Ayer fue un día largo pero hermoso. Visité a una amiga que vive en Villa Crespo y la ayudé a poner lindo su balcón. Tiene un balcón precioso que da a una avenida muy ruidosa. El departamento es bonito pero le falta una mesa, almohadones, algo en la pared y una biblioteca para sus libros que aún están en cajas. Las paredes están desnudas. Y no es que mi amiga no tenga con qué llenarlas pero creo que aún sigue triste. Hace un año le regalé un malvón enorme color rojo, un pequeño ficus y un potus. Ella del malvón hizo nuevos malvoncitos. Quedamos en que me va a regalar uno. No le dije que ese malvón era una planta de la terraza de Mamina. Ahora es como un pequeño arbusto en las alturas de un balcón cerca de Parque Centenario. Qué extraño.
En el balcón había una maceta grande que estaba llena de tierra seca. Tierra muerta. Había un palo clavado como una estaca, lo que había quedado de un ficus anterior. Lo sacamos. Con un tenedor y agua removimos la tierra estancada. Cuando uno trabaja con elementos vivos, aprende. La tierra despertó con el agua. Fue sólo un movimiento. Recuperó la humedad y, de pronto, escarbar fue fácil. Increíble. El olor a humus ascendió por nuestras narices. El masacote se transformó en tierra lista para albergar una planta viva. Plantamos el ficus pequeño en la maceta grande. Ahora mi amiga lo podrá ver desde su cuarto.
Hoy mi amiga me llamó para decirme que se había despertado a la mañana y que la simple visión del ficus desde la cama le había dado alegría.
Movemos cosas de lugar y recuperamos la alegría. ¿Por qué?
De eso se trata la vida en todos sus aspectos, supongo.
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