29 de abril de 2006

Héctor Eandi

Dices que nadie nos falta: -¿y por qué se muestran solas las cosas?

Héctor Eandi, Pétalos en el estanque (1924)

La biblioteca tiene piso de madera y los bancos son tan escolares y primarios. Las sillas de plástico, blancas, de jardín, empeoran el asunto y yo con un libro de 1924 en las manos. Nadie lo ha pedido o quizás lo han pedido hace treinta años.
Hasta hoy, un día de abril.
Lo han exhumado del estante de donde estaba, me lo han dado a cambio de mi documento y una firma y en un primer piso de la biblioteca "Leopoldo Lugones" me vengo a encontrar con mi tío bisabuelo como quien va a tomar un café con alguien muy querido pero que no conoce bien.
Abro en la primera página y encuentro el tiempo borroneando las primeras páginas.
Manchas
Manchas
Manchas
Hablan por sí solas. El olvido. La desidia. La ignorancia.
De pronto.
La biblioteca se transforma en el estanque que mi tío bisabuelo eligió para que no encontráramos.
Su estanque.
Su reino.
A medida que mi ojo ilumina cada letra, el libro va cobrando vida nueva. De artefacto tumefacto de hojas amarillentas pasa a ser el estanque donde las horas y los pétalos pasan y pasan y pasan. Hay un gato en esta biblioteca que se arrima a mis pies.
Me mima con su ronroneo, con su paso audaz y astuto. Se sube a la mesa donde estoy apoyada y me mira con sus ojos verdes.
Iluminarias.
Comprendo. Las cosas ya no están solas.
En este siglo yo leo tu libro.

27 de abril de 2006

Propiedad intelectual

Uno sabe que registra algo para luego desplegarlo a los cuatro vientos sin ningún miedo y pudor. ¡Fah! Ahí van los fajos de hojas dispersos por el aire. El formulario a llenar es tan escueto y amarillo como un sol. Nombre. Apellido. Documento. Nombre de la obra. Esto sí puedo hacerlo. ¿Cómo me llamo? ¿Florencia? ¿María Florencia? ¿Y eso qué importa? ¿Y si me equivoco y ese seis se lee como un cero? ¿Me hace ser otra persona? ¿Y si lo que dejo en el sobre es un fajo de hojas en blanco y nadie se dio cuenta? Bah, vamos, que no es difícil. ¿Ah, no? Mirá la mano que me tiembla cuando escribo a cuerpo perdido a cuerpo perdido a cuerpo perdido TRES VECES. Aaaah. Suspiro. Y el hombre que cierra el sobre y me dice con aire de gravedad: ya está protegido desde el 26 de abril del 2006 y tu número es tal.
¡Fah!
¡Qué verbos! Registrar. Proteger.
Me da una cosita que esa copia de la obra se haya quedado allí encerrada.
Pero ¡qué palabra la palabra "obra"!
Hace un mes todo era "texto" (Te queremos, Barthes, te queremos).
Y ahora que me doy cuenta que no me morí. ¡No me morí! ¡No me morí!

26 de abril de 2006

escritorios

Mi escritorio durante el día nunca tiene silencio.
Eso no es un problema.
El silencio se fabrica con otros ruidos y ya.
Las noches de la semana se componen de ruiditos pequeños, susurrados y contenidos. Me enternecen. Nada que ver con los fines de semana bullangueros y chingones.
A veces me quedo escribiendo hasta que una madrugada gris me avisa que el silencio ha terminado: trenes, escobas que barren y el clach, clach, clach del ladrillo que canta.
Mi escritorio es tan ruidoso como lleno de papeles y libros y fotos y cartas y lapiceras de las que andan y de las que no. Y también está mi pluma azul. Una vez contaré la historia de mi pluma azul. Marcos recordará esta pluma pues la tuvo durante un buen tiempo en su poder. La pluma azul es tan maravillosamente azul y tan maravillosamente pluma que cuando uno escribe con ella se siente Belgrano (Hans dixit).

