De repente hacés las cuentas y notás que pasaron 15 años desde la última vez que un dentista te revisó la boca. A lo largo de esos años te percatás de que efectivamente te salieron las muelas de juicio de arriba. Fue muy de a poco, año tras a año, con enorme paciencia, primero una cúspide, luego otra. Cuando comenzó el proceso fuiste a que te revisen. Te dijeron que sí, que efectivamente estaban saliendo. Preguntaste si había que sacarlas. En ese momento era algo tan mínimo que te dijeron de esperar a ver cómo se desarrollaba. Y no volviste más. Cada tanto tiempo sentías la muela empujar la encía. Con mucho cuidado cepillabas la zona, sangraba un poquito y se aliviaba todo. Por lo demás, siempre tuviste sensibilidad en los dientes. Para eso: Sensodyne. De modo que si había algún dolor esperabas para ver cómo evolucionaba. ¿Cómo duele una carie? A tu alrededor, escuchabas como tus amigos y familiares se hacían un conducto, se sacaban una muela, se sacaban panorámicas, se ponían brackets y ahora, que estamos todos llegando a los cincuenta, empezaron a circular palabras como implantes, hueso, encía, periodontitis.
Quince años es mucho tiempo para que nadie te haya revisado la boca. Ya estás grande, Florencia. Podés dejar de tenerle miedo al odontólogo. Pequeños momentos de coraje hacen que saques un turno para pedir una consulta. Los días previos te lavás con mucho cuidado. Te mirás la boca, sabés que tenés sarro, hay lugares donde se hace muy difícil limpiar con cepillo y jamás se te ocurriría pasarte hilo dental, esos dientes tan juntitos, no hay modo de que por ahí pase un hilo, ay. Y después está el tema de la mordida. Que mordés mal, que la mordida no cierra. Una vez te dijeron que para que la mordida cerrara había que sacar cuatro piezas dentales de abajo (sanas) y poner brackets. Te amenazaron con que se te iban a caer los dientes si no lo hacías. Nunca más volviste ahí. ¿Cómo te ibas a dejar sacar dientes sanos? ¿Estamos todos locos? Pero con los años aprendiste a respirar por la nariz, a masticar bien cada bocado y si alguien te dice algo de la mordida te reís con la boca abierta mostrando tus dientes de arriba y de abajo.
Llega el día y vas con cierta vergüenza, te pregunta si estás con alguna molestia, le decís que no, que hace quince años que nadie te revisa la boca, que hoy no te duele nada, que las muelas de juicio de arriba... pero que no sabés, que quizás te tocó una boca silenciosa, de esas que no se quejan, temés que vaya a encontrar algo oculto que nunca dijo, nunca habló y que, de pronto, se manifieste. El dentista es agradable, sonríe, te hace abrir la boca y observa con manos suavecitas. Sí, te dice, las muelas de juicio salieron, están afuera y sanas. No están muy bien ubicadas pero que si no te molestan no hay razón para sacarlas. Y que el resto... está muy bien, que bueno, que hay mucho sarro y que por eso va a tener que hacer una limpieza con ultrasonido pero que eso no duele nada, a lo sumo es un poco raro por la vibración pero que hay que hacerlo para cuidar las encías.
Cuando termina te dice: listo, ya tenés la boca al día. Lo que sentís es una enorme gratitud y también algo de tu neurosis que se diluye para siempre. No sabrías explicarlo muy bien. Algo del pasado que cae de maduro. No hay nada como caminar la propia experiencia para dejar de imaginar monstruos escondidos en los pliegues de la boca.
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