miércoles, 15 de abril de 2020

Un pequeño rasgo inmenso

Ya está. Hoy lo decidí. No voy a cortarme más las uñas. Me las voy a dejar largas. Esta es mi forma de decirme a mi misma que si ya no soy una terapeuta de shiatsu (al menos no hasta que se termine esta cuarentena) mis uñas crecerán libres.
Hablando de uñas, ayer la gata en un ataque de nervios, me dio un zarpazo en la mano. Supongo que está harta de mi y quiere que me vaya, como me iba antes cuando la dejaba sola para que ella desplegara su pequeña vida felina mientras yo trabajaba. La gata ha dejado de ser un poco gata y yo he dejado de ser una terapeuta. Estamos a mano.
Pero vuelvo a las uñas. Ya está, ya lo decidí. No me las voy a cortar. O quizás me las vuelva a cortar pero con formas raras. Nunca supe bien cómo eran mis uñas libres. Antes de ser terapeuta de shiatsu tenía la costumbre de sólo cortarme las uñas de la mano izquierda y dejarme redonditas las uñas de la mano derecha. Costumbre que empecé a las once años cuando abracé una guitarra por primera vez y Jorge, mi primer profe de guitarra, intentó enseñarme a sacarle un sonido más o menos decente. Fue él quien me quitó esa horrible costumbre que tenía de morderme las uñas. Porque de chica mis uñas estaban siempre rotas y comidas hasta el borde. Era una costumbre espantosa pero yo no me daba cuenta, era lo normal. En mi casa, mi mamá se comía las uñas y era un rasgo que no parecía que se pudiera cambiar. Como una de esas recetas familiares, un rasgo heredado, una manera de ser. Pero mi amor por la guitarra y un poco también porque otra alumna de Jorge me mostró sus uñas perfectas y a mi me dio una envidia tremenda, dejé de comérmelas y empecé a cuidarlas con esmero y fruición. Incluso llegué a comprarme un fortalecedor de uñas que tenía brillito.
Entonces ahora que lo pienso, mis uñas nunca fueron realmente libres. Primero mordidas luego limadas y finalmente cortadas con la prolijidad de un cirujano una vez a la semana.
Entonces no está mal dejar que mis uñas se muestren por primera vez tal como son. Y me gustan. Son fuertes, tienen la forma perfecta que enmarca mis dedos y no se quiebran.
Capaz de esto se trata esta cuarentena: descubrir en estos gestos un pequeño rasgo inmenso.

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