Pero ¿cuántos escritorios he tenido verdaderamente?
Muchísimos.
Y los he tenido alquilados también.
Para mí un escritorio alquilado son todas esas mesitas de cafés por las que a veces he tenido que deambular haciendo tiempo o que he buscado por el sólo placer de sentarme a leer con un buen expresso al costado de mi libro.
He traducido pequeños fragmentos de la República de Platón en cafés atestados de gente, desbordantes de líquidos y olores ciudadanos.
La polis en todo su esplendor.
He escrito mi primer cuento de verdad a los 19 años en una mesita de un café de la facultad -Vitraux para ser más exacta-, y en tinta violeta (las pilot no eran tan caras como ahora).
He estudiado en una mesa de cocina que me hice subir a mi cuarto de soltera y que coloqué en el centro de dicha habitación y en donde descubrí las mejores páginas de un escritor como Reinaldo Arenas.
Y la cama como escritorio, claro. Los mejores poemas en la cama y al lado de Guille.
Mi escritorio de haya data de 1999.
Lo compré con la plata de los conciertos que dábamos por ese entonces con El cantar tiene sentido.
No me compré el micrófono que todos esperaban. De hecho, seguí huérfana de micrófono durante años.
Me compré este escritorio.
Amarillo, cálido, redondeado.

Mi escritura

Y me encuentro hablando con varios amigos de mi escritura. De pronto saber que he cruzado la línea y que de eso no se vuelve. Miedo a la locura nunca más. Creo que estuve en el umbral estos ¿tres? años de Nubedeagua y lo crucé adrede. Y que llega Mayo con el cumple de este blog tan raro y al que le estoy tan agradecida. Al final de cuentas es mi recoveco hermoso, claro, aunque del otro de la nube se aclare mejor este concepto. Y ya no temo nada porque nadie puede venir a decirme lo que está bien o lo que está mal. Y que entonces esa etiqueta de Licenciada y Profesora ya la puedo enterrar en el placard junto al rollo atado con la cintita y los colores de Argentina. Que la vida es más que un rollo y un placard y una lista de saberes y un vocabulario específico y una patria a la que hay que rendirle tributos. Que mi escritura parte desde otro lugar. Tiene otra raíz. Y no los desprecio a ustedes, los licenciados, no. Yo soy una, al fin y al cabo. Pero es una etiqueta pesada de llevar y yo quiero equipaje liviano. Y no hablo de equipaje irreponsable. Tampoco hablo de equipaje bohemio. Liviano, leve. Y esta decisión abarca todo lo que escribiré de ahora en más en la vida.

24 de abril de 2006

Marguerite Duras

Se está solo en una casa. Y no fuera, sino dentro. En el jardín hay pájaros gatos. Pero, también, en una ocasión, una ardilla, un hurón. En un jardín no se está solo. Pero, en una casa, se está tan solo que a veces se está perdido. Ahora sé que he estado diez años en la casa. Sola. Y para escribir libros que me han permitido saber, a mí y a los demás, que era la escritora que soy.

Escribir, Marguerite Duras

20 de abril de 2006

¿Cuánto tiempo lleva escribir un poema?

Conde me dijo una frase que expresa totalmente la sensación que tuve al terminar de escribir este primer libro. La frase dice algo así como "hice este poema en diez minutos pero me llevó 27 años hacerlo".
Posta que es así.
Este libro empezó, y ahora lo tengo clarísimo, un día del año 2000. En ese momento escribí algo que jamás pensé que sería parte de una serie.
Y yo que angustiosamente creía que escribía todo en fragmentos resulta que ahora me vengo a dar cuenta de que escribía poemas.

7 de abril de 2006

proliferación poética

Ayer vino a casa mi amiga bailarina. La primera lectora del librito que estoy escribiendo.
-Flor, ¿estás escribiendo poesía?
-Ssssh.
-¿Qué pasa?
-Nada, que se me espanta la musa.

5 de abril de 2006

¿Qué se responde?

Tengo amistades que se pierden en la vorágine del siglo. Pero de pronto, una tarde cualquiera se escucha una voz irreconocible en el teléfono que pregunta: ¿cómo estás?
¿Qué se responde a esto?
Pienso en que estoy distinta. En que estos meses me han marcado la cara, la voz, las palabras. Pienso que interiormente he caminado mucho en mí. Que no fue fácil decir que no. Que no es fácil estar perdida en la niebla y aún así quererse. Que no es fácil quererse.
Pienso que en este momento no estoy haciendo nada con un fin material y que eso me preocupa.
Pienso que estoy escribiendo ficción todos los días y que eso no me lo esperaba de mí.
Pienso que llevo la voz guardada y que todos piden que la suelte como se suelta un canario en el medio de las calles porteñas.
Pienso que yo no soy ese canario.
Me preguntaste como estaba y yo te respondí lo más sincera posible:
Es difícil decirte cómo estoy.
Ni yo lo sé.