18 de octubre de 2007

Ciencia 1 - Ficción 0

Liliana Bodoc escribió un cuento titulado "Blanco" donde un abuelo esquimal les cuenta a sus nietitos esquimales qué pasó con la luna y por qué nunca está igual. Parece que en el Ártico había un oso y un lobo. Cada uno habitaba una mitad del Ártico. Esta mitad estaba delimitada por un río que en verano era de agua clara y en invierno de hielo duro. Ninguno de los dos osaba pasar hacia el otro lado y respetaban los límites. Pero una noche apareció la luna redonda en el cielo y se vio reflejada en el agua (era verano). Instantáneamente el oso y el lobo quisieron poseerla y se lanzaron al agua del río rompiendo por primera vez el límite delimitado. La luna se quebró en mil pedazos. El oso y el lobo se enredaron en una lucha sangrienta y luego de mucho pelear cada uno se fue a su lado del Ártico con un pedazo de luna entre los dientes. Y así concluye el cuento. La luna tiene cuatro fases porque está partida: a veces aparece la luna del oso, a veces aparece la luna del lobo.

-¿Sabés lo de las fases de la luna, no?
-Sí.
-Todos los días la luna va cambiando. Nunca la vemos igual
-¿Todos los días?
-Sí, tiene un ciclo de 28 días.
-Y ¿por qué?
-Bueno, la luna es un satélite de la Tierra que no tiene luz propia. Lo que nosotros vemos son los rayos del sol reflejados en la luna.

Y ahí nos enredamos en discusiones sobre los movimientos de la Tierra, el Sol, la Luna, los planetas, los satélites, la fuerza de gravedad, la atmósfera, los meteroritos.

Y nos olvidamos del cuento de Liliana Bodoc. La explicación científica parecía ser mucho más interesante.

Cuento de navidad de Auggie Wren

La maestra le ha indicado a H. que tiene que contar un cuento para su clase. H. no sabe aún qué cuento llevará. Sus padres no le cuentan cuentos en español ni le leen libros en español por obvias razones. Por eso cuando estamos juntos suspira y me dice que no le gustan los libros que le hacen leer en el colegio. Luego me mira con curiosidad y me pregunta qué libros me gustan leer a mí. Yo saco de la mochila El cuento de navidad de Auggie Wren de Paul Auster ilustrado por los maravillosos dibujos de Isol y se lo muestro sin decir una palabra. Lo mira, lo abre y empieza la fiesta.
-¿Pero vos leés esto?
-Claro.
-¡Está re bueno!
-Si querés te lo presto, lo leés y después me lo devolvés.
-¿En serio?
-Sí, claro. No hay apuro. Leélo y después me contás.
-¡Me salvaste!
-¿De que?
Y entonces me explica que tiene que contar un cuento para toda la clase. Y que no sabe qué cuento contar. Pero que ahora está decidido a contar la historia de Auggie.
No puedo reprimir una carcajada. Mi librito de Paul Auster entrando en ese establecimiento escolar, la mirada inquisidora de la maestra y este alumnito mío contando con fervor el cuento de Auggie. Un cuento complejo donde la moral se mezcla con la ternura y la injusticia.
Maravilloso.
Le digo que sí, que por supuesto.
Y entonces mi alumnito se va feliz abrazado a mi libro de Paul Auster. Y ya dice Paul Auster. A los diez años. Leo a Paul Auster. Me gusta cómo escribe Paul Auster. Esas cosas.
Maravilloso.

Literatura infantil

Estos colegios caros y estrictos insisten en que la buena educación debe ser aburrida, sistemática, enciclopédica y por sobre todas las cosas: debe dar miedo. Por eso mi alumnito de nueve años debe leer Azabache, un libro *decimonónico* sobre un caballo que sufre y se la pasa sufriendo a lo largo de todo el libro y que, por si fuera poco, está plagado de alusiones a Dios y al cristianismo y al domingo dominical. Mi alumnito, además, es musulmán y no sabe ni siquiera lo que es una iglesia, un párroco o una misa. Claro que, de este modo, lo único que logran es que termine odiando a los caballos y queriendo que Azabache se muera de una vez por todas para terminar con el sufrimiento de leer el libro.
Pero Azabache no se muere, le digo.
Y contra todos mis principios le cuento el final.

