Escribo todo mezclado. No me reten por eso. La lluvia que amenaza con irse. Piso lo mojado como una afirmación de la verdad más absoluta. Ha llovido y ha vuelto a llover. Llover es un verbo trunco.
Se tronchó una rama del lenguaje. Laura Mazzocchi me llama. Es que Idioma.
Me espera en un café. Llego tarde. El bar, salpicado de ladrillo a la vista y lamparitas dicroicas. Acá todo es muy caro, me dice mi amiga poeta. Y ahí yo pienso: para los poetas todo siempre es extremadamente caro, vayan donde vayan. Las lamparitas de filamento lo hacen todo más... ¿accesible? Si es dicroica tendrá que ser complicado: (otro prejuicio). Es raro, Laura está allí, del otro lado de la mesita en este abril. Un café con leche a medio tomar. Yo pido el cortado de rutina y desciendo de mi caballo atolondrado. De mi cuerpo batallado. Ella quiere alargar la entrega. Hablamos un poco y otro poco nos miramos. Otra vez acá. Hola. Hola.
Amiga idioma,
arbolita mía
que a pasitos
cabalga una noche de abril
y se pierde en sus sombras anclar.
Me acuerdo. Me acuerdo.
Era abril. Hace un año. El mismo ritual. Yo, del otro lado de la mesita. Hace un año tus sombras anclar y ahora esto. Me entregás tu diccionario de agua. Una porción de ternura.
Hace un año me preguntabas la diferencia entre lengua e idioma.
¿Te acordás?
A pasitos. Tus pasitos ayudan a mis pasitos.
A saltar el abismo, carajo.
1 comentario:
Sabemos que esa tarde de idioma nos emocionó, como otras tantas.
Sabemos que si alguien tenía que conocer mi idioma, esa era/sos vos.
Vos sos parte de mi alma poética.
¿Cómo? ¿No lo sabías?
Al abismo. Y sonriendo.
Mi abrazo único para vos, amiga mía.
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