28 de enero de 2015

De geranios

Todavía me acompañan canciones de otra era. Hazañas que pasaron hace un siglo. Sueños de un inconsciente colectivo que ya no existe. Algo está cambiando.
Pero hay frases que me alcanzan como un rayo y hacen trizas mi inconsciente. Qué bueno que algo se rompa. Qué bueno es poder romper algo. Aunque tan sólo sea una vasija de barro traída de un viaje de no sé qué provincia con un auto que ya no recuerdo el nombre y en compañía de alguien a quien no podría llamar pues su número de teléfono no figura en mi agenda.
En otro orden de cosas quería contar que tengo canteros debajo de mi ventana. Cuando llegué a esta casa planté geranios blancos. Pero luego el color fue virando. El geranio es tan noble que si uno pincha con cariño un gajo, cualquiera sea, en la tierra se hace una planta nueva. Por eso mis canteros ya no son blancos sino de varios colores. Cada tanto tengo que revisarlos porque están tan a la intemperie que a veces sufren las temperaturas extremas, las torceduras de las tormentas, la suciedad de las palomas y la pisada arisca de los gatos que van a posarse allí.
Limpiar los canteros es algo que no hago muy a menudo pero me recuerda a aquellas cosas de la vida que uno a veces olvida y cada tanto recuerda que están y que debe abonar y ayudar para que de un empujoncito... florezcan.   

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