Ese día, al terminar la clase me dice que sus hijos le preguntaron por la clase de yoga y que ella les contó de mi. Los hijos querían saberlo todo. Y ella fascinada les cuenta que soy amorosa, que conmigo siente que no se va a lastimar nunca, que me tiene plena confianza, que desde que viene ya no le duelen tanto las rodillas y está de buen humor. Sonrío pensando en esos hijos.
Me gusta que mis prácticas estén abiertas a todos. Me costó mucho llegar a este punto pero a lo largo de los años creo que logré un balance. Que no importe la edad, la flexibilidad, la forma del cuerpo, la forma de ser, la clase social, la inteligencia o la belleza. Son prácticas que que todos pueden experimentar. Si puedes respirar, puedes hacer yoga, dijo alguna vez Sri Krishnamacharya. Por eso sigo sus enseñanzas, sigo aprendiendo de su legado.
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