domingo, 24 de noviembre de 2024

Con renovado afecto, Juan Filloy

El otro día leí una anécdota sobre el escritor Juan Filloy que me encantó. Cuando salió su libro Estafen (1932) le regaló un ejemplar a J.L. Borges con una dedicatoria que decía "Con afecto, Juan Filloy". Tiempo después, revolviendo libros en una librería de usados se encontró con un ejemplar de este libro y le pareció extraño ya que en ese entonces Filloy sólo hacía ediciones para los amigos en tiradas muy pequeñas. Cuando lo abrió se encontró con su dedicatoria. ¡Era el libro que le había regalado a Borges! Lejos de ponerse mal o de guardarle algún rencor, compró el librito y se lo volvió a enviar a Borges con una nueva dedicatoria abajo de la primera que decía: "con renovado afecto, Juan Filloy".

miércoles, 20 de noviembre de 2024

en sueños no hay firmeza

“Mi abuela, ya levantada antes que todos, me daba una gran taza de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: No hagas caso, en sueños no hay firmeza. Pensaba entonces que ella, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, que tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando él ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, vine a comprender que también la abuela creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que una noche sentada ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores, hubiese dicho estas palabras: El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir. No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesado y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviera recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada, justo allí en su casa, tan especial en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bello, gente como mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver”.

José Saramago | «De cómo un personaje llegó a ser el maestro y el autor su aprendiz»