17 de octubre de 2007

Soluciones para el medio ambiente

-¿Y por qué los peces no se van?
-Porque no pueden irse. ¿A dónde se van a ir?
-A otro agua. Si yo fuera un pez me iría nadando rápido, muy rápido para que el agua contaminada no me alcance.
-Pero un pez no puede hacer eso. Imaginate que es como si de pronto nos contaminan el aire, nosotros no nos podríamos escapar del aire.
-Sí.
-¿Sí?
-Mirá.

Aguanta la respiración un ratito y luego respira aliviado.

-No se puede.
-Y no.
-Qué mal, pobres peces.
-Pobres peces y pobres nosotros... ¿a dónde creés que va el agua del Riachuelo?
-¿Al mar?
-Al Río de la Plata.
-Si yo fuera Río de la Plata me pelearía con el agua del Riachuelo, le haría una guerra para que no entre y así no me contamine.
-Pero es que no es culpa del agua de Riachuelo estar contaminada.
-Pero es mala. Es un agua mala.
-Sí, pero no es su culpa.
-Pero y entonces hay que dejar de tirar cosas malas al agua y listo.
-Algo así, sí.

12 de octubre de 2007

Subterráneo

El subte tiene algo.
Tiene ritmo.
Por eso, la música. La música hace soportable la ciudad. La ciudad crea a la música y así el ciclo no termina. La música y la ciudad tienen un vínculo necesario.
Hoy nadie escucha música en su casa, en un sillón.
Mi abuelo, por ejemplo, tomaba un disco de Haendel, lo colocaba en el combinado (un mueble grandote que contenía el tocadisco) y luego se recostaba en el sofá y entrecerraba los ojos. Todo su ser se concentraba en escuchar. Interrumpir a mi abuelo en ese estado podía ser sacrílego. La musica que él ponía no era para bailarla ni para ponerla de fondo mientras se hacía otra cosa. Estaba ahí para ser escuchada.
Mi abuelo tomaba el subte. Porque el subte no es una invención ultra moderna. El subte existe en Buenos Aires desde el siglo pasado. No es como el ipod o el mp3 o la laptop.
Jamás mi abuelo escuchó música en el subte. No hubiera tenido cómo. No existía el soporte técnico para eso. Se limitaba a escuchar el traca traca de las vías y a mirar la oscuridad de los túneles.
Claro que las distancias para recorrer eran bien cortas. No se concebía viajar una hora para ir al trabajo. Hoy por hoy, viajar una hora es casi una suerte.
Ayer la mayoría de las personas que viajaban en el subte tenían auriculares en las orejas. Y unas cosas diminutas colgando de sus cuellos. Los auriculares ahora vienen de color plateado. Nos hace parecer astronautas. Ahora que lo pienso hay muchas cosas plateadas en la indumentaria de hoy en día.
Pienso que si mi abuelo hubiera llegado a ver todos esos seres conectados a esos cositos plateados con los ojos perdidos en su propio ritmo se hubiera sentido muy viejo.
Como del siglo pasado.

5 de octubre de 2007

Pretérito Pluscuamperfecto

-Bueno...y esto es el pretérito pluscuamperfecto.
-Ah, pará, pará, yo sé, yo sé... te doy un ejemplo.
-A ver...
-Yo vengo y te digo "Hola".
-Ajá...
-Y después me voy.
-Bueno.
-Y después vuelvo a venir y te vuelvo a decir "Hola".
-Ajá...
-....
-....
-....
-¿Y?
-¡Y que ya te había dicho hola!

Mis alumnitos son lo más.

2 de octubre de 2007

Ceci Margot

Con Ceci últimamente nos vemos en encuentros de treinta minutos. Y claro, no nos basta pero al menos nos vemos las caras y yo puedo apreciar su hermosa panza de seis meses. Es como si Ceci ya no fuera sólo Ceci sino ella y su hijo que vienen a tomar mate a casa. Llegó con la lluvia y se fue con la lluvia. Conoció a la azalea de los abuelos que ya está "estallada" de flores (pronto pondremos fotos), me regaló un dulce de ciruelas silvestres de El Bolsón y recibí mi regalo de cumpleaños atrasado (dos hermosas tazas artesanales). Es lo que yo digo: no hay como cumplir años en febrero y recibir regalos en octubre. Pero como yo tengo toda una teoría respecto al mes de octubre no me sorprende en lo más mínimo y hasta lo considero absolutamente lógico.

1 de octubre de 2007

Aérea

Mi corazón no está en este jardín
sino en el frío del agua al quebrarse,
en el aéreo secreto del tiempo.