El subte tiene algo.
Tiene ritmo.
Por eso, la música. La música hace soportable la ciudad. La ciudad crea a la música y así el ciclo no termina. La música y la ciudad tienen un vínculo necesario.
Hoy nadie escucha música en su casa, en un sillón.
Mi abuelo, por ejemplo, tomaba un disco de Haendel, lo colocaba en el combinado (un mueble grandote que contenía el tocadisco) y luego se recostaba en el sofá y entrecerraba los ojos. Todo su ser se concentraba en escuchar. Interrumpir a mi abuelo en ese estado podía ser sacrílego. La musica que él ponía no era para bailarla ni para ponerla de fondo mientras se hacía otra cosa. Estaba ahí para ser escuchada.
Mi abuelo tomaba el subte. Porque el subte no es una invención ultra moderna. El subte existe en Buenos Aires desde el siglo pasado. No es como el ipod o el mp3 o la laptop.
Jamás mi abuelo escuchó música en el subte. No hubiera tenido cómo. No existía el soporte técnico para eso. Se limitaba a escuchar el traca traca de las vías y a mirar la oscuridad de los túneles.
Claro que las distancias para recorrer eran bien cortas. No se concebía viajar una hora para ir al trabajo. Hoy por hoy, viajar una hora es casi una suerte.
Ayer la mayoría de las personas que viajaban en el subte tenían auriculares en las orejas. Y unas cosas diminutas colgando de sus cuellos. Los auriculares ahora vienen de color plateado. Nos hace parecer astronautas. Ahora que lo pienso hay muchas cosas plateadas en la indumentaria de hoy en día.
Pienso que si mi abuelo hubiera llegado a ver todos esos seres conectados a esos cositos plateados con los ojos perdidos en su propio ritmo se hubiera sentido muy viejo.
Como del siglo pasado.
1 comentario:
¿Probaste escuchar Haendel en el subte? No se puede.
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