martes, 5 de octubre de 2004

Maragato

What I 've got you 've got to give it to your mamma
What I've got you've got to give it to your pappa
What I've got you've got to give it to your daughter
you do a little dance and then you drink a little water

No puedo evitarlo, esta canción me hace acordar a aquél departamentito en el barrio Sur en Montevideo. De esto hace siete años.
Santiago y su amigo ponían a los Red Hot Chili Peppers a un volumen que despertaba a los muertos. Escobillón en una mano y balde en la otra los veía balancearse y sacudirse desde un enorme edredón extendido. El departamento no quedaba muy limpio pero nos divertíamos mucho. Yo no hacía casi nada porque era la "invitada". El amigo de Santiago nos prestaba su departamento y se iba para San José por el fin de semana. Estudiaba para chef y nos dejaba la heladera llena de cosas raras, condimentos y platos complicados que nosotros no tocábamos. Santiago no era chef, nada más lejos que eso. Y, sin embargo, era un experto en un guiso de arvejas que su madre le había enseñado. Yo, por esa época, no podía hacer ni una milanesa. Lo máximo que había aprendido a hacer, debido a la tiranía que María ejercía en la cocina de mi casa, eran las famosas ensaladas de mi madre y algún que otro plato de pasta. Así que ese guiso de arvejas era un regalo para el invierno helado de Montevideo y la pésima calefacción.
Santiago hablaba poco y cuando lo hacía se sentía su dulce acento uruguayo. Un acento que comenzaba articulándose en una boca de labios finitos y traviesos y que vibraba también en sus ojos marrones muy tranquilos, siempre entrecerrados, de pestañas muy largas y tiesas.
Santiago tenía el mismo nombre que otro Santiago de ojos muy hermosos y pestañas muy largas.
Creo que me enamoré de Santiago como quien se tira por la garganta de diablo. Una hermosa caída de agua, turbulenta y furiosa, asombrosa y rápida.
Creo que me enamoré de Santiago porque hablaba dulce, porque acariciaba dulce, porque no leía libros y porque trabajaba el hierro.
Creo que.
Y así.
Todo eso se fue como el agua de una catarata. El amor se evaporó como espuma blanca.