Me miro un segundo al espejo y observo las florecitas tapándome la boca. Me pregunto si alguien se lo tomará a mal esto de taparme la boca con florecitas e ideogramas chinos. Parece un chiste. Podríamos pensar que al final los chinos nos pusieron la tapa a todos si no fuera porque primero se la pusieron ellos y no tiene gracia.
Una vez en la calle sucede lo predecible: se me salta una gomita y se me desnuda la mitad de la cara. Siento el aire nuevo como si fuera la mano de un desconocido en algún lugar íntimo de mi cuerpo. ¡Oh no!
En realidad no me quiero tapar la boca. No quiero. Pero estoy en la calle, está todo el mundo con la boca tapada con sus tapabocas comprados por mercado libre o vaya uno a saber.
Entonces entro al chino con el pañuelo de florecitas arrugado, mal encajado entre los bordes de mi campera y al borde de la hipoxia veo: barbijos a $140. Hay tres colores: negro, blanco y rosa.
Balbuceando le pido uno rosa para ponerle onda a la cosa.
Y otra vez, la china me salva.
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