martes, 14 de abril de 2020

Masa madre

Quien hubiera dicho que un puñado de harina mezclado con agua de la canilla iba a ser el comienzo de una especie de amor. El primer día lo hice con bastante poca fe. Un par de cucharadas en un frasco de harina común (la única que había en casa) y un poco de agua. Mezclé hasta que se hizo una crema. Luego tapé el frasco. Después medio que me olvidé pero al día siguiente fui a mirar qué había sido de la cosa cremosa. Estaba pálida, algo grumosa, tenía un leve aroma ácido. No me gustó para nada. Pero ya estaba en el baile así que le tiré otro par de cucharadas, agregué un poquito más de agua y cerré las ventanas de la cocina. Ese día usé el horno para ver si la cosa crecía un poco. Creo que se sintió mimada. Al día siguiente estaba espumosa, un leve aroma frutado. Me envalentoné. Le empecé a hablar (como a las plantas). Pero cuando hoy (tercer día) le iba a agregar el harina sentí una puntada de angustia. Le agregué agua, quedó un poco acuosa, ¡no! ¡Horror! No hay nada peor que ver esa masa espumosa desinflarse, amigos. Es como cuando el amor se nos va, irremediablemente, no hay forma de retenerlo, todo lo que sube baja, todo lo que se expande, se contrae. El tiempo es inexorable, la arena se escurre entre los dedos.

Ah, mañana les cuento si pude hacer pan.

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