Las coplas las encuentro casi siempre al azar. Pero no siempre. A veces vienen directo hacia mi, desde algún lugar lejano donde las voces de los muertos se aclaran. No me dan miedo, nunca. Cuando tengo su cabeza caliente entre mis manos la vidala cobra una vida inesperada en mis labios. Las coplas salen desprendidas, como un racimo de uvas. Mi caja, entonces, retumba grave. Caja que acuna abuelos, infancia, guitarras y países.
Bajito me canta: La vidala tiene una copla. No se la van a quitar.
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