viernes, 31 de mayo de 2024

yoga

Va a cumplir ochenta años y nunca hizo yoga. La mandó el médico. Camina con dificultad, la cabeza ladeada hacia un costado, los hombros desparejos, tiene los arcos de los pies vencidos. En la medida en que veo que sigue volviendo a las clases la voy tocando mas y su cuerpo responde. Su columna comprende, sus manos se suavizan, también sus facciones. Se mueve torpemente. La ayudo acercándole una silla, un almohadón. Respira corto y entrecortado. Pero un día comienza a comprender, algo, una inteligencia dentro suyo se despierta. Le cambia la voz, la mirada. Se mueve con más soltura. Otro día descubrimos que tiene una pierna más corta que la otra y que eso le produce un desbalance en toda la estructura del cuerpo. 

Ese día, al terminar la clase me dice que sus hijos le preguntaron por la clase de yoga y que ella les contó de mi. Los hijos querían saberlo todo. Y ella fascinada les cuenta que soy amorosa, que conmigo siente que no se va a lastimar nunca, que me tiene plena confianza, que desde que viene ya no le duelen tanto las rodillas y está de buen humor. Sonrío pensando en esos hijos.

Me gusta que mis prácticas estén abiertas a todos. Me costó mucho llegar a este punto pero a lo largo de los años creo que logré un balance. Que no importe la edad, la flexibilidad, la forma del cuerpo, la forma de ser, la clase social, la inteligencia o la belleza. Son prácticas que que todos pueden experimentar. Si puedes respirar, puedes hacer yoga, dijo alguna vez Sri Krishnamacharya. Por eso sigo sus enseñanzas, sigo aprendiendo de su legado. 

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