Un ojo delineado y el otro no. Una mano con pincel, sombras oscuras para la muerte, es decir, para mí. Rubor no, sólo base muy clara, palidez. Y labios furiosos.
La caja vidalera del lado claro, acariciando, acariciando la voz.
Marcamos luces: círculo grande para él, círculo pequeño para mí. El espacio se reduce a mi cuerpo desplazado, rodado, cantado por una voz que reconozco mía pero que no es tal. Otros ojos delineados se acercan. La danza comienza. Y el eco.
Aplausos.