sábado, 6 de junio de 2015
La despedida
Para quienes caminan hay caminos. Pero para quienes pasaron a otro plano, sólo resta volar y ascender.
No importa si creés o no creés. Con el viento, el aire, el amor pero hay que volar.
Ese mismo día, luego de esperar a los que faltaban y un opíparo almuerzo, nos encaminamos a la ruta 40 para hacer lo que habíamos venido a hacer.
Para entonces ya éramos 17. Cuatro autos en caravana yendo hacia la cordillera.
Primero se veía la precordillera bajita y más allá las montañas más altas con la cumbres nevadas.
Pasamos las Salinas del Diamante y el camino se iba haciendo más ventoso y más difícil.
Paramos algunas veces para decidir donde sería hasta que llegamos a El Sosneado, un paraje en el medio de tanto desierto.
El cartel de la ruta 40 se alzaba imponente. Buscamos un claro donde la ruta se hacía de ripio, paralela a la cordillera. Y con el viento azotándonos formamos un pequeño círculo. Entre todos hicimos un pequeño montículo con piedras y en el centro encendimos una pequeña vela. Se dijeron palabras hermosas que brotaron de lo más sentido del alma. Hubo agradecimiento por poder estar ahí, por acompañar y ayudar a desanudar el duelo de los vivos.
Y luego el rito de las manos que, de a puñados, ayudaron a esparcir las cenizas.
El viento de la cordillera terminó de hacer el trabajo.
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