jueves, 28 de junio de 2007

II

La irlandesa tiene 26 años y estudia para ser asistente social. No sabe una palabra de español. Yo soy su primer contacto. Siempre me intrigan este tipo de alumnos. Me impresiona ser la primera que vaya a imprimir la huella del castellano en sus cerebros. Me siento con una tremenda responsabilidad. Los alumnos "vírgenes" son como esponjas que absorben todo con una inocencia candorosa.

Su inglés es muy irish. Viene de Cork. Como Marcos, pienso. Pero esta vez no se produce la magia. Ella no lo conoce. Cork es un pueblo pero es un pueblo grande. Hace unos meses tuve una alumna irlandesa que habia tomado clases de teatro con Marcos. Trisha no lo conoce pero sonríe cuando le comento que tengo un amigo que vive en su pueblo. Hablamos por algunos minutos en inglés para que se sienta cómoda. Ella tiene que confiar en mí. Estamos solas en un aula pequeña con paredes de vidrio. En realidad es un aula aislada del enorme edificio porque estamos, casi se diría, en el jardín. El aula parece un invernadero donde sólo crecen palabras. Afuera se ve el pasto siempre verde y algunas enredaderas que dan la sensación de protección. Un pequeño oasis en la jungla de cemento.

Comenzamos la clase y enseguida noto algo particular. Mi alumna sabe algo de francés. Lo noto cuando intenta decirme el número de su casa. No sabe los números en español y, entonces, algo maravilloso sucede en su cerebro que no le permite usar sus palabras en inglés. Como salidas de ultratumba aparecen estas palabras francesas pronunciadas torpemente como si quisieran convertirse en palabras españolas. Palabras guardadas con naftalina pero que aún así han sido carcomidas por la polilla. Le pregunto en inglés si sabe francés. Me dice que lo estudió un poco en el secundario. Ya tengo una clave por donde empezar.

Se puede saber mucho de una persona que está aprendiendo una lengua nueva. Diría que es casi un trabajo arqueológico. Excavar y sacar con mucho cuidado las piezas removidas por el tiempo. Poner los primeros puntales. Clavar las estacas de la carpa que se ha de levantar. Un buen docente debe tener todos esos intrumentos. Tantear el terreno no es cosa fácil. La tarea es estar alerta minuto a minuto. Porque delante nuestro hay un adulto que se ha vuelto niño. Un adulto con necesidades de adulto al que le estamos enseñando la clave de su propia existencia. Y allí está, delante nuestro, como un pájaro confiado que come de la mano del amo.

Yo soy.
Vos sos.
Él es.

Ah, fundamental.

2 comentarios:

Tommy Barban dijo...

Me gustan tus prioridades lingüisticas.

Flor dijo...

jajaja. Y a mí me gusta que las llames "prioridades lingüísticas".