ven y se recuerdan. Había un lazo allí que se fue perdiendo. Y entonces surge esta idea de volver a vernos en otro sitio que no sea ese, en otro encuentro que no sea el del muerto. Pero ya está, es allí. Es por el muerto que estamos allí. Y sabemos en el fondo que no vamos a encontrarnos en otro lugar y está bien, no importa porque cada uno tiene su vida.
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