martes, 19 de agosto de 2008
Kioto
Siempre que empiezo a leer un libro de Kawabata simplemente siento que no es el momento. Entonces dejo su libro a un costado de mi mesa de luz y espero. Siempre me ha sucedido así. Los libros de Kawabata exigen un cierto estado mental y emocional. Y Kioto no es una excepción. Cuando apenas leí la siguiente frase "Chieko descubrió las violetas florecidas en el tronco del viejo arce" instantáneamente cerré el libro. Afuera, desde mi ventana, se veía al otoño en su labor de deshojar árboles. Un par de meses más tarde conseguí que las violetas de Chieko me atraparan. Y así fue como me adentré en un Kioto cuyo mundo de festividades, kimonos, templos y jardines cautivó mi corazón.
Será que mi forma de leer ha cambiado. Lo cierto es que la historia de las mellizas separadas al nacer fue lo que menos me interesó. Lo que sí me conmovió fue la mirada de Chieko sobre las flores, los árboles y la geometría de los jardines de Kioto. En realidad, lo que me conmovió fue la Kioto de Kawabata.
Cuando me sucede esto entiendo por qué ya no leo tantas novelas como antes.
Cada vez me importan menos las historias que me puedan contar los libros. No lo digo con tristeza. Es una realidad.
Y está bien.
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